Nobel Perdú: "La fe bahá’í defiende que el mundo es un país y la humanidad, sus ciudadanos"

La Alcazaba, Sierra Alhamilla, Tabernas y San José fueron escenarios en junio del rodaje de un documental norteamericano sobre los orígenes del bahaísmo

Nobel Perdú, profesor de inglés de la UAL.
Nobel Perdú, profesor de inglés de la UAL.
Evaristo Martínez
19:19 • 05 nov. 2017

Nobel Perdú es uno de los pocos practicantes en nuestra provincia de la fe bahá’í, la segunda religión más extendida en el mundo que se encuentra celebrando los doscientos años del nacimiento de su fundador, Bahá’u’lláh.




Natural de Sudáfrica, de madre inglesa y padre persa, Perdú llegó a los siete años a Canarias. Ha vivido en Málaga, Córdoba y desde la década de los noventa en Almería, donde da clases en el Máster de Estudios Ingleses de la UAL.




Hoy lunes, la Biblioteca Villaespesa acoge a las 19 horas un acto conmemorativo en el que se expondrán y recitarán textos de Bahá’u’lláh.




¿Cuándo descubrió el bahaísmo?
Muy pronto. Mi padre era bahá’í y mi madre también se hizo. He conocido bahá’ís a lo largo de toda mi vida y lo he estudiado. Uno de los principios de Bahá’u’lláh es que es de justicia investigar aquello en lo que creemos: creer en las cosas sin cuestionarlas, con una fe ciega, puede conducir a prejuicios. Procuramos estudiar nuestras creencias y las de quienes tenemos alrededor; así descubrimos que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.   




Es curioso, porque muchas religiones temen que la fe se debilite si hay un exceso de conocimiento.
Es al revés. Todos somos seres inteligentes: al igual que tenemos piernas para andar, tenemos la inteligencia para usarla. Negarte a usar tu propio raciocinio para analizar la realidad que te rodea es un atraso. Cuando investigas, descubres cuánto ha habido de manipulación dentro de muchas organizaciones. Y si limpias lo que hay encima, puedes llegar a las profundidades de aquellos grandes movimientos religiosos y descubrir cuánto tienen en común, hasta llegar a la conclusión de que se trata de una única religión que se ha ido dando a conocer de distintas formas a lo largo de la historia. Esta idea de que la verdad religiosa no es absoluta sino relativa al tiempo y el espacio es una enseñanza fundamental de la fe bahá’í: Dios se da a conocer según las necesidades de la época a través de portavoces o manifestaciones, llámalo equis, pero nunca deja sola a la humanidad. 




Sin embargo, en tiempos de crisis profundas también se resienten los valores, las creencias.
Claro pero es inevitable que en épocas así la gente cuestione lo que han sido sus pilares y los ponga en duda. Cuando uno comienza a escarbar, ve que tres cuartas partes de las cosas en las que creíamos eran superficialidades, ritos, invenciones humanas, y que la esencia fue desapareciendo. Hay que cuestionarlo todo para buscar respuestas, hasta el punto de que Bahá’u’lláh dice que si la religión es fuente de discordia, mejor no tener religión. Lo que sucede es que al quedarte sin un asidero es más fácil que proliferen manipulaciones de masas, económicas, sociales o políticas. A río revuelto...




El mensaje es potente pero no es una religión demasiado conocida.
La practican unos ocho millones de personas en el mundo y, según la Enciclopedia ‘Brittanica’, es la segunda religión más extendida en cuanto a número de territorios: hay muchos bahá’ís en la India, en América... Estamos en el año 174 desde que comenzó el calendario bahá’í, así que no son muchos años. Es una religión joven pero que ha crecido mucho.




¿Cómo nace?
Es una religión por sí misma, con su propio fundador, su libro sagrado, su organización interna... Tiene la misma relación con el islam que con el cristianismo, el budismo o el zoroastrismo. Bahá’u’lláh las identifica a todas ellas como manifestaciones de Dios en distintas épocas: la religión es la misma, solo que se va renovando con el tiempo. Bahá’u’lláh nació en Irán donde hablar de derechos de la mujer o de educación era impensable. Por eso fue perseguido, mataron a 20.000 de sus seguidores y lo expulsaron del país: primero a Bagdad, luego a Constantinopla y finalmente a la ciudad prisión otomana que estaba en Palestina, que hoy es parte de Israel. 


