Me abro paso en la noche de un viernes de enero en nuestra ciudad, entre el cansancio, un incipiente constipado y el reggaton callejero de los coches, cada vez más invasivo. Me lo quito todo a manotazos, nada importa, hoy no. Simplemente tengo una cita con Él, mi hombre del espejo.
La Jackson Dance Company promete deleitarnos con El legado del mejor artista de todos los tiempos, y yo me acerco al show con la dosis de escepticismo suficiente, compartida con la confianza que se le debe a quien capitanea este proyecto, Ximo MJ. Un español que ha sido reconocido por el club de fans del rey del Pop en nuestro país.
Nos recibe un teatro Cervantes con el cartel de no hay billetes y una música ochentera que rápidamente me quita los mocos y me devuelve mis apuntes de la carrera, mi escuadra y mi cartabón por micrófonos, mientras vuelvo a bailar en mi cuarto de estudiante.
Y por fin aparece, sale de la cápsula de la inmortalidad con su traje dorado y negro, sus calzoncillos por fuera, sus gafas de sol en la oscuridad, incitándonos a saltar, a volar con su primer tema, Jam. Ha llegado Michael Jackson. Y el público enloquece.
Wonna be startin´ somethin´ dará paso a las lentejuelas del cuerpo de baile y al mantra musical más famoso de todos los tiempos: mamase mamasa mama coosa, y con el que yo vuelvo a descalzarme el alma para ser una africana exultante alrededor de una hoguera.
La pelea entre bandas con Beat it nos empieza a meter en situación según una historia de dos enamorados que se reencuentran, y que hace de hilo conductor del show, resultando útil para sentirnos ellos, los eternos jóvenes, para flotar en el universo Michael… aquellas tardes de dudas, de soledades de amor…
El Jackson egipcio también reaparece ante nosotros lozano, como las pirámides de fondo, a través del tema Remember the time.
Smooth Criminal nos transporta a las películas de gansters y al álbum más elegante de Michael, el cual lleva implícito un homenaje a su adorado Fred Asterie, quien lo reconoció en vida como su digno sucesor.
Billie Jean, nos sienta en la primera fila de aquella actuación de 1981 en el 25 aniversario del sello discográfico de la Motown, cuando fue coronado como el verdadero rey del Pop.
Y llega Thriller con la preliminar proyección del video original, mientras nos sorprenden los muertos vivientes saliendo desde la platea hacia el escenario, representando a la postre la coreografía más famosa de todos los tiempos.
Man in the Mirror, Heal the World, Black and White, van siendo escenificadas al detalle por nuestro Jackson patrio, que ha dejado de ser Ximo hace muchos minutos.
Es un acierto por parte de la compañía circunscribirse a que el protagonista baile y deje al propio Michael, al de siempre, que sea quien nos cante. Es imposible imitar sus dos facetas con solvencia y ellos han sido sabios en la elección.
Pelucas de colores a lo afro nos devuelven a Los Jackson 5 con ABC, 123, DO RE MI, mientras la voz aguda de niño de nuestro héroe musical nos arropa con el perfume de los setenta.
El broche de oro, con un coro vestido de impoluto blanco, quedará para We are the world, el himno que unió a los mejores artistas del momento, y yo diría que de todos los tiempos, en 1985, en aquella perfecta armonía, que dirigió el propio Michael en apoyo del proyecto USA for Africa. Con él se intentaba paliar la hambruna de Etiopía. Vuelvo a escucharla mientras escribo esta letras y vuelvo a emocionarme exactamente igual que la primera vez, cuando recibo la desgarrada voz de: Tina Turner, Bruce Springsteen o Cindy Lauper, mientras Diana Ross o el inconfundible tono de Stevie Wonder rematan el cuadro. Y él, Michael Jackson al mando del mundo de su plenitud, con la aquiescencia de todos los que allí se dieron cita para rendirle pleitesía. Entonces se produce la magia: vuelvo a sentir que se puede cambiar el rumbo y que amo a mi planeta sin condiciones a través de la música, que el arte me hace mejor persona y que los niños del mundo de todos los tiempos nos interpelan con un enorme porqué al que no podemos darle la espalda, ni entonces ni ahora.
Yo fui una de las que se vistieron de blanco y acudí al cine en 2009 a ver This is it un jueves por la tarde. Allí, casi sola, lloré todo lo que tenía que llorar cuando me reencontré con su voz y su cerebro de artista superdotado, pilares de su leyenda y su legado; del preludio de lo que suponía para él mismo y a para sus fans su vuelta a los escenarios; de la emoción de todos los excepcionales bailarines y cantantes escogidos en un casting mundial, que no dejaban de manifestar su emoción, la ilusión de su vida, al estar preparando aquella obra de arte sin precedentes y que nunca pudo nacer. Me deshice en un cine como nunca en el funeral de nadie. Habíamos perdido al frágil ser que habitaba el mito, perdimos a Michael Joseph. Pero coincido plenamente con las palabras de decepción de Kenny Ortega, el productor del show, cuando después de ofrecer al mundo el precioso documento tejido con parte de esos ensayos, y todos los periodistas le formulaban la misma pregunta: ¿De verdad que después de ver la cinta, solo le llama la atención la delgadez de Michael?
Salí del Cervantes exultante, cantando y bailando como entonces, como siempre. Porque el Legado de Michael Jackson vive dentro de mí, al que recurro casi a diario para proveerme de mi dosis de energía positiva antes de enfrentarme al color reggaton, que pretende inundar el presente musical de pobreza mental.
Forever Michael. Gracias por existir.
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