Para ofrecer las crónicas telefónicas debían desplazarse a Cuevas del Almanzora y pedir a la telefonista del pueblo la llamada a cobro revertido. Las redes sociales, el satélite o internet todavía no reinaban. El sonido se recogía con los magnetófonos Grundig. Los periodistas de medios internacionales comenzaron a llegar. “Viajaba junto al entonces estudiante de Periodismo y colaborador de La Voz de Almería, Rafael Martínez Durbán, exdirector de Informe Semanal, el cámara y corresponsal de TVE Antonio Cano con su cámara y cinta de 60 metros y su esposa Pepita. Nos desplazamos en el Citroen dos caballos de Cano. Fuimos los primeros periodistas en llegar a Palomares”, señala Áurea Martínez.
“Hablamos con vecinos, tocamos todo el material y al día siguiente tuvimos que regresar por orden de Rafael Martínez de los Reyes, padre de Martínez Durbán, y delegado de Información y Turismo. Se nos ordenó regresar al día siguiente a Palomares con la misma ropa, incluida la ropa interior, metida en una bolsa para analizarla. A mí me quitaron los zapatos, que dieron positivo de radiactividad. Fueron momentos inolvidables, con heridos, restos humanos y de los aviones”, rememora mientras pasea a su perra Tula, rescatada de un centro de animales maltratados. Hubo desinformación, pese a que días después, el presidente de la Junta de Energía Nuclear, Otero Navascués, afirmara que se había conseguido dejar Palomares en las mismas condiciones en las que estaba antes del accidente, en línea con el embajador Duke y el comandante de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, general Wilson. Los hechos demostraron que ninguno de los gobiernos actuó con apertura para acabar con el estigma Palomares.
Hoy la autoridad del reportero de Canal Sur, José Herrera, autor de Accidente nuclear en Palomares. Consecuencias, 1966-2016, vuelve a denunciar que siguen hectáreas contaminadas, arrinconadas en un perímetro. Palomares sigue abierto para la historia aunque sus vecinos están cansados. Por la ausencia de libertad, se recurría a los boletines en castellano de radio París o la BBC. Desde siempre, el silencio contribuye a la confusión.
En Radio Juventud, dirigida por el innovador Sigifredo Ortega, luego por Roberto del Río y el inolvidable Juanjo Pérez, Áurea Martínez Navarro (Almería, 1941) era la única redactora, en aquel periodo de la década de 1960. Tras los estudios en la Escuela de Periodismo, que dirigía el ortodoxo falangista Juan Aparicio, consiguió plaza de redactora. “Recuerdo”, dice, “una entrevista que le formulé dentro del agua al ministro Fraga y al embajador Duke. Tuve que ser muy astuta porque no permitían acercar la grabadora de mi compañero José Miguel Fernández”. Martínez Navarro vivió el periodismo desde pequeña dado que su padre, Juan Martínez “Martimar”, un mítico periodista del decano de la prensa provincial. Martimar fue redactor jefe y director en funciones durante algún tiempo de La Voz de Almería así como director de Hoja del Lunes. “Quiero destacar a dos añorados reporteros gráficos como el de LA VOZ DE ALMERÍA, José Mullor, padre de Pepe Mullor y Diego Guirao, corresponsal de la agencia Cifra (en la actualidad agencia EFE) que se metieron en el agua”.
Dejó el periodismo radiofónico dado que se presentó a unas oposiciones de la Administración que compatibilizó como corresponsal de RNE y EFE hasta el año 1983. Posteriormente fue funcionaria durante el último medio siglo en el Gobierno Civil. Ha visto de todo en esa casa.
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