El día antes de cumplir 92 años, el actor Eduardo Fajardo decidió que era el momento de desvelar el secreto que llevaba meses guardando. Una idea -un sueño- que quiso dar a conocer entre amigos, en el marco de una charla para la Asociación Cultural ‘Celia Viñas’ con la que colabora desde hace tiempo: su deseo de donar sus recuerdos “al pueblo de Almería”, en un gesto de cariño a quienes han sido sus vecinos desde hace más de dos décadas. Un lugar que empezó a cautivarlo cuando lo descubrió gracias al cine y que ha terminado por conquistarlo irremediablemente. “Siempre he soñado con volver a mi tierra [es gallego, de la localidad pontevedresa de Mosteiro] pero ya cada vez menos. Pasa como los amores: te vas colando sin darte cuenta y al final quieres a lo más reciente porque es lo que te llena más. En Almería hay que vivir para quererla, y a mí me ha ganado”, detalla a LA VOZ.
El proyecto, que desveló el pasado sábado, está en una fase muy inicial aunque ya se lo ha trasladado a su Gabriel Amat, presidente de la Diputación, que ha ofrecido su colaboración. Eso sí, Fajardo recalca que él no es “político” y que sólo pretende que la institución actúe como garante de su legado. “Los dueños serán los ciudadanos de Almería y así deberá constar ante notario”, dice rotundo.
Más de cincuenta trofeos y reconocimientos que dan fe de seis décadas en la profesión -, fotografías de su carrera en la pantalla -su filmografía roza los doscientos títulos- e imágenes junto a autoridades y celebridades, piezas de arte, vajillas, figuras de terracota y de mármol de Carrara... Toda una vida en objetos que ahora están en México -donde vivió doce años y donde reside su familia- y que quiere volver a traer hasta Almería. “Todo eso formará parte del Museo Eduardo Fajardo, primer paso de algo que luego será mucho más, vinculado con el cine hecho en España”, apunta sin desvelar más detalles.
Un soñador
Sabe que la idea de regalar su pasado a los almerienses tiene mucho de romántico. No en vano se considera un soñador, adjetivo que quiere llevarse consigo cuando deje este mundo. “Cuando me tenga que ir dejaré encargado que mi lápida diga: Aquí despertó un soñador”. Porque fue en Almería, donde se estableció cuando se jubiló, donde desarrolló el que hoy considera el mejor papel de su trayectoria: la creación del primer grupo teatral en España formado por personas con discapacidad.
“No hay ningún actor que haya hecho lo que yo he hecho por ellos”, expone. Y rememora cómo llego a poner en marcha cinco obras en los siete años en los que estuvo al frente del grupo Teatro sin Barreras.
“Empezamos con una obra de los hermanos Álvarez Quintero y tuvimos mucho éxito. Conseguí llenarlos de entusiasmo, hacerles creer que lo que hacíamos era más fácil de lo que realmente era”, afirma orgulloso de haber encendido una antorcha que hoy otros continúan.
Una lesión producida por una caída del caballo que montaba en una de sus películas le ha hecho que hoy su movilidad esté reducida. “Cuando hoy veo a un discapacitado, me veo a mí mismo”, confiesa con su voz rotunda y esa “seriedad norteña”, como él la define, que encontró su reverso en la espontaneidad del carácter almeriense.
Uno de los grandes villanos del cine del oeste rodado en España (entre decenas de títulos aún hoy se recuerda ese ‘Django’ que rodó en 1966 junto a Franco Nero) fue la primera sonrisa que iluminó el Paseo de las Estrellas de la capital: es su nombre el que inauguró un camino que hoy recoge los nombres, por ejemplo, de Ridley Scott, Max von Sydow y Ángela Molina. “Amo este lugar donde la gente te da los brazos. Es cierto lo que dicen de que aquí nunca te sentirás forastero. Por eso, haré todo lo que pueda en pro de Almería”. Un amor correspondido que bien merece conservarse en un museo.
Un grito contra las “paredes gruesas”
El homenaje recibido por la Asociación Cultural ‘Celia Viñas’ el pasado sábado 13 de agosto, donde la organización regaló al actor una placa tras su conferencia, ha hecho recordar a Eduardo Fajardo otro reconocimiento que recibió en México a mediados de los 60. “Trabajé mucho allí, me tenían gran afecto. Un grupo de exiliados españoles quiso que representara ‘El alcalde de Zalamea’ para el presidente de la República, ya que México no reconocía el gobierno de Franco. Les dije que lo haría encantado para él pero que no tendría un gesto contra mis paisanos. Lejos de traerme problemas, como me advirtieron, aquello me dio una pequeña aureola de honorabilidad e integridad. Tiempo después, el gobierno mexicano me condecoró con la medalla de Ignacio Comonfort en el Palacio Presidencial. Y allí grité ‘¡Viva México!’ y ‘¡Viva España!’. Fue un grito para tumbar un problema de paredes gruesas”.
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