Las Dulces tardes poéticas de La Dulce Alianza, organizadas por Aníbal García, trajeron la otra tarde, cuando la ola de frío polar, un recital a cargo del poeta Manuel Vilas, nacido en Huesca, donde también se amotina el frío en invierno, acompañado por la acordeonista María Noëlle, que interpretó bellas piezas como ‘La vie en rose’. Antes, el incansable organizador de estas veladas recordó que el lugar y el momento son depositarios de la lentitud y del sosiego.
Manuel Vilas comenzó a recitar y salieron desbocados los caballos del poema. Elevó el tono en una tarde que languidecía, que no estaba hecha para sobresaltos ni para versos inflamados. Se cobraron los primeros murmullos y a continuación llegaron las carcajadas. Porque a Vilas el humor le sale a borbotones en poesías como ‘HU-4091-L’, la matrícula de un antiguo automóvil que le dio tardes de gloria y que hubo de cambiar por un plan Prever de cuatrocientos euros. Una de las estrofas dice: “Doscientos sesenta y ocho mil kilómetros hemos estado juntos. Fuimos felices. Fuimos grandes y definitivos. Te doy un beso delante del chatarrero y de un negro que lleva un chorreante radiador en una mano. Te he amado más que a mis amantes, más que a mi perro; casi tanto, pero no tanto, eh, como al dinero”.
Insatisfacción permanente
Poseedor de prestigiosos premios de poesía como el ‘Ciudad de Melilla’ o el ‘Generación del 27’ y escritor de periódicos, Vilas recorrió algunos de sus poemas, como ‘Amor’ o ‘El inmaduro’, que trata la insatisfacción permanente de quien le sabe a poco una existencia: “Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma”.
Con el verbo crepitante y el público embarcado en su escogido poemario recordó que ‘Elvis’ lo escribió “después de un recital aquí mismo en Almería, al que me invitó Pepe Andújar, a quien se lo dedico”. Y fue acabando la noche con el descollante ‘McDonalds’: “Es el mejor restaurante del mundo. Es un restaurante comunista. Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo, aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco, al lado de un cartel que dice ‘I’m lovin’ it’.
Tengo una bota encima de un charco de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota. Una nata blanca, despedazada. Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia”.
Imágenes, silencios
Manuel Vilas, con ese tono elevado que fue durmiendo el sosiego, confirmó la originalidad de su literatura, tan abultada de imágenes, pero también de silencios, de silencios que nadan en ‘Los nadadores nocturnos’, donde los hombres no hablan, coinciden en el bar después de ocupar las siete calles de la piscina, pero no hablan.
El iconoclasta Vilas vino a Almería una vez más y no sabemos si recibirá la inspiración, ojalá que sí, para un nuevo poema que venga a recitarnos dentro de unos años. Entretanto, esperamos mientras tratamos de zafarnos del invierno.
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