De niño le hablaban de usted. Su familia materna descendía de la nobleza. El hombrecito, un dandi en ciernes, alguna vez jugaría a la pelota en la placeta. Pero ya perdía la mirada hasta el fondo del valle y llenaba los pulmones con el aire puro de la Alpujarra al recorrer las calles de la ermita de ánimas y la casa señorial de los Moya, mientras grababa a fuego los recuerdos que años más tarde habrían de aparecer en sus poemas.
Francisco Villaespesa (Laujar, 1877-Madrid, 1936) nunca fue niño. Los señoritos no llegan a serlo del todo. Su imagen con sombrero de ala ancha, traje oscuro y corbata o pañuelo al cuello no permite una versión infantil y, sin embargo, acabaría siendo más bohemio que dandi. Como casi todos los que tratan de vivir de la poesía. El vividor, al final, sale a relucir. Y las estrecheces se imponen.
Cuando la nueva literatura se escribía en América y Rubén Darío era la vanguardia, solo él lo leyó todo. Al nicaragüense y a otros jóvenes poetas que murieron pronto. Era el único a este lado del Atlántico que los conocía. Y ahí llevó a cabo quizá la gran labor de su vida, la de traer el modernismo a España y acercarlo a otros como los hermanos Antonio y Manuel Machado y a un muchacho llamado Juan Ramón Jiménez.
Su obra ‘La copa del rey de Thule’, publicada en 1900, fue la primera encuadrada en este movimiento en nuestro país. Y solo es uno de los más de cien poemarios -algunos todavía inéditos-, veinte obras de teatro y diez novelas que escribió a lo largo de su vida. “El Villaespesa de este libro está a la altura, sin exageración, de Machado y del Juan Ramón modernista”, sostiene el ensayista y crítico literario José Andújar en referencia a ‘Thule’, la primera antología poética del escritor de Laujar que se publica en el ámbito nacional desde 1954, cuando Aguilar editó sus ‘Obras completas’. Dirigida por él, ha visto la luz de la mano de Renacimiento. Recoge ochenta poemas de 23 obras.
Contrastada su calidad, ¿por qué esa ausencia en los manuales de literatura? En la vida, uno puede estar en el lugar adecuado en el momento preciso, o simplemente no estarlo. Y Villaespesa no lo estuvo. Porque la poesía siguió evolucionando, él se estancó en el modernismo y, a partir de 1916, aquel muchacho que ya no lo era tanto llamado Juan Ramón dio una vuelta de tuerca con ‘Diario de un poeta recién casado’, renovó la poesía y se convirtió en maestro de unos jovencitos Federico García Lorca, Rafael Alberti y Luis Cernuda, que borraron de un plumazo lo anterior y fueron la venerada Generación del 27.
“En el siglo XX, el canon lo crea el 27, porque aparte de ser estupendos poetas, eran profesores universitarios. Y Villaespesa se va a América y se tira 17 años y aquí se olvida un poco. Y bueno, fue de república en república, de país en país, hasta que enferma y lo repatría la República española, que está recién creada”, señala Andújar.
“Villaespesa fue desterrado, pero no del todo porque sí ha estado en los libros aunque no siempre de forma positiva. Aparecen los mismos poemas una y otra vez y se pone el énfasis en los mismos defectos”, argumenta José Francisco Díaz, coordinador junto a José Luis López Bretones del ciclo ‘Palabras antiguas’, que ha desempolvado la figura del poeta cuando se cumplen 140 años de su nacimiento.
Una exposición, conferencias -incluida una del Premio Nacional de Poesía y de la Crítica Antonio Carvajal-, recitales y una ruta literaria han actualizado este otoño la vida y obra del autor de ‘Aben-Humeya’. La visita de Enrique Villaespesa, nieto del ilustre almeriense, y ese recorrido por los lugares de Laujar que le dejaron huella han dibujado tal vez los momentos más entrañables. Pasear por donde él paseó y tratar de adivinar sus sensaciones. La casa de su familia, el Convento de San Pascual Bailón o el molino, con las correspondientes lecturas de los pasajes en los que aludió a un sitio y a otro, han arrojado una aproximación de lo que fue y de lo que hizo.
Del hombrecito que vivió en Laujar hasta los nueve años para después irse a estudiar a Almería y Granada. Del joven que empezó a alternar y a destacar en Madrid y volvió a su tierra de luna de miel para presentar a su mujer. Del dramaturgo que cada vez que cosechaba éxito en un estreno regresaba a casa para ser recibido con todos los honores.
Su mujer, la mujer
Elisa, la primera mujer de Villaespesa, en aquel entonces la única e irrepetible, era hermosísima. Una especie de musa que tenía hechizado al círculo del escritor. Su muerte en plena juventud, en 1903, muerte que ni el aire puro de la Alpujarra pudo evitar, la convirtió en la musa enferma de sus libros. En las antípodas de esa ‘femme fatale’ que llevaba a la perdición de la que también escribió. A la que en un alarde de lo que hoy llamaríamos políticamente incorrecto llegó a llamar histérica. Pero ¿qué significado tiene eso para un hombre que se jactaba de tener varios ataques de neurastenia al día?
El legado
Ya no queda gente que conociera a Villaespesa. Transcurridos los derechos de autor, su obra se ha empezado a digitalizar en la Biblioteca Nacional. Y Diputación y la Biblioteca de Andalucía tienen ejemplares de sus libros.
Según José Francisco Díaz, siempre se ha dicho que, “como mínimo, tiene una antología que merezca la pena y la de Andújar ha salido en una editorial muy potente”. “En los últimos 10-15 años, se están llevando a cabo estudios, un volumen de artículos, varias tesis doctorales, la última la mía aunque me consta que se está preparando otra. Tengo previsto sacar una edición crítica de su obra ‘Rapsodias’. Y se van a editar más cosas: una biografía, una actualización de otra. Es el inicio para que la crítica se fije en él”.
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