“No resulta fácil definir la forma en la que se conciben las obras como tampoco lo es el hecho en sí mismo”, reza la presentación de ‘Paramodern’. Lo último de Manu Muñoz (Cabo de Gata, 1977) puede verse en la galería Blanca Soto de Madrid hasta el próximo 25 de marzo.
Decía que ‘Into Nowhere’ (junio de 2016) apuntaba a fin de ciclo. Sin embargo, ‘Paramodern’ parece continuista… ¿O hay esbozos de una nueva etapa?
A veces hay finales que se prolongan en el tiempo, que podría ser el caso. Tal vez haya cosas heredadas directamente de ‘Into nowhere’ como de casi todas las series anteriores. Es algo difícil de medir y tampoco me temblaría la voz en desdecirme de aquello (risas)... En términos conceptuales, hay muchos paralelismos, efectivamente, aunque sí que hay una manera de proceder diferente, menos dirigida, menos pensada, dejando paso al azar y a una actitud menos consciente.
Afirma que no hay un discurso personal más allá de la propia ejecución. ¿Cuál es el impulso que le ha llevado a crear estas obras?
No pretenden ser obras narrativas ni pretendo contar una historia sino que apuntan a ser vistas desde una perspectiva más emocional, donde lo representado no sea el eje de la obra sino un elemento más. Lo que busco es que el espectador ‘olvide’ en cierto modo lo que reconoce en el cuadro y ponga a funcionar ese lado no tan dirigible de las sensaciones. La temática es casi un pretexto, aunque me gusta trabajar con imágenes o estéticas que me den juego, que me permitan desarrollar recursos plásticos diferentes.
El título de ‘Paramodern’ (‘al margen de lo moderno’, podríamos traducir), ¿es ironía o sinceridad?
Es un guiño, sin más, a la ‘parasinceridad’ del mundo moderno. Viene a subrayar mi perspectiva sobre cosas como esa necesidad tan contemporánea de que todo deba ser nuevo, rompedor y sensacional. Al final, lo que realmente nos pone son las mismas cosas que hace dos mil años: la belleza, el sexo, el poder… da igual cómo las disfracemos, cómo nos disfracemos; nadie quiere ser nadie. Casi nada de ‘lo nuevo’ es nuevo, esa es la realidad. Salvo excepciones, seguimos siendo ese burrito que gira tras la zanahoria. Pienso que deberíamos aceptar con calma que no vamos a dejar de ser espectadores del tiempo, que un día no estaremos y que mientras estemos hay que complicarse poco, hacer el bien y disfrutar.
¿Hay mucho postureo en el arte contemporáneo?
Sí, evidentemente. Como en cualquier ámbito, quiero pensar. Al final todo el mundo quiere buscar su lugar en la tierra y sentirse parte de algo, pertenecer. Es algo muy natural. El arte siempre ha sido ‘sexy’ y, por tanto, pertenecer a él siempre ha sumado puntos. Lo que me consuela es pensar que las artes plásticas aún no están demasiado contaminadas por ese postureo, por esa vanidad sin fuste. A ciertos niveles es algo que no tiene una vida muy larga y no está bien visto. La música, por ejemplo, tiene un filtro menos estricto; en la pintura nadie va convertirse en artista de ‘fama internacional’ por tener buen trasero o ricitos simpáticos. Aquí hay que trabajar mucho y bien o te mueres de hambre.
En la serie hay pasión y delicadeza (‘El beso sardo’, ‘Young Hawaiian Goddess’), cierto erotismo (’Perfidious angel’) y una suerte de exquisita violencia (’Mr. Nasty’). ¿Sentimientos y pulsiones del autor o del ojo que mira?
Pueden ser solo de autor, solo del espectador o que ambos confluyan. No necesariamente deben coincidir. Uno de los rasgos más preciosos del arte en cualquiera de sus formas es la subjetividad y dentro de esto se pueden dar miles de configuraciones en la relación autor/espectador.
En todas veo algo de onírico. ¿Han nacido de sueños o de pesadillas?
Si imaginar es una especie de sueño provocado, podría decir que sí. Me gusta representar escenas donde no todo obedezca a un orden real tal y como lo conocemos porque sería redundante y un poco absurdo. Una de las funciones del arte es la de crear mundos nuevos, aunque sean pequeños o inhabitables. Al final es algo que sale de la imaginación para la imaginación, así que todo es posible.
En su estudio, en el proceso creativo, ¿hay silencio, ruido, música?
Dependiendo del día puedo estar escuchando en la radio alguna emisora elegida aleatoriamente o si consigo wifi prestada escucho a Pixies, Satie, alguna cosa de música electrónica, Rosendo, etc. en Spotify. Hay momentos en los que dejo de escuchar, que estoy tan metido en lo que hago que ni me percato que la lista de reproducción se ha acabado o que la radio ha dejado de sonar y se queda todo en silencio.
El Brexit, Trump, los refugiados… ¿Aún cree en que el arte para derribar muros?
El arte puede valer para abrir mentes y que esas mentes piensen en cómo derribar muros. De forma indirecta puede que sea una buena herramienta pero no lo termino de ver como un arma. Desgraciadamente aún no hemos aprendido a resolver conflictos de forma inteligente, somos así y la cosa no va a cambiar. Los muros caerán y se levantarán otros, no sabemos vivir en igualdad ni fraternidad. Siempre habrá desigualdad y eso hará que haya diferencias. No aprendemos. Un ejemplo clarísimo es Trump y sus millones de votantes. No hay mucha diferencia entre él y un tirano medieval: se expresa igual, tiene comportamientos autoritarios basados en la fuerza bruta, es de naturaleza conflictiva y carece de sentido social. El tema de los refugiados nos tendría que avergonzar; me avergüenza como ser humano lo que está ocurriendo. Los gobiernos deberían de elaborar planes para la integración de esos refugiados y facilitar que la gente pudiera acogerlos al menos hasta que la situación se revierta. Yo no tendría ningún problema en hacerlo. Mirar para otro lado nunca va a ser una solución.
Blanca Soto es su talismán en Madrid. ¿Qué supone llevar su obra allí?
Llevo trabajando con Blanca Soto más de quince años y la sensación es como llegar a mi casa. Ella me ha visto crecer como persona y como artista, le tengo un amor casi parental. Además, el proceso previo a la exposición, las conversaciones sobre las obras..., siempre son divertidísimas, nos reímos un montón.
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