Situada en el extremo norte del término municipal de Nacimiento, a 1.550 metros sobre la Sierra de los Filabres, se encuentra la aldea de Los Rojas. En sus alrededores es fácil ver cabras montesas, jabalíes, águilas e incluso ciervos. De estos últimos, es posible descubrir en el suelo las cuernas que han mudado muy cerca del pueblo. Pasear por Los Rojas es trasladarte a otra época, desconectar del estrés, de la rutina. Pocos lugares nos harán sentirnos tan aislados del mundo moderno del que asoma alguna antena de televisión, un par de placas solares en los tejados y una vieja furgoneta abandonada, que nos recordarán que estamos en el siglo XXI. Desde su núcleo se puede contemplar una espectacular panorámica del valle que forma el Barranco de Gilma, especialmente cuando la primavera otorga a los bancales aterrazados de su vega un vivo color verde.
La Arquitectura de la aldea sigue la tradición constructiva de la zona del valle medio del Río Nacimiento, con variantes típicamente serranas más propias de la alpujarra, debido a la altura a la que se encuentra. Mientras que en las zonas más bajas de Nacimiento nos encontramos con cubiertas planas de launa, aquí predominan las cubiertas con grandes lajas inclinadas para una mejor evacuación del agua y la nieve. Sobresaliendo un poco de los muros a modo de alero. La techumbre está sujeta mediante grandes vigas de álamo o castaño. Los grandes muros de las viviendas, llegando incluso al metro de espesor en el caso de los de carga, eran los encargados de proteger de las altas temperaturas en verano y del gélido frío del invierno a sus ocupantes. Las casas se amontonan unas sobre otras de manera anárquica, la mayoría de ellas al norte de la calle principal, sobre la ladera sureste de la Loma de la umbría de Antón. Las que se conservan en mayor o menor medida fueron levantadas entre los siglos XIX y XX. Los materiales usados en la construcción, al ser los propios de la zona, hacen que el núcleo de viviendas se mimetice perfectamente en el paisaje, y de no ser por los encalados de alguna de sus casas, sería difícil de distinguir a cierta distancia.
La Historia de Los Rojas se pierde en los confines de la misma. La zona estaba habitada ya en tiempos de los romanos, estando catalogado un poblamiento de la época altoimperial. El pueblo comenzó a despoblarse a finales de los 60, saliendo sus habitantes mayoritariamente hacia Cataluña en busca de una vida mejor. El último habitante que vivió permanentemente en el pueblo se marchó a principios de los 90, aunque aún siguen yendo algunas familias para pasar los fines de semana. Muchos de los hijos que emigraron han vuelto a Almería cuarenta años después, y se han interesado por el lugar donde crecieron sus padres, arreglando algunas de las casas que antaño quedaron abandonadas.
La vida en Los Rojas era una vida casi completamente autárquica. Los aproximadamente 24 familias que residían de forma permanente en el pueblo a mediados del s. XX, no necesitaban del contacto con otras poblaciones más que para lo estrictamente necesario. El dinero no era por aquel entonces una necesidad vital, ni el hecho de no tenerlo suponía pasar hambre. Los hombres no tenían que salir fuera a trabajar, la principal fuente de alimentos se la daban la tierra y los animales. Cada familia tenía para su sustento trigo, cebada, cerdos, ovejas, aves de corral, vacas, etc. La relación que tenían entre todos era muy familiar. Las puertas siempre estaban abiertas, y era muy normal que mientras un vecino iba camino de guardar a los animales, le encomendara a otro atizar el fuego que calentaba la olla en su cocina.
Los niños, muy numerosos ya que cada pareja solía tener una media de cinco o seis hijos, se criaban entre juegos y las obligaciones propias del ámbito rural. La escuela más próxima se encontraba en Gilma, pero anteriormente a su construcción subía un maestro a la aldea para enseñar a los niños. La figura del maestro no era la misma que conocemos ahora: Maestro era todo aquel que por circunstancias de la vida había podido tener más estudios que el resto, no necesariamente debía ser "de carrera". Al no haber escuela, las clases se impartían cada vez en casa de un niño diferente. Dada la lejanía de la aldea, debía alojarse y comer también cada día en una casa distinta, turnándose los vecinos para tal fin. Además el maestro recibía 30 duros por cada niño a su cargo.
Leyendas y misterios, como en muchos pueblos de los Filabres, también existían en Los Rojas. Cuentan que cerca del pueblo había un cementerio moro, donde se enterraba a los muertos con ajuares de oro. Muchos lo han buscado a conciencia pero nadie ha dado con él. Además los niños tenían mucho miedo a un lugar donde decían se aparecía ‘La encantá’, en el camino que subía desde el pueblo al Cortijo de la Olla Pimienta. Allí había un agujero en un lado del camino del que salía una especie de vapor, y la encantá aparecía para llevarse a los niños, que cada vez que tenían que pasar por allí corrían como alma que lleva el diablo para dejarlo atrás lo antes posible.
Agradecimientos a Miguel Vergara Requena, Antonio Galindo Ferre y Trinidad Garrido Rosillo.
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