Recién acabadas las Navidades retomamos de nuevo nuestro espacio en este año que tan solo cuenta con siete días en el calendario. Y como es habitual en muchas casas, comienza con el Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena. Como la programación del concierto y su alto éxito siempre me invitan a reflexionar, me vais a permitir que antes de hablar de la obra de hoy, escriba brevemente sobre este gran evento musical.
Sabemos que la industria de la música clásica no vive su mejor momento y por ello todos los implicados nos esforzamos en mejorar la situación del panorama con cantidad de iniciativas de todo tipo y diferentes fórmulas. El hecho es que es difícil llenar las salas de conciertos y mucho más difícil crear público nuevo, y siempre nos hacemos la pregunta de por qué esto es así. Por supuesto, son muchos los factores que influyen, pero uno de ellos posiblemente sea que existen demasiados clichés (y algún anacronismo) que articulan todo lo que rodea a esta música y que, lejos de ayudar, distancian al público general de este género del que hablamos aquí. Sin embargo, el Concierto de Año Nuevo contó el pasado lunes con un abultado 30% de audiencia en España (líder en su franja) a pesar de que, bajo mi punto de vista, representa muchos de esos clichés.
Fácilmente muchos puedan sentir al verlo que este tipo de espectáculo no es para ellos, que no les pertenece... incluso que es muy elitista: público vestido de etiqueta, ambiente pomposo y un halo supremacista (culturalmente) envuelve casi todo el concierto. Y aún así, he de reconocer que hace un labor excepcional, porque aunque sólo sea un espejismo, aunque sea efímero, aunque sólo sea por una vez en todo el año, mucha gente ve un concierto de música clásica, y lo hace en su casa.
A todos ellos me gustaría decirles que, aunque el nivel de los músicos y bailarines participantes es excepcional y todo está meticulosamente cuidado, con total seguridad encontraréis cantidad de conciertos de clásica con los que os sintáis más cómodos, más identificados y que en definitiva, os puedan “llegar” más.
Desde luego, se trata de una larga tradición y esto explica en gran medida el porqué de este fenómeno. A mí también me gusta poner el Concierto de Año Nuevo, nos indica que algo ha comenzado, y qué mejor manera que con música. Pero no os quedéis ahí, si os gusta una vez…¿Por qué no iba a gustaros más veces?¿Por qué no en otro momento del año? ¿Por qué no en directo?
Y por supuesto que hay mucho más allá de los valses y las polcas programados el 1 de enero, hoy os traigo un buen ejemplo de ello: el Preludio a la Siesta de un Fauno, de Claude Debussy. Algunos me habéis pedido que seleccione obras de menor longitud y en esta pieza, el francés crea un maravilloso universo sonoro en apenas once minutos de música.
Mallarmé escribió un poema en el que un fauno desea guardar para siempre el bello recuerdo (que vive entre el sueño y la vigilia), de dos ninfas que le dejan plenamente enamorado. Atesorar ciertos momento vividos, algo tan común y complejo como eso, es lo que quiere este fauno de Mallarmé que, como dice al comienzo: “Estas ninfas quisiera perpetuarlas”.
Basándose en este precioso escrito llamado La Siesta de un Fauno y que fácilmente podéis encontrar, Debussy compone la obra de hoy. En ella plasma las escenas del fauno con las ninfas, el amor, y el deseo y el anhelo porque todo eso no se desvanezca. Y lo hace creando un mundo riquísimo en el que la indefinición es una constante, con temas estáticos que no se desarrollan y donde no todo es lo que parece. Se produce así una quietud extraña y sensual donde la bruma parece ocuparlo todo y donde el fauno, feliz por lo que ha experimentado y a la vez desasosegado por no poder retenerlo, comienza tocando la siringa con una embaucadora melodía.
En 1894 nace esta obra que hoy sigue reconociéndose como un gran pieza artística. La narración orquestal, como he dicho, cuenta las impresiones de este fauno, pero puede contar mucho más. Porque todos conocemos la sensación de no querer que un momento acabe o... la de querer mantener vivo lo que ya es un recuerdo. Por eso os invito a cerrar los ojos una vez más, a poneos los cascos sin miedo a aislarse y a escucharlo todo para dejaos llevar. Quizás podáis ver al fauno escondido entre los juncos deleitándose con las dos ninfas en una cálida tarde de verano, o quizás vuestra imaginación, llevada por la música, os conduzca a un mundo totalmente distinto en el que seguro la Belleza, la neblina, el sopor y la admiración serán también protagonistas...disfrutad de la ensoñación.
Como siempre, encontraréis el vídeo en el que escuchar la obra en Facebook y Twitter bajo el hashtag #EscuchandoMúsicaInmortal. Y a partir de ahora también encontraréis tanto los artículos publicados como los vídeos recomendados en el apartado Blog de mi página web.
Alejandro Aparicio es guitarrista almeriense. Músico fuera de los cánones habituales de la música clásica, destaca por su cercanía con el público en el escenario y su sensibilidad.
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