Casa, familia, trabajo y treinta días de vacaciones. Lo que para la mayoría se acerca al ideal de felicidad pasados los treinta para otros simplemente no basta. Esta es la historia de un joven al que no le bastó: un buen día reunió sus ahorros, hizo las maletas y dejó una vida estable como fisioterapeuta y osteópata en París para probarse a sí mismo y constatar si era capaz de escribir un destino diferente al que parecía esperarle.
“Al principio la idea fue hacer un viaje largo que, poco a poco, fue tomando la forma de vuelta al mundo”, explica Juan Torres León (Almería, 1986) con cierto apuro. Consciente de que haber recorrido quince países en algo más de diez meses es una media que no está al alcance del común de los mortales. Pero su relato tiene más de valentía que de fortuna.
Cuando aún andaba en París atrapado en la rutina de trabajar mucho y tener poco tiempo libre, este zapillero de la calle Gibraltar español se encontró con un testimonio que activó en él el resorte definitivo. “Me motivó un vídeo de un chico que decía que viajar no era tan caro si se hacía autostop y ‘couchsurfing’, que consiste en quedarte a dormir en casa de gente que no conoces de nada simplemente por intercambiar experiencias y si el día de mañana ellos lo necesitan, tienen abiertas las puertas de tu hogar”, señala.
Tomada la decisión, todo salió rodado y, a la vez, fue muy loco. Juan conoció al que sería su compañero en la primera etapa del viaje en un ‘afterwork’ para solteros al que “no fue ni una chica”. Sin saber nada el uno del otro, Harry y él se fueron a Lisboa para coger el avión que les pondría rumbo a Sudamérica. Era octubre de 2016 y la aventura no había hecho más que empezar.
Sudamérica
“Desde la maravillosa Río, hemos vivido experiencias increíbles, como en las cataratas de Iguazú, o cuando conocimos ballenas viajando hasta el fin del mundo y recorriendo la Patagonia, subiendo un volcán, pedaleando por el desierto de Atacama, atravesando el Salar de Uyuni, descendiendo la carretera de la Muerte, visitando el Machu Picchu, sobrevolando en avioneta las líneas de Nazca, haciendo trekking por la Cordillera Blanca y surfeando las olas del Pacífico en Lima. Sin olvidar nuestro más duro reto: coronar nuestro primer 6.000, el Huayna Potosí”.
Así narraba Juan Torres en su blog ‘Juan por el mundo’ la etapa americana de su viaje que discurrió por Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Perú y Colombia. Cinco meses y medio haciendo autostop y quedándose a dormir donde le acogían en los que, primero, Harry y, luego, gente a la que iba conociendo le hicieron sentir que nunca se está realmente solo. “En algunas partes del viaje me han acompañado familia y amigos”, añade.
Oceanía constituyó la siguiente parada de la vuelta al mundo del almeriense, que finalmente quedaría en suspenso, y un paso adelante a la hora de conectar con otros aventureros. En Nueva Zelanda conoció a una chica que viajaba con su misma filosofía, de modo que alquilaron una furgoneta y exploraron las islas un mes. Y de allí se fue a descubrir la costa este australiana. “Realmente han sido los dos países más caros que he visitado, los que me han roto un poco el presupuesto. Pero si recurres al autostop y al ‘couchsurfing’, e incluso vas a albergues, puedes vivir por poco dinero. En Asia haces tres comidas al día por tres euros siempre y cuando huyas del circuito turístico. Y he conocido a gente que trabaja mientras viaja”, indica.
Asia
De Australia Juan Torres se fue a Indonesia, Singapur, Malasia, Tailanda, Camboya y Vietnam, donde se compró una moto con la idea de recorrer el país de sur a norte y seguir la ruta por Laos, Myanmar y La India. Para más tarde tal vez regresar a Europa sin coger un avión, haciendo autostop.
Sin embargo, en Vietnam tuvo un accidente que lo ha traído de vuelta a casa después de diez meses y medio de carretera y manta. Atrás quedan una fractura abierta de tibia y peroné, la operación de urgencia allí, catorce horas de vuelo en un avión medicalizado hasta París y dos más hasta Madrid y unos cuantos traslados en ambulancia.
Tumbado en la camilla de un hospital de Granada desde hace dos semanas, solo piensa en que por larga y lenta que sea la recuperación, si su madre no le quema el pasaporte, le gustaría retomar su largo viaje o quizá hacer un voluntariado. “Me he dado cuenta de que me gusta muchísimo la idea de vivir viajando, de ser un poco nómada y libre, de estar a gusto en un sitio y quedarte un tiempo, de hacer lo que te apetece y conocer a gente nueva cada día”, reflexiona.
¿No le da miedo que se haya vuelto adictivo y le cueste echar raíces? “Sí, tengo mucho miedo, este modo de vida se ha vuelto una adicción para mí. Ahora mismo, simplemente haber cortado todo eso y estar en una cama de hospital dos semanas, es ¡guau! Menos mal que tengo muchas visitas y la gente se preocupa por mí. Echar raíces en un sitio se me va a hacer duro”, confiesa.
Y expresa: “La vida no es tener casa, familia, empleo y, con suerte, treinte días de vacaciones al año. Se puede vivir de otra manera: trabajar cuando toque y tener periodos de desconexión más largos. Disfrutar más el momento”.
Juan ha andado sobre un glacial, ha subido a un volcán en activo y ha visto de cerca la lava, ha estado en un retiro de meditación en Camboya, ha probado una medicina chamánica en el Amazonas, ha coronado un 6.000 y ha descendido en bicicleta por la Carretera de la Muerte.
Pero de todo lo que ha vivido lo que más hondo le ha tocado es la gente. Por ejemplo, aquella familia pobre de Indonesia que le dejó una habitación, le hizo sentir uno más y cocinó para él una mañana entera a pesar de ser musulmana y estar en pleno ramadán. “La imagen que intentan vendernos es falsa: toda la gente que me he encontrado ha sido buena, los que menos tienen son los que más te intentan ayudar. Hasta el accidente no he tenido una sola mala experiencia, ni en los países que nos parecen más peligrosos”.
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