¿En qué pueden resumirse sus enseñanzas?
Las sociales responden a las necesidades de la época: igualdad de derechos entre hombres y mujeres, educación igualitaria entre niños y niñas, erradicación de la injusticia, igualdad de todas las personas ante la ley... Hoy todo nos parece normal pero en esa época, mediados del siglo XIX y en Irán, era revolucionario. Cuando Bahá’u’lláh estuvo preso escribió a los gobernantes de su época: al zar de Rusia, al Sha de Persia, a Napoleón III, a la reina Victoria y al papa Pío IX y ya entonces alertaba contra el abuso absolutista del poder y también la proliferación de armamento de destrucción masiva. Les hablaba de requisitos para la organización mundial democrática en paz, de la necesidad de un idioma internacional auxiliar y principios de seguridad colectiva, aunque entonces hubo poca respuesta. 


¿Y respecto a las enseñanzas interiores?
Nos habla de que el hombre tiene una parte física, otra espiritual y otra intelectual, y que las tres hay que alimentarlas. Es decir, hay que dar satisfacción a las necesidades físicas pero también alimentar la inteligencia, darle desafíos, y alimentar el espíritu, el corazón o el alma, la  parte moral de la persona. Su aportación es profundamente espiritual, de conexión del individuo con el creador a través de la oración, la meditación y el razonamiento.


¿Existe una comunidad bahá’í en Almería?
Hemos sido más pero algunos se han ido a otros lugares. No seremos más de cinco en la capital y algunos más que están en Vícar, Vera y Garrucha.


¿Practican algún tipo de rito o ceremonia?
Bahá’u’lláh dice que cada diecinueve días hay que celebrar una reunión con lecturas y oración, un encuentro que tenga una vertiente espiritual pero también social y administrativa, para ver cómo nos estamos organizando. Si recitar una oración para los difuntos y una frase para la ceremonia del matrimonio pueden considerarse un ritual, sí, pero poco más; eso permite que arraigue con más flexibilidad en diferentes culturas. Los bahá’ís tienen un templo por continente: en Europa lo tenemos en Frankfurt. Mi preferido está en la India, con forma de flor de loto. Todos tienen nueve puertas y una cúpula de forma que a través de cualquier vía por la que entres estás unido con los demás. Esa idea de unidad de la que habla Bahá’u’lláh no es meramente algo utópico sino que conlleva muchas más enseñanzas; representa una verdad profunda que, una vez aceptada, invalida todas las nociones pasadas sobre la superioridad de cualquier raza o nacionalidad. Es más que un mero llamamiento romántico al respeto mutuo y a sentimientos de buena voluntad entre los diversos pueblos del mundo, por importantes que estos sean. Llevada a su conclusión lógica, implica un cambio orgánico en la estructura misma de la sociedad y en las relaciones que la sostienen.


Actualmente seguimos rigiéndonos por leyes ancestrales, propias de épocas en las que existían imperios. Falta realizar esa transformación estructural en la política mundial. La fe bahá’í dice que el mundo es un único país y la humanidad son sus ciudadanos, y hacia allí debemos ir. Estamos en una época de grandes cambios.


Habla de transformación, cuando las grandes religiones se caracterizan por su inmovilismo.
Es inevitable. Si lo piensas, es lo que le pasó al judaísmo con el cristianismo: quienes reconocieron a Jesús pasaron a ser cristianos pero no negaron a Moisés. No avanzar es como estar pretendiendo vivir con pañales cuando tienes 25 años. Hoy hace falta una renovación de las enseñanzas de las escrituras y de la religión en sí. Y eso corresponde al mismo Dios: Él se encarga de hacerlo de época en época. Bahá’u’lláh, de hecho, significa gloria de Dios. 



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