El pasado 19 de noviembre concluía la XV edición del Festival Internacional de Cine de Almería (FICAL). Dejar pasar unos días tal vez no sea del todo inadecuado para realizar una serie de reflexiones al respecto.
Se ha hablado desde Diputación de que FICAL ha sido “nuestra carta de presentación en todo el mundo” y “de una semana con gran movimiento económico que ha situado a Almería en el epicentro del cine a nivel nacional”. Por su parte, para Enrique Iznaola, el director del festival, la enorme difusión del festival se ha cifrado en que “los actores, directores y cineastas participantes han disfrutado mucho del Festival y así lo han contado a todos sus seguidores a través de las redes sociales. Nunca habíamos tenido una alfombra roja con tantas caras conocidas que han reportado gran fama y prestigio al Festival, a la ciudad y a los patrocinadores que han unido su marca a esta edición de FICAL”.
Salvo que se esté hablando en otros términos que los cinematográficos, siento disentir acerca de esta extraordinaria difusión de la que presuntamente ha disfrutado el festival. Creo conocer algo el panorama cinematográfico español, sobre todo en su vertiente de la crítica cinematográfica, y tener de una forma u otra relación con muchos de los críticos españoles. Bien: no se trata solo de que prácticamente nadie de fuera de la ciudad (y aún menos de revistas especializadas, supuesto espacio privilegiado para cubrir los festivales) cubra FICAL, ni que se interese por él, sino que ni siquiera conocen su existencia. Aunque sea a título anecdótico, he preguntado a varios compañeros de diversas ciudades y ninguno, sin excepción, conocía siquiera su existencia. El Festival de Cine de Almería ocupa un lugar diríamos que irrelevante, y desde luego muy desconocido, dentro del panorama cinematográfico nacional. ¿Puede ser porque el cine apenas es su verdadero interés, porque solo lo sea como excusa?
En una ciudad pequeña como Almería no puede sino hacerse un festival de cine de dimensiones más o menos modestas, eso es comprensible y deseable; en realidad creo que lo que se hace en Almería no es un festival alejado de los grandes fastos de otros festivales, pero al fin y al cabo un festival con personalidad propia, sino una miniatura, que es una cosa muy diferente: según la RAE, una miniatura es o una cosa muy pequeña (que no es el caso ni tiene por qué serlo) o (que es el sentido a que nos acogemos) la “reproducción de pequeño tamaño de un objeto”. Es decir, el Festival pretende emular los modos de los grandes festivales pero, claro, a escala muy pequeña, rozando con frecuencia el efecto kitsch, o como mínimo la caricatura. El Festival de Almería solo puede encontrar un espacio cinematográfico, una relevancia más allá de nuestras fronteras, encontrando una definición precisa y ajustada, delimitando un espacio delineado en términos cinematográficos.
¿Qué significa esto que acabo de señalar acerca de la emulación, en escala pequeña, de los modos de los grandes festivales? Pues tomar de ellos sobre todo lo que menos tiene que ver con el cine como modo de expresión, como manifestación cultural: en resumidas cuentas, lo que de farándula y escaparate tiene el cine. Se me dirá que traer a Catherine Deneuve, por ejemplo, es una inversión muy rentable de cara a la proyección internacional del Festival. Creo que no es cierto: es ridículo pensar que el premio recibido por la actriz, que rodó hace cuarenta años aquí una película que nadie recuerda, va a tener algún impacto mediático en el panorama cinematográfico internacional. Un acto como ese parece tener, a mi juicio, una finalidad que se cifra en todo lo contrario, una perspectiva meramente localista: una suerte de efecto de deslumbramiento, proporcionar la imagen —pero no la realidad— de cierto “internacionalismo”, una estrella mundial descubriendo su estrella de la fama en una calle de Almería. Una caricatura.
A veces se olvida que este tipo de eventos se sostienen con el erario público, es decir, con el dinero de todos nosotros. La pregunta que habría que hacerse (siguiendo la orientación ya célebre de “Garganta Profunda”) es: ¿a quien beneficia esta inversión de dinero? Sin duda la crítica más extendida acerca de FICAL (pero aplicable también a ediciones anteriores) es la abrumadora presencia de políticos en los actos y las decisiones del festival, por no hablar de su acaparador anhelo de protagonismo en la proyección pública del mismo, su irreprimible afán por “salir en la foto”, para entendernos. Uno tiene la sensación de que los supuestos responsables creativos, cinematográficos, del festival son poco más que fieles y dóciles escuderos. Pues la palabra, el centro de la foto, los focos, son casi siempre para los políticos, que con frecuencia llevan la voz cantante a la hora de presentar ya no el festival sino incluso de hacer una valoración cinematográfica. Para un interesado en el cine (pero creo que también para buena parte de los almerienses) esto no puede sino provocar desinterés, cuando no abierto rechazo.
Creo que en buena medida nos encontramos ante la celebración más que de un festival de cine, la de un festival “del cine como excusa”. Se habla hasta la saciedad de “Almería, tierra de cine”, el típico eslogan político que encubre el vacío. Si algo falta en nuestra ciudad, de insigne tradición cinematográfica que no voy a descubrir aquí, es precisamente cultura cinematográfica. Pues ese es siempre el gran olvidado, el cine como cultura. Uno se pregunta si no sería deseable invertir al menos una parte del dinero gastado en “fastos” del festival, en otras actuaciones tales como aumentar los fondos de las bibliotecas, o de una buena videoteca, desde hace años apenas renovados, la puesta en marcha de verdad de la sede de la Filmoteca, formación adecuada… Si algo caracteriza no tanto el pensamiento político como el de los políticos es el “cortoplacismo”: su horizonte mental apenas suele sobrepasar (salvo excepciones, claro) los cuatro años. La inversión en cultura es pensamiento a largo plazo; la foto, el deslumbramiento de la “fama”, el fulgor de las “estrellas”, los fastos de las galas, son ya no solo muestras de una mirada a corto plazo sino, sencillamente, meras instantáneas. Creemos que esa inversión en cultura de la que hablaba sería provechosa para Almería TODOS LOS DÍAS, y de una manera más profunda. Y generalizada: para todos los almerienses.
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