Casa Puga es una tradición, y se lo ha ganado a pulso. Le disputa a las tabernas El Gorrión (Jaén) y El Pisto (Córdoba) el título de “La más antigua de Andalucía”. Tiene, efectivamente, algo de “miseria ancestral”, profundo, atávico, gastro-místico... Casa Puga es un ambiente distintivo y “español”, bullicioso y alegre, divertido y denso, culinariamente entrañable.
Los hermanos (Leo, José) se jubilaron allá por 2015, también camareros del Mundo Antiguo como el rudo Adolfo, impasible ante la plancha ardiente repleta de champis, pinchos y pescados; y la cocinera excelente que fue eternamente secuestrada tras el butrón de entregas al demostrar su rara habilidad para rebozar las gambas de crujientes encajes…; pero queda Juan- un hombre machadiano y bueno en el mejor sentido de la palabra- como un símbolo reconocible de tiempos idos porque los nuevos propietarios saben que si está Juan, el espíritu ‘puga’ permanece.
Todos ellos han hecho de este lugar un templo de la comida honesta y sencilla -nada sofisticada-, con base en el tapeo elegido, potenciado por las famosas ‘raciones’ que conviven juntas en una carta naïf y montaraz al mismo tiempo (el atún tres salsas, pero el lomo con ajos; el gallopedro exquisito, y el pincho de cerdo que espiritualiza el estómago; la caracola del Arrecife de las Sirenas en aceite, y la morcilla ardiente e inquisitorial; la aguja plancha pero también los famosos champiñones y perrechicos bajo cazuela; y la sublime gamba roja de Garrucha (al precio de mercado, atentos); y el tomate raf, o el pulpo un punto alcalino, los chipirones, y los boquerones fritos preadobados; y las huevas de maruca o la mojama de atún cortada al micrótomo con almendras que piden jerez muy frío..; pasa igual con el jamón (desde un 5-J de alto precio a un Trevélez o los de Serón, curados y razonables) o el vino: clarete enfriado en artesa, de Albuñol-La-Contraviesa, antesala granadina de Sierra Nevada, servido en frasca de cristal; o los Matarromera, el Pago de Carraovejas, junto a otros grandes vinos de España que los esforzados, difíciles (y poderosos) agricultores del Poniente demandan..., también algunos vinos de Almería.
El ambiente es intenso, ruidoso, festivo, atrae…; los jamones cuelgan del techo; el servicio, democrático y sereno entre tanto cliente. La mesa has de solicitarla a Juan, al llegar, y te dirá qué puesto de espera ocupas, pero con más transparencia que la lista quirúrgica del SAS.
Los grandes toneles de barro recuerdan el origen de una bodega. La colección de brandys y coñac, una expresión del coleccionismo hostelero clásico..., las fotos dedicadas, otro... Pero no hay café, aunque sí buenos postres de chocolate, y un malote, por poner un “pero snob” afirmó: “No hay angulas.. en Casa Puga”…, ni armagnac, joder ¡pero “mola”!
El acceso al wc, complicado, la limpieza buena. La gente, tanto más guapa cuanto la lengua se te ha resuelto ágilmente con el vinillo (éste es el secreto de que haya tanto guiri: aprenden español urgente a la tercera ronda y lo expresan con soltura al salir).
Es muy difícil encontrar mesa si vas después de las 14.15 horas o las 21 15 horas. En la barra, atronada por millones de vasos históricos que fueron apoyados allí, Juan apunta con lápiz tu cuenta en escritura secreta y cuneiforme - el rincón de la reja es el más solicitado, el opuesto es el de tránsito.
Hay una leyenda según la cual los espectros de unos clientes atrapados eternamente por la gula, una noche de noviembre, tras el cierre en la madrugada, se aparecen antes del anochecer, y que un alma caritativa y pura les encendía todos los días una vela roja ante un altar enigmático y tenebroso, pero yo creo que es falso, aunque disponga de una prueba fotográfica de esas criaturas, caminantes blancos que van de tapas por la histórica Almería.
Buen provecho, y aunque en El Puga no haya angulas, siempre merecerá la pena.
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