Narrador y poeta, Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) es granadino de corazón y, por parte de padre, tiene raíces almerienses. Hoy domingo trae ‘No cantaremos en tierra de extraños’ a la Plaza de la Catedral, a la Feria del Libro.
’No cantaremos en tierra de extraños’ discurre por el territorio de los derrotados en clave de western. ¿Por qué?
Se me ocurrió el tema del western viendo mucho cine norteamericano. Tardé tiempo en darme cuenta de que todo ese cine partía de un intento de comprensión de su guerra civil, de la Guerra de Secesión, porque mucha gente de mi generación y de otras nos hemos criado en el western como algo mítico. Y en el territorio medio perdido de la posguerra, el western permite contar la historia de los vencidos. En ‘Centauros del desierto’ de John Ford, que es una película que está cerca de esta novela, el protagonista es John Wayne, un soldado que regresa a una casa que ya no le pertenece y se encuentra en tierra de nadie, en tierra de extraños. Los vencidos tienen la oportunidad de ser héroes en el sentido de que ya lo han perdido todo y solo dependen de sí mismos.
Los protagonistas son un anarquista andaluz y un sargento jefe de La Nueve. ¿Cuánto tuvo que ver el libro de Evelyn Mesquida sobre esta división?
Su libro me marcó mucho. A través de él, conocí la historia de La Nueve y aprendí de esa generación de soldados que había perdido la Guerra Civil y que liberó París de los nazis y esto es algo que se va sabiendo ahora, porque en su día se ocultó. También he contado en la novela el papel tan raro y ambiguo que tuvo Francia con España. En principio acogió La Retirada, el paso de todos los españoles que salieron en el 39 y que fueron mal acogidos en campos de concentración. Y luego se les negó ese reconocimiento. Era como si lo español fuera siempre sospechoso. Lo que yo aprendí de La Nueve es que para ellos luchar contra los nazis era una continuación de su guerra por la libertad.
El Hospital Varsovia de Toulouse en el que se ambienta la primera parte es tierra de nadie, un territorio de gente olvidada por su país, que ya no lo es, y por la propia Francia. ¿Qué peso han tenido en esa parte los testimonios de Max Aub?
Quería hacerle un homenaje a este escritor que es uno de los autores españoles más importantes del siglo XX y que tuvo una vida absolutamente errante, que pasó de España a los campos de concentración de Francia, a África y al final a México. Y nunca ha sido suficientemente bien leído. Sin embargo, tiene una obra literaria maravillosa en la que siempre reivindica la libertad y plantea un análisis profundo de la naturaleza humana. Para mí fue una especie de guía en el camino para escribir esta novela.
¿De forma más clara cita a Howard Fast?
Sí. En esta historia se me cruzó el hecho de descubrir la historia de los brigadistas y esa idea romántica de que luchar contra Franco aquí era como garantizar la libertad en todo el mundo occidental. Entre esos brigadistas, vino a España el escritor Howard Fast que escribió la célebre ‘Espartaco’ que es del 50 y que, por tanto, no aparece en la novela que se ambienta en el 45. Pero también hizo un western, ‘La última frontera’, que es la que lee en el hospital a mis personajes. Y yo vi ahí un camino de ida y vuelta: él vio la Guerra Civil y escribió un western y yo he leído y visto mucho western y ahora he escrito una novela sobre la posguerra en la que está reflejado ese mundo.
El título ‘No cantaremos en tierra de extraños’ viene de un salmo de la Biblia y alude a cómo los perdedores de la Guerra Civil perdieron también todo vínculo con sus familias. ¿Cómo fue?
El corazón de la novela es el tema de la búsqueda de la mujer de Ramón Juanmaría, una mujer que ha hecho la vida por su cuenta. Esto pasó continuamente en la guerra. Los protagonistas de mi novela entran en esa España que es un viaje al infierno en busca de sus respectivas familias. Cuando te marchas, te quedas sin historia. Lo increíble del exilio es que para los que se han quedado, esas personas han desaparecido y ellos siguen un camino ya roto. Por eso esa tierra de extraños alude a España, a Francia. El regreso ya es imposible, quien vuelve es otro. Eres un extraño allá donde vas porque has perdido tu sentido en la historia. Y esa es la tragedia de todas las guerras.
Su novela es también la historia de la amistad entre Manuel Juanmaría y Ramón Montenegro. ¿Saca una guerra también lo mejor del ser humano?
Esa era mi investigación. Yo tenía la idea de que los personajes fueran amigos, pero hay veces que te llevan por otro lado. Las situaciones límites sacan lo peor y lo mejor del ser humano y una de las grandes ideas de la novela es que la amistad y el amor son lo mejor que se tiene.
’No cantaremos en tierra de extraños’ pone al lector frente a la realidad con toda su crudeza, pero a lo largo de libro hay momentos de ensoñación. ¿Qué quería transmitir al relato?
Creo que vivimos así, que tenemos nuestra vida, pero también nuestras ensoñaciones. Para mí es muy importante tratar de que la literatura haga lo que no pueden hacer las demás artes, que es mostrar la riqueza de la realidad. Y la literatura puede hacerla. Nosotros vivimos y soñamos, proyectamos nuestras fantasías y nuestros deseos. Construimos la vida con lo que deseamos. También hay un mensaje, no solo de que nuestra vida pueda ser influida por el inconsciente, que lo creo, sino de que también podemos construir con nuestra voluntad y con nuestros sueños lo que nos pasa.
Se dice que hay mucha novela, mucho cine, de guerra y de posguerra, pero muchos jóvenes tienen un desconocimiento total hacia nuestra historia. ¿Qué estamos haciendo mal?
La historia está muy mal contada. Soy del 71 y a mí me contaron una historia de buenos y malos que no tiene nada que ver con la verdad y las lecturas que ha habido después han sido compensatorias. Si todavía se vuelve sobre el tema no tiene nada que ver con fenómenos comerciales, sino con la necesidad de saber aspectos cruciales de nuestra historia. Se necesita ir dando vistazos parciales y justo cuando miras en un lugar que piensas que es un resquicio pequeñito, te encuentras un mundo.
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