La sala acoge, con cierto aire sobrecogedor, 30 esculturas. Son de una tierra oscura, primitiva, arcaica, casi fósil. Un viaje por la vergüenza o, más exactamente, por la vergüenza de ser humano. Javier Huecas explora con crudeza la condición humana, sus vicios y sus más terribles cobardías, en una suerte de retablo contemporáneo en el que la vergüenza de pertenecer a nuestra propia especie se eleva como un grito.
En un lateral de la sala, casi una sombra gris, aparece la oración del espectador:
“Señor, que no sea yo un avergonzado, que no se regocijen de mí mis enemigos. Que se encienda una lámpara y alumbre a quien habita en esta casa. Avergonzados y humillados serán todos. Todos son, menos yo, culpables de la gula. Del deseo, la ignorancia, la ostentación, la envidia. De colocar la piedra fuera de su lugar. De secar los torrentes y marchitar las hojas. De cortar las cabezas de nobles animales. De exhibir el trofeo. Señor, cúbrelos de vergüenza, te lo ruego. Que se encienda la luz sobre los cielos. Que ilumine los huesos y la mueca. Y que, bajo tu luz, se queden atrapados en este gran museo. Yo, que no tengo culpa, miraré esta infinita naturaleza muerta, de tu mano”.
Y es que, más allá de la exquisitez plástica de las figuras, de su gran elegancia y admirable ejecución, late un mensaje directo que interpela a cualquiera que por ellas pasee: la culpa, la vergüenza y la complicidad en la aniquilación. Una denuncia ética que conecta con la visión de su autor sobre el mundo actual y sus miserias. Sobre la imposibilidad de escapar, de encontrar ya reductos de pureza, de una cierta inocencia o de auténtica paz.
Los temas
Varios son los temas recurrentes de estas obras, en las que se retrata al hombre como único ser disconforme con su nacimiento. Un mensaje de profundo pesimismo, como puede observarse en “los atrapados”, una composición deudora quizá de Schopenhauer, (“el pájaro en la jaula / canta no de placer, sino de rabia”), en la que el ser humano se encuentra atrapado, sin salida aparente, en una sucesión de imperfecciones morales, de la infame vergüenza de un pecado original cometido en este mismo instante, del que nadie se puede sustraer.
Así se hace evidente en la imposibilidad de hablar, casi de respirar, de las primeras cabezas, o en la promesa de un futuro caos que subyace en la acción, por pequeña que sea, de la mano del hombre. Un hombre que, más que estar escindido de la naturaleza como en el Romanticismo, se enfrenta a ella en una lucha sin reglas, honor u objetivo.
Pecados capitales
Los 7 avergonzados esconden su rostro ante la mirada de un espectador que no es distinto, en realidad, de ellos mismos. Como un pensador que volviese la cara incapaz de sostener la mirada de sus semejantes, estas figuras son un autorretrato de cualquiera y abren el paso a una nueva lista de pecados capitales.
Es difícil decir si hay o no un mínimo hilo de esperanza en esta representación de la vergüenza de ser humano. Pero lo que sin duda se puede observar es, por un lado, un inesperado sentido del humor, cáustico y habitual en la obra de Huecas, que matiza de algún modo la gravedad pesada que destila. Por otro, la impecable técnica que da cuerpo a estas piezas, su justa escala, el medido equilibrio entre la aparente sencillez o tosquedad y la profunda delicadeza de su discurso plástico. Características ya presentes, de una manera u otra, en toda su obra anterior, cuya vertiente escultórica puede verse también en el paisaje urbano de Almería (“Las Gárgolas”, frente al teatro Apolo o “La espera”, en la plaza de San Sebastián).
Tras contemplar las “cabezas exhalando el último suspiro” que presiden la sala, aparece el trofeo de nuestra propia infamia y la vergüenza se llena de gran melancolía por todo lo perdido. Por la comunión destruida entre el hombre y su entorno natural.
La realidad
Si en la “pintura de verano” de Huecas (y del Grupo de Aulago) el pintor quiere ser un eslabón de unión entre la naturaleza y el ser humano, borrando su conciencia personal en el propio paisaje, estas “obras de invierno”, nos devuelven brutalmente a la realidad: nuestra imposibilidad de respetar la tierra, de respetar al árbol, a los animales y al propio ser humano.
La exposición ‘Avergonzados’, 30 esculturas en gres monococción de Javier Huecas, será inaugurada en la Galería Arte21, situada en la calle de las Tiendas 20, Almería, el día 6 de octubre a las 8,30 de la tarde, pudiendo visitarse hasta el próximo día 19 de noviembre.
José Miguel Gómez Acosta es director de la revista ‘Márgenes Arquitectura’ y poeta. Tiene en su haber el Premio de Poesía Experimental de la Fundación Jorge Guillén por ‘Reescritura’ y el Premio Federico García Lorca de Poesía de la Universidad de Granada por ‘El Gran Norte’.
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