Una espátula de Levante almeriense, con sus colores y sabores, se ha colado esta semana en el Ateneo madrileño, a un tiro de ballesta del barrio de las musas, de los leones del Congreso, y a más de medio millar de kilómetros del territorio protagonista.
Allí ha derramado José González- Pepe el de Piedad- todo ese ingenio más morisco que cristiano que le ha servido para poner los andamios de esta historia de playas y cortijos, de buganvillas y granados. Allí ha presentado, escoltado por el filólogo José Siles y el Premio Nacional de Literatura Raúl Guerra, su última creación: ‘Viaje al Levante almeriense, La Axarquía, otras posibilidades’.
Se trata de una obra que entronca con al literatura de viajes, pero fuera de tiempo, no de nuevas tierras -son las mismas que están ahí desde hace siglos- sino de nuevas miradas.
Bebe de Goytisolo, de Lorente, pero se aleja pronto de esas fuentes fantásticas, para encontrar su propia escritura, para seguir sus propios designios como San Pablo.
Esta acompañado el autor de los textos por el fotógrafo, también urcitano, Domingo Leyva. José y Domingo se complementan en lo literario -porque las imágenes también tienen mucho de ficción- como don Quijote y Sancho, su escudero, por esos andurriales de letra impresa, de emociones atrapadas, en las que uno pone la lírica del alfabeto y el otro los claros y los oscuros.
El Levante -tan lejos y tan cerca -ha llegado esta semana al viejo Madrid de las doncellas y los mancebos, a través de estas páginas, que lo sumergen a uno como en un baño de espuma y jabón en un hotel parisino del XIX.
Playas y cortijos
Y entre las paredes de ese antiguo Ateneo se ha oído hablar de las playas de Mojácar, del cielo de Lucainena, de las arenas de Terreros, de la serranía de Turre. Allí ha reverberado con la palabra de Siles y de González, el fulgor del sol de Carboneras y los cortijos de Bédar. Allí han estado los antiguos campos de trigo de Cuevas o el perfil del Cortijo del Fraile de Níjar. Es una obra ambiciosa la de González, difícil de abarcar, lo que es aún más meritorio.
Se trata de un libro cuidado, mimado, como el hijo más deseado tras un parto difícil, que han tenido oportunidad de hojear estos días los madrileños asiduos al Ateneo y aficionados a la buena letra y a las puras imágenes de arena sal y sol.
El mejor alimento de los sueños
José González nos regala para la posteridad, algo que no tiene precio: una nueva mirada de esos campos, de esas olas, de esos cortijos, de esas gentes de ojos marchitos por el sol, una pócima mágica, para que los que son, como los que no son de allí, sientan un poco más esa tierra.
No se puede pedir más, o quizá muy poco más. El autor (Pepe de Piedad) no ha salido de su casa y ha escrito un libro de relatos oceánico, una narración fabulosa de guiños, que sirve -nos sirve- como el mejor alimento de los sueños.
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