Se van llenando las mesas del sótano de La Dulce Alianza. Los pasteles se cruzan entre los espectadores. También La duda, el poema manuscrito que presenta a Amalia Bautista, la protagonista de la 18ª edición de Las Dulces Tardes Poéticas en Almería.
Pasado el tiempo/los amantes perfectos se preguntan/ si ellos hacían el amor/o si el amor los hizo/ Y los deshizo.
Aníbal García presenta y brinda por la apertura de este ciclo de primavera, donde la presencia femenina promete subir el porcentaje del Club de las poetas vivas y visibles.
Amalia Bautista (Madrid, 1962), licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, es una poeta de dilatada trayectoria, apoyada en su verso de claridad meridiana y honda sencillez, que corresponde al endecasílabo, el metro culto y clásico por excelencia.
Desde su primera publicación, Cárcel de amor (Renacimiento, 1988) hasta su última, Falsa pimienta (Renacimiento, 2013), Amalia alberga su obra traducida a varios idiomas.
Ojos de mujer.
Y toma la palabra la poeta, presentándose a sí misma como una mujer cuya aproximación a la composición de versos viene desde la adolescencia. A su juicio, no entraña singularidad sobre el porqué se empieza, sino el porqué se continúa a lo largo de la vida. Argumenta que la originalidad, y como consecuencia el reconocimiento, le llega a quien lo merece, sin aspavientos, sin haberlo buscado y sin el ejercicio de la egolatría. Yo sonrío y reflexiono sobre el pasamiento compartido que sustenta la filosofía del mundo visto con ojos de mujer y por ende del arte; esa construcción horizontal que necesita menos héroes de autobombo, que está pidiendo a gritos, pero que no termina de llegar.
Un violín color verso.
Salvador Esteve arropa con su virtuosismo la palabra de Amalia. De ejecución acendrada, este profesor del Real Conservatorio Profesional de Música de Almería, será el encargado de presentar de manera exquisita los seis bloques en que se divide el recital. El Vals lento del Padrino, el largo del Invierno de Vivaldi o tangos populares engrandecerán los versos vivos de Amalia. Así, comienza con una personal reflexión sobre: La dieta.
Me acosté sin cenar y aquella noche/soñé que te comía el corazón/ supongo que sería por el hambre/Mientras yo devoraba aquella fruta/que era dulce y amarga al mismo tiempo/tú me besabas con los labios fríos/ más fríos y pálidos que nunca/Supongo que sería por la muerte.
Habla del poema nunca escrito a sus padres, a los que homenajea a través de un combinado, donde salen de paisaje en la infancia de sus hijas: los niños de hoy me parecen que comen más y ríen menos que aquellos niños flacos de posguerra.
Entrelazándose con el violín de Salvador, componen una armonía que Amalia llena de temas que siento como propios, el perfume cotidiano. Nos canta a la limpieza general impuesta en el alma y en los armarios, intentando no llegar al corazón deshabitado; o nos brinda sus mejores deseos: Que la vida te sea llevadera/ que te importe la vida tanto como tú a ella/ que no te atrape el vicio de las largas despedidas…
Llega al cenit de su recital con Al cabo. Al cabo son muy pocas las palabras que de verdad nos duelen y muy pocas las que nos alegran el alma… muy pocas cosas que nos importan …poder querer a alguien, que nos quieran y no morir después que nuestros hijos. Rechazar el dolor con contundencia es otro pilar del recital: que no humaniza, que no ennoblece…
La silla de Ana Santos.
Recuerda su relación poética con Almería a través de la insigne Ana Santos y su revista Salamandria. Nos ilustra la ocurrente anécdota, cuando Ana introdujo como propuesta temática “la silla” y donde Amalia respondió al reto con una original errata, cortándole las patas y transformándola en ‘si ya’: si ya sé que me quieres/ si ya sé que me engañas...
Y seguirá desplegando su mundo de irisados, como cuando en el bloque íntimo nos pide que adjudiquemos el rojo para la primera parte del siguiente poema, el sentir del amor inflamado, y el blanco para la segunda, la decepción de la vuelta, tras la cual volveremos a querer vestirnos de ilusión. Cuando nos dirigimos al amor/todos vamos ardiendo/
Llevamos amapolas en los labios y una chispa de fuego en la mirada…
Alegría de sentir.
Su determinación por matar al dragón de nuestros miedos, ilustra perfectamente la esperanza de la ventana abierta que tenemos la obligación de articular en el ejercicio íntimo de sentirnos vivos. Los pecados capitales quedan al desnudo y a los que Amalia añade “el rencor” como el peor de todos, aunque no estuviese en la lista original, porque si él logra visitarte, se quedará para siempre.
Nos hace sonreír abiertamente en su diálogo de amor con un cajero automático, cuando acude a verlo habitualmente en plena calle; o nos hace llorar con ella en su canto poético de la ausencia: Sin ti, sola o acompañada, nunca feliz del todo.
Muchas más palabras quedarán entre la brisa suave de este sótano efervescente, para llegar a la despedida cruzando un hermoso puente:
Si me dices que estás al otro lado de un puente, por extraño que parezca que estés al otro lado y que me esperes, yo cruzaré ese puente.
Y pienso, mientras escalo hacia la calle, cuando aún los versos no han tocado el suelo, cuando el violín todavía no se ha abrigado, que una se va siempre de La Dulce Alianza en tardes poéticas, con una Santa Paula caramelizando el alma. Un placer en toda regla.
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