Me siento en la mesa vacía de primera fila que me asigna la organización del evento en la sala abarrotada de Clasijazz. Cambio un bastón de sitio, que reposa en horizontal. Una mano sigilosa sale de mi espalda y retira el bastón. Ha decidido sentarse tres filas más atrás. Es un hombre muy discreto. Ya me lo habían dicho. Y yo me quiero morir, claro.
Comienza el acto con la entrega por parte de las diputadas Ángeles Martínez y Dolores Martínez de una placa de reconocimiento al gestor cultural más importante de los últimos cincuenta años: Alejandro Reyes (Almería, 1944).
La música como alimento. Recuerda asistir de niño a la Biblioteca Villaespesa del Paseo a escuchar a una pianista, Rosa Sabater, y enamorarse perdidamente de la música. Reyes se marchó de Almería siendo un joven con ganas de aventura. Su primera parada fue Granada. De su paso por la ciudad de La Alhambra se le quedaron en el alma los discos de música clásica que ponía en su Colegio Mayor y el olor a rosas. Superó el examen de selectivo de ciencias y encaminó sus pasos a Madrid, donde pretendía estudiar Ingeniería Industrial. Para ello entró a formar parte del Colegio Mayor San Juan Evangelista en 1967. Nunca acabaría la carrera, nunca dejaría el colegio. La música era ya su alimento.
Madrid en los 60. “Al llegar a Madrid íbamos al Teatro Real a escuchar a la Orquesta Nacional”. Algo estaba cambiando en España. La gente hacía cola toda la noche para sacar entradas de los conciertos de los mejores artistas clásicos del momento a precios populares. Reyes comenzó a ser un habitual de las esperas nocturnas. Hasta que pensó: ¿Y si nos llevamos la música al colegio? A partir de entonces consiguió vivir más descansado y pudo depositar toda su energía en llenar su teatro de música de cámara. Pronto salieron a relucir sus dotes de gestor cultural y obtuvo del Ministerio incluso subvenciones para llevar sus encuentros adelante, los cuales empezaron a contar con el favor de la juventud madrileña. Había nacido El Johnny, como lo bautizaron los estudiantes americanos. El Movimiento Nacional intentó controlar los programas e incluso adoptarlos como parte de su oferta juvenil. Nunca lo consiguió. El caso es que los mejores pianistas clásicos del momento, como por ejemplo, Arthur Rubinstein, empezaron a ser caras reconocibles entre los estudiantes del San Juan.
Jorge Pardo o el mestizaje. Es un músico de fusión, porque creció bebiendo de todas las fuentes. Saxofonista tenor y soprano y flautista, Jorge Pardo (Madrid, 1956) domina el flamenco y el jazz. Testigo de aquel Madrid, es uno de los músicos que en los 50 años de existencia del Johnny más veces pisó su escenario. Y no de cualquier manera. Recuerda cuando apenas tenía catorce años, cómo descubrió aquellos encuentros. Rememora cómo se colaba en el teatro del San Juan sin pagar y cómo se llevaba bajo el brazo su flauta desmontada. Entonces, cuando reconocía una melodía, armaba su caña en segundos y subía al escenario de espontáneo. Pone de manifiesto que la ilusión impenitente de Alejandro, dio a la juventud la posibilidad de escuchar flamenco y jazz con asiduidad, algo desconocido hasta entonces fuera de los ambientes exclusivos y excluyentes, sobre todo para los menores de edad.
Época dorada del Johnny. El Ministerio de la época, en el 72 ó 73, ya estimó oportuno dedicar 15.000 pesetas por temporada para nutrir de conciertos a aquella sala. En el 74 se incorporaba el flamenco con un jovencísimo Paco de Lucía. El Teatro Real contrataría acto seguido al genial guitarrista. Todos los flamencos del momento, José Mercé, Enrique Morente… pasaron por sus tablas. Alejandro recuerda que Tomatito convenció a Camarón de no dejarlo en la estacada en el que sería el último concierto del genio de Cádiz. Las mejores Jazz Quartets pasaban con total naturalidad por el San Juan, haciendo amigos; críticos de arte, periodistas… Los chicos y los músicos disfrutaban con esa interrelación de camaradería. Fue la época dorada del Johnny. Se pudo estirar la hazaña, no sin grandes dificultades, hasta el 29 de julio de 2014.
Club de Reyes. Andrea Barrionuevo dirige un documental sobre la labor cultural de Alejandro Reyes. Creado en 2015, recoge esta hermosa historia. El Habichuela, Niño Josele, Estrella Morente, Chet Baker, Tete Montoliú, Chick Corea, Dizzy Gillespie... También muchos protagonistas de la Movida madrileña, como El Gran Wyoming, Miguel Ríos, Luis Eduardo Aute, Juan Diego… coinciden en vincular a esta sala con algo muy especial en sus carreras, un espacio con duende; ejemplo de cómo algo pequeño, nacido de la ilusión de una sola persona, puede convertirse en algo tan grande y universal. Interesante el testimonio de los estudiantes de su última etapa, reconociendo el privilegio de poder sentir en zapatillas el swing de un Bebo Valdés en directo.
Para acabar esta tarde inolvidable, Alejandro desgrana con mucho pudor y la ayuda de la mesa redonda que compone, junto con Jorge Pardo y Rubén Gutiérrez del IEA, todos los festivales y eventos que durante los últimos treinta años tuvieron su rúbrica a nivel internacional. Todos los estamentos contaban con aquel almeriense con alma musical. Luego llegarían tiempos de crisis, donde se dejó de invertir en cultura a lo grande, se dejó de invertir en futuro, en espacios y tiempos para mezclarse sin importar de dónde vengas, que es lo mismo que en entendimiento humano. Cesó la melodía, Johnny. Y así nos va, dirás tú.
Allí donde escuches música, siéntate, pues nada malo puede acontecer.
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