En este invierno, más propio de la meseta y el Norte que de lugares meridionales, el frío parece que no quiere dejarnos. Sin embargo, en la noche del jueves, los que acudimos a la inauguración en el Museo de Arte de la exposición de Francisco García Jiménez (1924-1991), ‘Pituco’, como se le conoce artísticamente, olvidamos algo de ese frío contemplando una exposición que les recomiendo visitar.
Pituco nace en Granada, pero es un artista almeriense. Con apenas doce años llega a nuestra ciudad y terminada la guerra civil empieza a trabajar, dorando y restaurando, en el taller de Jesús de Perceval. Con el maestro, que oficia su bautismo, nombre incluido, permanece hasta que cumple 19 años. En sus cuadros, como en los de los jóvenes pintores de aquel momento, las influencias de Perceval son más que evidentes. Pituco perfila las figuras de sus lienzos con apenas unas líneas, trazos sencillos, sobrios, esenciales, pero con la fuerza de lo primigenio, como los colores primarios que utiliza, y desde una concepción muralística, otra influencia más del arte italiano. Entre los postulados de esa pintura, tan del gusto de Eugenio d’Ors, destacan los volúmenes de las figuras, cuerpos casi escultóricos, que se repiten en la mayoría de pintores del movimiento indaliano de la primera época. Una estética que además trae a los lienzos lo autóctono, las raíces ancestrales de estas tierras: la austeridad y la fuerza, la luz solar reflejada en los humildes muros encalados, su vegetación... Mujer desnuda con guitarra (1962) y Jolgorio en la solana (1951), esta última obra con la que participa en la 1ª Bienal Hispanoamericana de arte, Madrid, 1951, son algunos ejemplos en los que las figuras aparecen en su esencialidad, despojadas de abalorios, y con toda su belleza original.
Pero en Pituco, esas influencias autóctonas se compensan, sobre todo en sus tintas y dibujos, con el trazo de línea clara, fino y elegante, seguramente aprendido con Cañadas, con quien trabaja en los murales de la antigua estación de autobuses, edificio hoy dedicado a fines comerciales -de este tema hablaré en otra ocasión- que deja profunda huella en su obra, aportando delicadeza y modernidad.
Pero tras estos inicios indalianos, Pituco se aventura con el descubrimiento de la obra de Picasso en otras formas expresivas. Su interpretación de universo cubista del malagueño coincide en ocasiones, sobre todo en sus tintas, con la que hace Zabaleta, un artista muy vinculado a Almería, a través de su amigo Perceval pero también de otros amigos y familiares de Quesada que residían en nuestra ciudad. Pituco, sin embargo, parece que aúna en su obra lo intuitivo del artista con todo el aprendizaje adquirido, lo hizo en sus principios con Perceval y lo hace, en ese momento, con Picasso.
En la década de los 60 la calidad de los bodegones de Pituco es digna de mencionar aquí. En Bodegón (1968) o Bodegón (1966), el artista ha revalidado ya su aprendizaje y pinta no la realidad sino una interpretación de la misma. La paleta de colores se vuelve también más sutil, el color parece como si quisiera desvanecerse y liberarse de la línea, y las formas, sugiriendo espacios y sombras. Viendo estos tempranos bodegones uno piensa en la proyección de la pintura de Pituco… Pero creo que la trayectoria artística del pintor terminará siendo circular, y no me refiero exclusivamente a los temas elegidos sino al tratamiento pictórico, al estilo. En la década de los años 70 vuelve a pintar arlequines, un motivo que atrajo a otros indalianos, Capuleto, Cañadas, o Antonio López Díaz, en su primeros años, y que Pituco ya había pintado, y vuelve a pintar incluso en la siguiente década, la de los 80. Siguen siendo estos cuadros, de buena factura, concebidos desde planteamientos estéticos indalianos, aunque por esos años ochenta también Pituco realiza Desnudos con cántaros (1987) o Mujer desnuda tumbada de espaldas (1987), tintas de pequeño formato pero muy interesantes en su concepción que incorporan de nuevo al artista en la senda más creativa.
Hay en esta exposición, Pituco, Vanguardia indaliana, que recupera a un artista que se prodigó poco, y parecía ya olvidado, su última muestra individual en Almería fue en 1982, cuadros de una extraordinaria calidad. Motivo pues de alegría, algo bien visible entre los asistentes al acto de inauguración, el pasado jueves, especialmente entre la familia que ha conservado en las mejores condiciones esta obra, pero también en Juan Manuel Martín Robles, Director del Museo y comisario de la exposición, y en José Manuel Marín, coleccionista y marchante, uno de los artífices de la exposición.
El conocimiento de la obra de Pituco ayuda a completar la visión de una escuela pictórica, la indaliana, que fue en sus mejores artistas y sus mejores momentos, a finales de los años 40, una referencia a nivel nacional. La constatación de ello la encontramos en algunas de las obras de Pituco en el Museo de Arte, una exposición emotiva y memorable.
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