La literatura, y todo lo que la rodea, puede ser algo divertido, lo más divertido del mundo, si uno la entiende como una prolongación de la vida. Como algo natural a lo que hay que acercarse sin prejuicios, con la mente alerta y el humor afilado.
La mañana de ayer domingo, última jornada de la Feria del Libro de Almería, el Museo de la Guitarra fue testigo de dos actividades que podrían haber convertido a la religión de la literatura al más escéptico. La primera fue la mesa que protagonizaron los escritores Antonio García Fernández (‘La eterna promesa’) y Juan Manuel Gil (‘Hipstamatic 100’).
Sin tema aparente de debate y con la ausencia del que debía haber sido el tercero en discordia, Juan Pardo Vidal ('Arquímedes está en el tejado'), los autores se cuestionaron el uno al otro sobre temas como la importancia de la oralidad en la literatura (“soy de un barrio con alma de pueblo, El Alquián, donde uno se tiene que defender contando historias; yo no soy el mejor y me tuve que ir”, apuntó Gil), hasta qué punto una obra debe ser comprometida, los talleres de escritura o la autoedición (“hay sellos de autoedición que podían hacer algo más que ser meras copisterías”, defendió García).
Entre bromas y frases certeras, García y Gil acabaron hablando de literatura, de literatura con corazón. Tema que se apropiaron como título de su mesa literaria.
La segunda propuesta que unió ayer risas y letras fue la presentación de ‘Hombres felices’ (Páginas de Espuma) de Felipe R. Navarro, contador de cuentos nacido en Málaga pero con ascendencia almeriense. “Este libro responde mucho a ese colocarme frente a las historias de mi familia contadas en una mesa”, confesó.
Acompañado por los también escritores Miguel Ángel Muñoz y José Francisco Montero -quienes bromearon con los quince años que separan la publicación de su primera y segunda obra-, Navarro recuperó la cita de Tawfiq Al-Hakim en la que se basa su título: “El que lleva una vida feliz no la escribe y se limita a vivirla”.
Mañana de emoción y memoria
La emoción a la jornada del domingo la puso el escritor Miguel Naveros, que reapareció en el circuito literario sacudiendo el polvo a una figura olvidada, la del ingeniero comunista Federico Molero.
Naveros leyó un fragmento de un relato de su libro ‘La derrota de nunca acabar’ (Bartleby) en el que novela la vida de este “científico eminente y político en un tiempo convulso”, tal y como lo definió el investigador Antonio Ramírez. Ambos reivindicaron una calle para él en Almería.
En el mismo espacio, la tarde anterior, la periodista y escritora Nativel Preciado también hizo memoria, memoria de la Transición, con su libro ‘Hagamos memoria’ (Fundación José Manuel Lara), una crónica que nace de una pregunta que se formuló a sí misma con el temor de haber idealizado aquella etapa tan importante para la historia de España que ella vivió en primera persona. "He consultado mi propia hemeroteca y he determinado que ni los políticos, ni los periodistas de entonces eran mejores que los de ahora", afirmó.
Preciado, una de las pocas mujeres periodistas de aquella España de cambios, aseguró que los flecos que se quedaron abiertos entonces han pasado factura. "Nos olvidamos de que había que seguir ese camino", señaló. La presentó el periodista de Canal Sur Televisión Antonio Hermosa.
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