En los últimos años la Feria del Libro de Almería comienza como el cuento de la lechera, prometiendo un nuevo giro al argumento de la historia que termine por consolidarla, pero cuando llega el momento de la verdad lo único que escuchamos son cuentos chinos, excusas y justificaciones que cada vez nos cuestan más creer.
Entiendo que organizar un evento de estas características no debe ser fácil, pero volver a caer una y otra vez en los mismos errores ya parece más torpeza, falta de interés o poca capacidad de sus organizadores.
Meterme en analizar todo lo sucedido antes y durante la feria podría resultar tedioso, y los cuentos deben ser breves y con una trama sencilla. Solo decir que estamos deseosos de asistir a la reunión postferia para comentar todos los aciertos, que los hubo, y aquellos que nos parecieron fallos graves de organización y por supuesto, como hemos hecho en años anteriores, proponer alternativas y soluciones para que no vuelvan a suceder. No somos de criticar por criticar, sino que nos gusta colaborar para que la feria crezca como Almería se merece.
Pero no podemos dejar pasar la ocasión para dignificar a un colectivo de profesionales que han sido infravalorados y ninguneados en esta última edición: los cuentacuentos.
En la presentación de la feria se hizo hincapié en que sería una feria familiar con una variada programación para que los niños pudiesen disfrutar, y hay que reconocer que al mirar el programa así parecía, pero de nada sirven las buenas intenciones si luego no se les da el valor que se merecen.
La mañana del domingo, a las once de la mañana, muchos padres esperaban que Mandarina iniciase el cuentacuentos programado, pero cinco minutos antes un improvisado cambio en la organización le impide realizarlo en la caseta central. Esa pequeña alteración de lugar implicaba que no pudiese utilizar el micrófono, ni la música que había preparado a conciencia y que los padres tuviesen que estar de pie mientras sus hijos se sentaban en una lona en la que organización no había pensado. Era curioso ver cómo esa actividad improvisada en la caseta central apenas tenía unos diez oyentes y un montón de sillas vacías, mientras alrededor de Mandarina, que se esforzaba en que su voz llegase a todos, se congregaba un gran grupo de niños y padres que disfrutaban con ella.
Por la tarde, Gema Sirvent sufría por hacerse oír mientras en toda la feria se escuchaba la maravillosa música de Sensi Falán. Ninguna de las dos tuvo la culpa de nada, pero lo cierto es que esa contraprogramación impidió que muchos padres pudiesen disfrutar de las dos.
Jesús Muñoz con su taller de pinturas rupestres también tuvo que improvisar la tarde del sábado y adaptarse a la falta de planificación de una actividad con la que disfrutaron un gran número de familias.
Gatear, misión imposible
El lunes por la mañana, la Brujita Loli y el Hada de los besos tuvieron que barrer ellas mismas la caseta central para que los bebés pudiesen gatear sin problemas por la moqueta. La contestación fue sencilla, había que haber solicitado al ayuntamiento que le mandasen alguien para limpiarla.
Los niños son uno de los pilares de la feria, los libreros saben la importancia de esta literatura en sus balances y por eso apuestan por este tipo de actividades.
Ya lo propusimos el año pasado y volvemos hacerlo ahora. La feria de Almería necesita una caseta exclusiva para actividades infantiles, con su propia organización, con su propio equipo de música. Un lugar donde los niños tomen contacto con los cuentos, con los libros, con los personajes a los que admiran. Una caseta donde los cuentacuentos puedan hacer su trabajo bien sin tener que improvisar un rincón, una limpieza de última hora o no tengan que forzar la voz para hacerse oír.
Hay grandes profesionales del cuento en esta provincia que colaborarían gustosos en esta iniciativa por lo que los gastos no se incrementarían mucho más. Solo falta interés y darle la importancia que los niños, los cuentos y los cuentacuentos se merecen. Menos cuento y más cuentos.
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