Asistimos al primer recital de la temporada de otoño-invierno, cuyo eje pivota en el poeta González Iglesias, acompañado por unos excelentes músicos: Pilar Romero (flauta travesera) y Ginés Peregrín (contrabajo).
Estos últimos son los que calientan el ambiente probando los instrumentos.
Y llega la palabra. Aníbal presenta el acto describiendo al vate salmantino como una suerte de antiguo y moderno, un claro disidente, apunta parafraseando a Luis Antonio de Villena.
Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) es un laureado poeta de prolífica factura, en cuyos libros convergen: la carne y el espíritu, la seriedad y la risa, la referencia erudita y el lenguaje coloquial, el vitalismo, el protagonismo del cuerpo y exaltación de la belleza, y donde sobre todo, se da y se reclama verdad.
Él rescata como propio algo de la presentación y se declara: salmantino, clásico y moderno, no sabe muy bien en qué orden. En todo caso nos incita a que lo veamos como parte de la música que alternará su palabra, aduciendo que un poeta necesariamente no es un escritor. (Yo respiro aliviada aplicando la propiedad conmutativa en mi condición de escritora impotente para construir poesía).
Composición urbana
Amor, naturaleza, cuerpo y deporte son sus herramientas, nos decía Aníbal. Y por eso comienza por una composición urbana.
‘Less is more’. He comido en un centro comercial, solo he comprado un zumo de naranja y las obras completas de Epicúreo. (Me recorre la envidia por la espalda pensando en esas ciudades remotas donde en un centro comercial se vendan libros de verdad).
Acto seguido suenan unas Sicilianas de Vivaldi.
Y el poeta siente la necesidad de seguir en la ciudad de los canales con unos versos dedicados: ‘Un poema es mejor que google maps’. Claro poema donde se ve todo en relieve. No hay itinerario más rico en esta tierra, sin rumbo estamos cerca. Aquí son las gaviotas y los gatos los que nos guían. Callamos mucho mientras contemplamos.
Después se decanta por un autorretrato donde el trazo recae en la confianza, la ingenuidad perdida del ser humano desde hace siglo y medio y que Juan Antonio practica conscientemente. Dos que se duermen abrazados borran los problemas del mundo. Esa confianza de cada uno en el otro está fundada en el universo.
Ilustra la credulidad con sus vivencias americanas. Era un triunfo del ser humano comprar el periódico cada mañana y dejar el dólar en una caja junto a la pila sin vendedor.
Para celebrarlo sonará un aria de Mozart. Un saludo al sol.
Y sigue trenzado su oda a la vida con un poema mágico donde se siente la frescura de una zambullida matinal, donde se saborea la sal por el cuerpo. Entonces yo me miro las piernas y compruebo que me he vuelvo sirena; me salpican sus versos y me construyo un hermoso collar.
‘Homo matinalis’: Media hora de snorkel equivale a la inmortalidad. El agua guarda todo lo bueno que nos merecemos. El mar contiene la resurrección. Media hora convertido en uno de los peces. Toco el planeta tierra bajo el agua, aprendo que en cualquier sitio del cosmos hay sitio para mí. Cristal puro que está como regalo. Qué interminable túnica inconsútil. Este lago sin fin. Me alcanza el calor y la frescura. La rutina contiene, ahora lo entiendo, la eternidad.
La felicidad natural de un hombre que celebra el hecho de estar vivo con tanta finura y tino, nos sigue envolviendo. Es bueno para el cuerpo contemplar los trigales verdes de principios de mayo. Es bueno para el cuerpo que el único ruido sea el rumor de la lluvia sobre el techo del coche.
Y una hermosa pieza solo para la flauta de Pilar atraviesa la sala por entre los huecos… La ventaja del mundo del arte donde todo se saborea dos veces.
El futuro
‘Confiado’. Pongo mi corazón en el futuro y no espero nada más. Estoy con los que creen sin ver, con los que andas sobre las aguas. Algo relacionado con los lirios y las aguas me salva.
Y de allí saltamos a la pared de un polígono industrial, donde rescató un hermoso verso: A la buena de Dios. A de anarquismo, sueño del hombre, ácratas y cristianos, porque siempre está todo tan roto.
Y Lorca se abre paso tras tanto conjuro. Suena ya a dúo una bella versión de La Tarara, moldeada por el talento musical que nos eleva. Juan Antonio, acto seguido traduce: Andalucía sabe enlazar el pueblo con la cultura más erudita. Una exótica facultad innata que, quien la contiene, simplemente está abocado a ser eterno: verde que te quiero verde…
Después vendrá el ‘Poema de amor a un muchacho’. Toma todos mis besos, toma todos mis bíceps, pequeño Bruce Springsteen.
Una tímida hiedra verde y roja también palpita ante nuestros oídos entre las grietas de hormigón de una plaza. Bajo la lluvia todo es momento de diminuto bosque que se moja.
La versión de ‘Anda Jaleo’ (Lorca), lo popular otra vez puesto de limpio y oliendo a jazmín recién cortado supone el clímax.
Después, bajamos la ladera hablando sin prisas sobre país y frontera. El poeta nos confiesa: No escribo casi nunca de política, quizá porque me interesa demasiado.
Llega lo deportivo con dedicatoria a todos los medallistas olímpicos de nuestro país, como celebración del triunfo del cuerpo.
Un danzón barroco de Maraca, salpimentado con sones cubanos, nos sirve el dulce postre de este buen terceto, que bien merecería una gira.
Juan Antonio se despide con su poema manuscrito en la santa Paula nº 12 (libreto testigo de estas tardes dulce de poesía) con: ‘Arquero luminoso’. Hacia el mar se dirige este arquero luminoso/ en este mediodía que no conocerá atardecer/Aunque es un Dios menor… se llama Tormes (El río que pasa bajo su ventana).
Un broche: Los poetas pueden conjugar todos los verbos en futuro, pasen o no pasen, ya lo han dicho, e inclinan el mundo hacia el poema.
Una promesa: Lo complicado no prevalecerá.
Ojalá la sencillez dominara el mundo, me digo en voz alta, ojalá se pusiera de moda…
Enhorabuena a este hermoso arranque de Las Dulces Tardes Poéticas, donde al salir a la calle, parecía incluso que en esta Almería nuestra de cerril bochorno, el arte había traído un estimulante frescor salmantino… transitorio.
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