El uno de noviembre de 1979 nacía Tricicle en Barcelona como compañía de gesto, representando pequeños sketches en calles y espacios alternativos. De ahí saltaron al panorama nacional de la mano del mago del espectáculo Chicho Ibáñez Serrador. Los que tenemos edad para recordar a Ruperta, precisamente éramos la media de edad que llenábamos el sábado pasado el auditorio de Roquetas de Mar, con dos sesiones de Tricicle y su último espectáculo: Hits.
Hits. Hitos, ingeniosos, teatrales, sobresalientes o humor, inteligente, trepidante y sorprendente o hilarantes, individuos, tragicómicos y solazosos. Podrían ser cualquiera de las diferentes combinaciones de palabras que definen el acrónimo de este espectáculo, donde doce sketches elegidos por redes sociales entre su público, representan a los diez espectáculos que conforman su carrera de casi cuarenta años.
Sorpresa: base del éxito. Y comienza. Una voz en off nos dice que de entre el público se van a elegir a tres personas para representar los personajes más famosos del trio de humor, con una luz que comienza en la oscuridad a dar vueltas por la platea. Obviamente los elegidos son ellos, que se han sentado en medio minuto estratégicamente entre el público. Primera sorpresa, la base del éxito del humor.
Sketches inolvidables. Después nos deleitarán con partes de sus espectáculos. Por ejemplo, el homenaje a la película 2001: Una odisea en el espacio, donde recordamos entre la carcajada continuada, aquella mano de comer bichos que se dan los tres trogloditas que aún no han descubierto la silla.
Después llegará el aeropuerto. El sketch donde se encuentran tres hombres en una terminal y cómo acaban comportándose de manera casi idéntica, en su baile postural de cruzado de piernas imposible, melodías de móviles hilarantes o el personaje del pesado de turno, que aprovecha la espera para intentar vender a los demás productos absurdos. Por la megafonía del aeropuerto dirán entonces que: por causa de la intensa niebla… sigue la niebla.
Totalmente complementarios. Y desde mi cabeza va surgiendo la pregunta sobre quién será el alma verdadera de Tricicle. Y conforme toman o abandonan el escenario pienso: es éste, es Paco, es Carles, es Joan. Porque en realidad son los tres, son totalmente complementarios. Veo en las caras de cada uno la ilusión y la inteligencia, dos ingredientes nada fáciles de compaginar, para seguir manteniendo en pie este oficio tan complicado como es el de hacer reír sin usar apenas la palabra. No es casualidad que los hermanos Marx, Keaton o Chaplin constituyan el cimiento de su ideario. Los límites también quedan claros. El humor blanco, la no ofensa, y yo añadiría, el saber caminar sobre la cuerda de la picardía sin caer en lo chabacano, tan recurrente.
Tragicomedia de lo cotidiano. El absurdo de hacernos entrar en su particular hospital, donde llaman por megafonía a un doctor urgentemente, para decirle al segundo que ya no hace falta, es parte de la filosofía de quienes viven por y para la sonrisa; existir desde el sentido del humor es la clave de la melodía de las mentes que manejan con soltura todo este menú de masajes mentales atemporales que han envejecido bien. Inocularnos buen rollo en dosis exactas es también parte de la clave del éxito. Un señor escayolado de los dos brazos sobre una silla de ruedas hace las delicias del público con sus absurdos intentos de encenderse un pitillo a escondidas del personal del hospital, para conseguirlo al fin, tras verdaderos esfuerzos de contorsionismo, para que, acto seguido, venga el médico y se lo apague.
El despliegue del gran Circo Mínimo, a través del mago Evaristus, sigue subiendo la temperatura de la platea, donde las carcajadas se encadenan ya sin tregua. El mago escoge a su ayudante desde el público, poniendo otra vez los nervios de los tímidos a prueba. Será Paco Mir quien, salga de voluntario y se haga un selfi muy gracioso con Evaristus, después de levitar de aquella manera.
Nos seguirán deleitando con sketches hilarantes en la consulta de un dentista, donde una puede por un instante pensar qué haría si en el sillón de la sala de espera sonase una pedorreta cuando se sienta el siguiente paciente que acaba de llegar o se colase por un sillón sin asiento. Es una buena idea, quizá iríamos más al dentista. Al menos yo.
Vamos rindiéndonos ante el arte de estos catalanes, sobradamente preparados y en forma para hacernos disfrutar, y que nos seguirán llevando a diferentes espacios: un cine, una iglesia, o compartir su siesta en la conferencia: la vida de la llama albina en cautividad.
El mejor postre. Después de degustar este variado de toda su vida artística, cerrarán con un popurrí, entresacado como un delicioso postre, para deleitarnos con lo mejor de lo mejor. Paco Mir convertido en cabrero, con su perro, Joan Gràcia, en un diálogo para ovejos, hace que la intensa carcajada nos haga pensar en el servicio más cercano; o aquellos bebés torpes tan graciosos que solo cruzan el escenario un instante para hacernos un guiño de uno de sus más famosos espectáculos.
Acaban los tres con un broche de oro. Se presentan a un casting con varios personajes, a cuál más torpe, para que una voz de director pedante, salida desde la oscuridad, acabe cada intervención con el típico: ya le llamaremos. Se despide el trío cuando le dicen al director que van a hacer lo mejor de su espectáculo, dos pancetas y una morcilla en la sartén. Y se tumban en el suelo, dos de ellos dando espasmos y Joan, girando como una lenta morcilla. Lo mejor es el cierre. Paco se queda el último en la retirada y le dice al director cuando ya los ha echado de las tablas: Sabiéndolo con tiempo, también podemos representarlo con cebolla.
Forever young, forever Tricicle. Gracias por hacernos soñar desde la carcajada.
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