Un niño en el último lugar de la tierra donde debería estar un niño: un cementerio. Haciendo lo último que debería hacer un niño: trabajar. Trabajando en algo que ni siquiera debería ver un niño: sacando muertos de ataúdes de los nichos que hay que vaciar. Sin pensar en si esos huesos pertenecen a gente conocida. Pensando únicamente que tiene hambre y solo cuando abra la caja, desmonte el esqueleto y lo meta en un saco, podrá comer. Quién sabe cuándo se llevó algo a la boca por última vez.
Un hombre se acerca a la plaza del pueblo atraído por el revuelo. Un grupo de milicianos busca voluntarios para quemar unos santos y, mala suerte, lo eligen para hacerlo. ¿El motivo? Estar afiliado a un sindicato. “El yeso no arde”, repite él como una letanía. Logra zafarse, no sin antes sufrir el vértigo infinito de que le apunten con una escopeta. Se va de allí con una certeza: la escena que acaba de protagonizar le pasará factura. Porque, en efecto, el yeso no ha ardido.
Este hombre y este niño son padre e hijo. El hecho de que el niño trabaje vaciando ataúdes en pleno franquismo podría ser paradójico dado que su padre se negó a prender fuego a aquellos santos al principio de la guerra. Pero no lo es. Porque este padre, y con él toda la familia, es primero señalado por un bando. Después por el otro. Expulsado de las dos Españas desde el pueblo de Sorbas. Despreciado por vencedores y vencidos.
Esta historia, la historia de Miguel Francisco, ha dejado de tener espacios en blanco. Su nieto -el dibujante del mismo nombre, diseñador de buena parte de los personajes de la serie de videojuegos ‘Angry Birds’- ha reconstruido el relato de su vida. Donde había tabúes y elipsis, ha plasmado los recuerdos de su padre: Sebastián Francisco, el niño del cementerio. Donde había espacios en blanco, ha esbozado, viñeta a viñeta, un pasado que contar a su propio hijo.
‘Espacios en blanco’ (Astiberri, 2017) es una conmovedora novela gráfica y, a la vez, el mejor legado que Miguel Francisco (Badalona, 1968) podía dejar a su familia. A todas las familias de España. Recoge las conversaciones de guerra y posguerra que mantuvo con su padre hasta el punto de que su memoria, memoria histórica de este país, es el hilo que cose las 127 páginas. La pena, que no pudo verla terminada.
“Todas aquellas historias de la guerra y la posguerra eran conversaciones que fluían solas entre mi padre y yo hasta que quizá presioné demasiado y me di cuenta del trauma que cargaba sobre sus espaldas; eso fue tan duro como pensar en cuál sería su opinión sobre lo que estaba escribiendo y dibujando”, explica a LA VOZ.
El historietista se enfrentó a algunas escenas con “auténticos nudos en la garganta” porque, a pesar de haber escuchado esas historias mil veces, no entendió realmente los sentimientos de su padre hasta que vio las imágenes dibujadas.
“Otras, como la del cementerio, comencé a dibujarlas casi automáticamente porque no creía que aportaran demasiado; sin embargo, cuando la vi terminada, me provocó una tremenda tristeza. Siempre había imaginado esa escena con mi padre, un niño, trabajando en algo tan terrible como sacar muertos de sus cajas, pero nunca me había planteado que junto a él estaba su padre, mi abuelo, viéndolo. Tengo un hijo con la edad que tenía mi padre en aquellos tiempos y, si me pongo en el lugar de mi abuelo, siento una mezcla de tristeza y rabia difícilmente definible”, confiesa.
Miradas, viajes en el tiempo
Las miradas entre padres e hijos escriben el relato de la familia Francisco. Miradas que sirven de túnel del tiempo para escalar entre las tres generaciones de una misma familia y poder contar su historia al niño del dibujante, para el que se ha ideado -no lo olvidemos- ‘Espacios en blanco’. Así descubrirá que Miguel Francisco abuelo -su bisabuelo- hizo las Américas, vivió en Argentina y pudo codearse con el gran Carlos Gardel. Eso fue a principios de siglo, antes de regresar a su país al instaurarse la República y sufrir más tarde, y ya para siempre, el estigma y la represión. “Mi familia, como miles de familias en España, se vio afectada por una pátina de tristeza, miedo y silencio en algunos de sus miembros”.
Recorre el libro cierto regusto amargo que tiene que ver con la soledad de su protagonista, su protagonista del momento actual, en el que no es difícil reconocer a su autor. De hecho, es “completamente autobiográfico”. “Aunque me haya centrado en la vida de mi abuelo y mi padre, todas esas historias también me afectaron como hijo y nieto. Al hacer este proyecto, he quemado unos cuantos demonios internos y he entendido cosas que hasta entonces no sabía ver”.
El “maravilloso” lenguaje del cómic -“a medio camino entre la novela y del cine, en ese punto medio que enseña imágenes pero aún permite imaginar partes, dar tiempos y completar”- tensa la historia y tira de ella hasta que los ‘Espacios en blanco’ desaparecen y el relato es uno solo. Perfectamente pespunteado. “Es perfecto para encontrar complicidades, dramatizar, desdramatizar y hacer segundas o terceras lecturas. Es un buen medio para un tema que levanta tantas ampollas”.
¿Y por qué este enorme espacio en blanco? “Tras 40 años de dictadura en la que se lavó el cerebro a todo un país y se rediseñó la historia a la medida de los vencedores; una continuación de los políticos fascistas en la Transición; una monarquía impuesta por el dictador y ahora una ultraderecha enquistada en el gobierno, no me sorprende, la verdad”.
Joven obligado a emigrar por la crisis
Miguel Francisco (Badalona, 1968) empezó a publicar cómics a mediados de los 80. Ha trabajado en el sector editorial y en el mundo de la publicidad, la animación y los videojuegos. Forma parte de esa generación de jóvenes con talento y preparación que salió de España en plena crisis para buscarse la vida. “Fui de los primeros en abandonar el barco en 2008 y no veo muchas posibilidades de volver, primero por mi hijo, que nació aquí en Helsinki, y segundo por las condiciones laborales en España”, dice.
“La situación de España me da miedo y me sorprende. No entiendo cómo, después de todos los casos de corrupción, la gente no está en la calle pidiendo dimisiones o haciendo huelgas generales. Es lo que habría pasado en cualquier país de Europa por mucho menos”, añade.
Creador de la mayor parte de los personajes de ‘Angry Birds’, vive con ilusión ver cómo, después de aparecer en su mesa de dibujo, han tomado vida propia y van apareciendo como muñecos, dibujos animados, tebeos y juegos. “Es una sensación extraña, casi como tener un hijo que se acaba independizando y de repente te das cuenta que está viviendo su vida y ya ni te llama por teléfono”.
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