Digan lo que Dylan, los demás

La concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan ha marcado la actualidad cultural de los últimos días:

Bob Dylan, premio Nobel de Literatura, en una imagen correspondiente al año 2012.
Bob Dylan, premio Nobel de Literatura, en una imagen correspondiente al año 2012.
Antonio Álvarez
01:00 • 15 oct. 2016

Pues ya estamos por aquí, como el otoño, sin comerlo ni beberlo. La polémica está fresquita, como la venganza, que es un plato que se sirve frío. La Academia sueca confeccionó un menú inesperado, ‘cool’, tanto, que ha pillado a todo santo viviente a contrapié leyendo entre líneas. Durante años Robert Zimmerman (el bardo de Minnesota) estuvo en las quinielas, como el escritor nipón de Tokio Blues, siendo objeto de mofa. Pero la cosa este año ha ido tan en serio, que no es para tomar a broma el asunto. 




No creo en los premios, sobre todo cuando uno se presenta sabiendo que va ganar. Detrás de ellos hay mucha dinamita mercantil, y para el posicionamiento en cualquier terna, todos intuimos que hay mucha palmada en la espalda y cóctel aliñado de empatía labrada. Sinceramente, creo que a Bob Dylan le importa un carajo el Nobel, afortunadamente él está por encima del bien y del mal. Ha planeado por todos los blues, los paseos desoladores, el matrimonio, el “mártirmonio” (acabo de inventar una palabra), el colaboracionismo sionista, el catolicismo militante, el portavoz de una generación contracultural sin querer serlo, el acorde de un gospel a favor de los derechos civiles, la cazalla del Green­wich, la prosa infumable de Tarántula después de haberse fumado todo y haber llamado a las puertas del cielo con prórroga: afortunadamente en la vejez ha editado unos trabajos espléndidos desde Time out of mind hasta Tempest. Dylan ha buceado en los sótanos, en la cocaína, en giras interminables de discos horrendos también, en la tradición country cuando todos querían ser hippies, en los versos orales del pueblo, en los aullidos de la generación Beat que entre los años 40 y 60 del siglo pasado pusieron patas arriba la “literatura americana” (Kerouac, Ginsberg,...). Dylan se ha traicionado constantemente a sí mismo en la eterna búsqueda de su canción. 




¿Es literatura Dylan? El ditirambo de los fans (servidor lo es) ante su resplandor mesíanico de estrella del rockandroll, folk o berrido con sentido no debe empañar el que creo para mí es el quid de la cuestión. No es el personaje, sino lo que representa, lo que para mí es trascendental. Si nos atenemos a la RAE (bote salvavidas ante el laberinto de las palabras) y como primera acepción, define Literatura como “el arte de la expresión verbal”. Uno, que chapurrea inglés, no se entera ni papa de lo que canta el tío Bob, pero desde joven ha sentido fascinación por un tipo que según los cánones ni canta bien, ni toca bien, y escribe algo en otra lengua, pero su mantra era (y es) evocador, libre, salvaje, contradictorio: demasiado humano. Uno crece y analiza que bajo el paraguas de una sencillez musical, y unas letras traducidas que ya  alcanzo a asimilar, el todo es lo que hace el plato, y el genio es un puñetero “escritor de canciones” como pocos en esta tierra maldita, así lo definiría yo. No es poeta como tal pero da el pego, no es músico labrado en pentagramas, sino en el copipega folkblues pero su tonada araña el alma. Un género, ¿menor?, como la escritura de canciones, o como pueda ser el periodismo cuando toque, se ve galardonado. Y, ¿qué quieren que les diga? Los que nos dedicamos a jugar con versos y notas nos sentimos en cierto modo también agraciados. Si es merecido o no, no nos incumbe. La novela era un género menor y denostado, probablemente nadie hace cinco siglos hubiera premiado, de existir un Nobel, a un novelista como Cervantes. Los tiempos siempre están cambiando.









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