Desierto adentro / construir un faro. / Hay algo que salvar en todas partes. // No dejes que me olvide, / por favor. / Ansia de oscuridad se vuelve cueva, // aislamiento.//
Una vez, de niño, intenté hacer merengue. Separé las claras de las yemas usando el método que mi madre no me había enseñado. Pasando una y otra vez las yemas de una cáscara a otra logré dejar un pequeño sol en el recipiente orgánico y un mar de agua y proteínas en el plato hondo de Duralex. Batí activamente el contenido translúcido introduciendo aire en la mezcla. Las proteínas fueron atrapando burbujas de aire, y éstas, cada vez más pequeñas por el efecto rítmico del tenedor, finalmente sucumbieron a la fuerza de las primeras. En su asedio, las proteínas proporcionaron estabilidad al conjunto y ganaron la batalla de la gravedad: tuvo lugar, tras el azúcar, el milagro del merengue.
Hoy recuerdo aquel episodio de mi vida mientras cocino la presentación del poeta Santa Paula #24, Josep M. Rodríguez. Con duna de hojaldre, azafrán de roca y luz del poeta Valente vuelvo a las palabras Vuelvo ahora / desde no sé qué sombra / al día helado del otoño en esta / ciudad no mía, pero al fin tan próxima, / donde el sol de noviembre tiene / la última dureza / de lo que ya debiera / morir. Hoy recuerdo aquel episodio mientras pienso que cada mes se produce la magia de entonces con la plaquette que editamos en las Dulces Tardes Poéticas: la plaquette Santa Paula, el librito que se llama como aquellos pastelillos de hojaldre, crema y merengue tostado que tomaba el poeta gallego en el antiguo establecimiento de La Dulce Alianza, la antología poética de nuestro autor invitado que nos regala un poema manuscrito en las páginas centrales.
Leí una vez de Josep M. Rodríguez los recuerdos son como grandes submarinos: permanecen ocultos, esperando emerger (en el mar de la memoria, añado.)
Biografía
JOSEP M. RODRÍGUEZ nace en Súria, Barcelona, en 1976. Es autor de los libros de poemas Las deudas del viajero (Dama Ginebra, 1998), Frío (Pre-Textos, 2002), La caja negra (Pre-Textos, 2004), Raíz (Visor, 2008) y Arquitectura yo (Visor, 2012), por los que ha obtenido, entre otros, el Premio de Poesía Emilio Prados, el Premio de Poesía Emilio Alarcos y el Premio de Poesía Generación del 27. Una trayectoria que recoge la antología Ecosistema (Pre-Textos, 2015). Parte de su obra ha sido traducida a más de una docena de idiomas. Ha publicado también el ensayo Hana o la flor del cerezo (Pre-Textos, 2007) y las antologías Yo es otro. Autorretratos de la nueva poesía (DVD, 2001) y Alfileres. El haiku en la poesía española última (4 estaciones, 2004). De su labor como traductor destaca Poemas de madurez (colección Cosmopoética, 2004), de Kobayashi Issa. En 2016, la revista Fragmenta dedicó un número monográfico al conjunto de su obra. Recientemente ha publicado Sangre seca (Hiperión, 2017), Premio de Poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina.
Poética
NOS ENCONTRAMOS ante un autor que empezó a leer en la biblioteca de su padre libros en castellano y que hoy, a pesar de que su idioma materno es el catalán, su producción literaria está escrita en la lengua de Cervantes crecí asociando la literatura a esa lengua. Con el tiempo me he dado cuenta, como hicieron seguramente, Marsé y Montalbán, de que me resulta mucho más cómodo escribir en castellano, nos aclara Josep M.
Sin entrar en el debate de si se puede encontrar o no el concepto tan sobrevalorado como el de originalidad sin echar mano de las vanguardias, se puede afirmar que Josep M. Rodríguez inició desde sus primeros poemas recogidos en Las deudas del viajero y, sobre todo, en su siguiente publicación, Frío, y posteriores, un camino hacia su voz economizando las versiones necesarias para conseguirla a través de la tradición. Caminamos. / Somos como los radios de una rueda. / Estamos juntos, / la realidad se mueve gracias a nosotros. La hipérbole de lo genuino lleva, muy a menudo, a la atrofia de la Poesía. Por eso Josep. M. huye de la exageración y el exceso y propone al lector huecos por donde completar el poema a través del juego de lo esencial.
No obstante, nuestro autor conjuga, con una maestría impropia de su edad, la realidad, como testigo del mundo que le rodea, con la abstracción y la imagen, a las que no renuncia como un mecanismo de defensa ante la dictadura de lo aparente: los poemas de Josep M. son un decir pero también un sugerir, no exentos de la tan necesaria emoción que debe contener la Poesía pero producto del pensamiento y la observación.
El yo azaroso con el que Josep M. llega a la Poesía (antes de escribir[la] hacía letras de canciones) lo convierte en un espectador experimentado que, sin embargo, cuestiona lo que ve Un sol / deshilachado y pálido / igual que la envoltura de un gusano de seda. // Me pregunto qué hay en su interior / y la pregunta / también me incluye a mí.
Josep M. es un poeta paciente, sólo pretendo que lo que escribo sea lo que quiero escribir, que las palabras sean las justas, que los significados los deseados. No me importa el tiempo, que, por otro lado, no creo que dé ni quite nada en un poema, nos dice Rodríguez refiriéndose a la duración del proceso creativo.
Nuestro autor es ya un poeta de referencia, un faro para los amantes de la Poesía, desde Las deudas del viajero hasta Sangre seca, desde la piel hasta lo más profundo de sus versos.
...
No recuerdo el sabor de aquel merengue, no volví a repetir la experiencia. Hoy prefiero ser parte del milagro Santa Paula de las Dulces Tardes Poéticas, pero... no dejes que me olvide / por favor.
Gracias a ti, / accedo al exterior, / me marco un rumbo. // Así amanezco luz de entre mis sombras: / Poco importa si hay pájaros muertos.
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