Suele decirse aquello de “está todo inventado”. Hace cosa de un mes todos los informativos se hacían eco de que había gente que, disfrazada de “payaso diabólico”, aterrorizaba a los transeúntes por las calles de medio mundo. Las redes sociales estallaban en un encendido debate sobre este tipo de bromas. Pues bien, no es algo nuevo precisamente. Los cronistas de hace más de un siglo también se encontraron en su día con fenómenos parecidos, que se han ido extendiendo a lo largo de los años. He aquí algunas de las más curiosos acontecidos en Almería.
El “fantasma” del garrote
El caluroso verano de 1901 fue complicado para los vecinos de Cuevas de los Medinas. En esta alejada pedanía de Almería, a la hora de dormir se dejaban las ventanas abiertas para que entrase el fresco. Pero lo que entraba no sólo eran frescas corrientes de aire, también un invitado no deseado. Ataviado con una sábana, alguien entraba de casa en casa propinando garrotazos a sus moradores, despertándolos en plena madrugada. Un domingo incluso un vecino ni corto ni perezoso se lio a tiros con el “ente”, lo que suscitó preocupación en el barrio, que clamaban a las autoridades para que dieran con el bromista antes de que hubiese una desgracia.
Los fantasmas de la capital
En Almería capital también hubo este tipo de episodios. Algunos no pudieron ser resueltos, como el acontecido en septiembre de 1895, en los aledaños de la Calle de las Cruces, donde los vecinos andaban atemorizados por la presencia de un fantasma durante varios días. La prensa local hizo una coplilla con cierta sorna: “Tan quiméricos temores / en la Calle de las Cruces / extrañar hacen, lectores / en… el siglo de las luces”.
Otro caso parecido sucedió en las calles transversales a la de Granada, también en septiembre pero de 1906, cuando un supuesto espectro aterrorizaba de madrugada a los que osaban pasear por aquella zona. Lo curioso es que las autoridades estaban al tanto de la preocupación de los vecinos, pero algunos agentes de la autoridad no se atrevían a llamar la atención de aquella presencia, por temor a que se tratase realmente de un “alma del otro mundo”, contaba textualmente la prensa de la época.
La fantasma del revólver
Mucho más sonado fue lo que sucedió en noviembre de 1912, cuando tras varios días de apariciones de un “fantasma” en las calles Gran Capitán y Regocijos, había personas que no se atrevían siquiera a salir de sus casas cuando caía la noche y era la comidilla en toda la capital. Hasta que una noche aquella aparición se topó con el cabo de serenos Antonio Ibarra, que al verlo se dio a la fuga, y a verse perseguido por el sereno, disparó dos veces con un revólver contra él, errando sendos tiros por suerte para el funcionario. El fantasma saltó la tapia de un huerto y se perdió en la noche. Hasta el lugar se personaron más de veinte serenos y cuatro policías que estuvieron buscando al huido, sin éxito.
La fantasma de La Chanca
En diciembre de 1933, Soledad Moya se encontraba frente al del desaparecido Hospicio viejo, cuando de pronto “le salió una aparición de regular corpulencia, vestida de negro y que al parecer se dirigía a ella con ánimo de llevársela al otro mundo”, según ella misma contó esa madrugada en la Comisaria de Vigilancia. ´
Describió a los agentes con el miedo en el cuerpo, que la sangre se le heló y no tuvo los arrestos necesarios para decirle a la aparición lo que se acostumbraba preguntar en aquellos casos: “De parte de Dios te pido que me digas quién eres”. Simplemente salió corriendo con tan mala fortuna que cayó de rodillas al suelo haciéndose una herida en la rótula derecha. Tras unas pesquisas entre los propios vecinos, se concluyó que la fantasmagórica aparición no era otra que su vecina Carmen Fernández gastándole una broma ataviada con un mantón negro sobre la cabeza y una escoba.
El fantasma rojiblanco de Íllar
En el Pago de las Peñuelas, dentro del término municipal de Íllar, alguien decidió innovar con la indumentaria de fantasma. Vestido con una gran tela roja por el cuerpo y una caperuza blanca, se abalanzaba sobre cualquier reunión de vecinos en el lugar. Unos lo llamaban “el alma en pena”, otros “el hombre fantasma”. Pero el 19 de julio de 1910, asustó a un grupo de jóvenes que decidieron poner en conocimiento de sus mayores lo ocurrido, y la suerte de nuestro fantasma cambió.
Esa misma noche, labriegos con armas de fuego y herramientas del campo fueron en su busca, aunque consiguió escapar y estuvo una temporada sin volver a aparecer. Sin embargo también se puso en conocimiento de la Guardia Civil, que tras investigar el caso dieron con el culpable, José García Almécija, vecino del pueblo y persona muy conocida, que acabó “de cuerpo presente” en el calabozo de la benemérita.
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