Periodista, escritor y ‘cabogatero’. Esa triple condición dota a Fernando Rodríguez (Madrid, 1967) de una voz genuina para contar las historias del Parque. Algunas han saltado a un libro, ‘Tiburones, musas y perros’, que juega con los límites entre realidad y ficción.
¿Cómo definiría en pocas palabras ‘Tiburones, musas y perros’?
Se trata de una compilación de cuentos bastante graciosa. He tenido el fantástico privilegio de poder sentarme cerca de alguien que se estaba leyendo el libro y he visto cómo se reía a más no poder sin tener ni idea de que el que la observaba de lejos era el autor. Eso es una gozada.
El sentido del humor y la ironía son el hilo conductor.
Exacto, las personas somos tan fascinantes y alcanzamos tales niveles de grima que si uno se fija detenidamente en cualquiera, yo el primero, se da cuenta de que somos humor en potencia.
¿Cómo se filtra el paisanaje del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar en los relatos?
Yo llevo aquí ya dieciséis años, digamos que soy un madrileño con privilegios de almeriense. Y tuve la inmensa fortuna de nada más llegar al Parque Natural, cuando abandoné Madrid, entrar a trabajar en el Bar de Jo, que muchos almerienses conocerán porque es un sitio muy especial. Aquello me abrió las puertas, primero por estar detrás de la barra de un bar de noche y luego por la parroquia que tenía. Eso es un chollo, es un puesto de observación fantástico para un periodista, para un escritor.
A partir de esos personajes, ha construido distintas ficciones.
Sí, en los asuntos almerienses me centro mucho en una fascinación de la que yo mismo fui víctima. Cuando llegas aquí y ves este Parque Natural, piensas: ‘Madre mía, yo no creía que existiese un sitio así en España’. Muchos madrileños llevamos eso hasta el paroxismo y pensamos que aquí pasa algo, que hay energías telúricas. El turismo que viene dice muchas tonterías. Yo, que he sido víctima de ese efecto y ahora he pasado a ser un habitante constante del Parque, me encuentro con esta gente y al ver sus comportamientos, me muero de la risa.
En el Parque Natural hay artistas de todas partes del mundo que pasan totalmente inadvertidos. ¿Qué tiene esta zona? La luz, ese telurismo del que habla...
No sé qué tiene. Hombre, lo de la luz es importante para pintores y fotógrafos, pero es que también hay escritores y otro tipo de creadores. Es un sitio con mucha actividad artística.
Quizá también tenga que ver con el ritmo que infiere el Cabo y la zona.
También. El ritmo que infiere el Cabo al final es el que cada uno se quiera dar porque lo que disfruta esta gente es la libertad de estar en un sitio como éste en el que no hay horarios y cada uno vive a su manera. Y eso es lo que tira. Y ha cambiado: cuando yo llegué, el Cabo era mucho más libre.
Ha pasado de ser turista a habitante del Parque Natural. Cuando llegan los veraneantes, ¿le molestan? ¿le cambian la vida?
(Risas). Yo recuerdo cuando venía de turismo y escuchaba a los típicos que vivían aquí decir que se querían esconder en verano. Y ahora soy yo el que lo dice. Es así. Porque te acostumbras a que esto sea para ti solo. A veces voy a la playa con mis hijos y estamos solos. Llega al verano y empieza a llenarse de intrusos y piensas: ‘Me están quitando mi jardín privado’. Sí, hay mucho de eso.
¿Qué fue lo que le hizo cambiar de vida: de trabajar como periodista en Madrid a dejarlo todo y venir a vivir a Las Hortichuelas?
Madrid es una ciudad maravillosa y yo voy a seguir siendo madrileño toda mi vida, eso no me lo voy a poder quitar. Pero es una ciudad donde todo el mundo quiere hacer lo mismo a la misma hora. Constantemente. Y llega un momento en que dices: ‘Esto es absurdo’. Y cuando ves que hay otra gente que ha conseguido dar el paso y vivir de otra manera, quieres intentarlo también. Todo el mundo te dice que no lo hagas, que la vas a pifiar. Yo los dos primeros meses estaba con temblores, porque dejé un trabajo estable para venirme a un pueblo de 50 habitantes, Las Hortichuelas. Pero la cosa funciona. Creo que venirme aquí ha sido la mejor decisión de mi vida.
¿Y por qué Almería?
La conocía de un verano anterior. No tenía ningún familiar, ni ningún amigo. Me vine aquí con lo que me cabía en la moto, nada más.
Volviendo al libro, lo edita Ediciones Raro, un proyecto del Parque.
Sí, es de una mujer que vive de la hostelería, pero que es tan valiente que publica, porque para publicar libros en papel hoy en día hay que ser valiente. Ediciones Raro lleva ya cerca de 50 títulos publicados. Que alguien ahora mismo tenga el valor de coger a una persona como yo que no es conocida y publicarle simplemente porque le gusta cómo escribe, es digno de admiración.
Para despedir, puede relatar algún ejemplo de los personajes que habitan en estas páginas
Una de las historias habla de un personaje que se llama Meurice Pipiolak, un montañero francés que apareció por el Parque Natural en los años 50 y que era un hombre que se dedicaba a escalar montañas de únicamente 300 metros de altura. No quería pasar de ahí, desoyendo los clamores de la conquista del Everest y otras hazañas. Es un personaje inventado, en el libro relato cómo asciende el Cerro del Aire, la montaña que está junto a Las Hortichuelas. Pero resulta que subes allí arriba hay una placa señalando que estuvo Meurice Pipiolak y por Níjar hay personas que dudan de que haya existido. De hecho, han creado un club de montañismo en Níjar con su nombre y lo han metido en algunos mapas con referencias al Cerro del Aire o de Meurice Pipiolak.
A lo largo de todo el libro hay un juego constante entre realidad y ficción.
Sí. De hecho, hay un relato en el que yo viajo en el tiempo y ahí se mezclan viajes en el tiempo, motos y nazis.
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