Los que admiramos a Celia somos conscientes de la huella imborrable que dejó en Almería desde aquel 8 de marzo de 1943 que llegó a nuestra ciudad. Son sus propias palabras las que testimonian esta fecha: “Aquella primera noche en Almería, día 8 de marzo, no hice nada más que charlar con Carmen, cenar y acostarme… Me enteré de muchas cosas del Instituto que tenían forzosamente que interesarme… Lo primordial para fines prácticos míos fue lo siguiente: de la Literatura estaban encargadas de curso aquel año ella (Carmen Fontecha Ramiro) y María del Mar Pérez Burgos, que había conseguido el nombramiento a pesar de estar ya Fontecha destinada aquí. Además, el 5º curso de chicos y chicas lo tenía Eusebio Pueyes de Pueyes, uno de los tipos más célebres que he conocido en mi vida… Este Instituto se caracteriza por ser una especie de asilo, el director enfermo de tuberculosis en cama y cobrando, el de Física enfermo y cobrando…”.
Estas palabras están tomadas de la carta de Celia Viñas a su familia, Almería, 1 de abril de 1943. En una anterior, la primera desde Almería, 24 de marzo de 1943, escribe: “Y, por fin, un ancho paseo de palmeras. Paseo del Generalísimo. Me doy cuenta de que estamos en el célebre paseo del Príncipe. Y el auto se detiene y una nube de niños sucios se pelea como pilluelos árabes por llevarle a uno la maleta. ¿Hotel Simón? Está a dos pasos. Y a las siete de la tarde entramos mi maleta y yo en el gran Hotel Simón. Habíamos salido a las diez de la mañana de Murcia”.
Para un mejor conocimiento de la figura de Celia, remito al lector a mis libros ‘Vida y obra de Celia Viñas y Cartas de Celia Viñas a su familia’ (IEA, Diputación Provincial de Almería, 1991 y 2015). En las numerosas cartas escritas a su familia (igualmente a sus amigos, escritores y alumnos) lo comenta todo de manera detallada: compañeros, alumnos, la ciudad, penas y alegrías. Celia Viñas refleja en ellas su personalidad y su pensamiento. Se vuelca, se sincera, destapa su corazón, se detiene en descripciones y en mil detalles. Pregunta por todos y se interesa por los mínimos problemas. Habla de sus proyectos literarios, de sus clases, de sus excursiones, viajes… En ellas iba su vida misma. Poseen una belleza, una gracia y una fuerza poco comunes. Leer una carta de Celia es un auténtico goce literario y humano. Constituyen su auténtica autobiografía, la mejor fuente para conocer a Celia. En ellas nos abre las puertas de su alma de par en par y nos entrega sus pensamientos, sus deseos, sus proyectos, su estado de ánimo y, al mismo tiempo, la minuciosa descripción de sus agudas observaciones. Y siempre con sinceridad. Enseguida toma cariño a la ciudad, al Instituto, a sus alumnos… Afirma en una carta a su familia (Almería, 8 de abril de 1943): “Estoy casi decidida, si no es para reunirme con vosotros, no me muevo de aquí. Además, y no es pisto, desde que yo llegué el Instituto se animó: excursiones, certámenes, conversaciones de arte con los alumnos, incremento del préstamo de libros… Tengo medio embrujadas a las niñas, desconcertados a los niños, embobados a los profesores viejos y algo despistados a los jóvenes que no saben aún realmente cómo han de tomarme”.
Celia, junto a nombres como los de Jesús de Perceval, Juan Cuadrado, Hipólito Escolar, tuvo una importancia tan significativa en aquellos años de posguerra que rebasó los límites de Almería. Fue una profesora entregada a su trabajo, con espíritu moderno y muy adelantada a su tiempo. Dice a su amiga Marta Mata (Almería, 21 de junio de 1945): “Yo trabajo en Almería como un misionero… encontré unas almitas niñas desiertas, secas como esta tierra trágica que me preocupa estéticamente, casi místicamente, tierra paria, tierra cruz… y procuro descubrir los rinconcitos donde el alma se esconde y canta su eterna canción verde… Hoy se lee y se escribe en Almería.
Los muchachos jóvenes no se avergüenzan de su sensibilidad y las niñas leen menos novelas rosas. ¿Cómo lo consigo? Mi labor no se limita a la cátedra, soy amiga de tantos como puedo, confidente de muchos, bibliotecaria de todos… y yo ya no soy yo cuando llego a Almería”. Y a su alumna, Mª Lola Ibáñez (Palma, 12 de septiembre, 1947): “Creo en la libertad de los humanos y que el amor es la gran verdad de la vida. El amor y el trabajo. Tú lo sabes bien. Olvida todo lo que quieras de mí y de mis clases. No olvides esto”. Sirvan como ejemplo de su espíritu moderno las palabras que escribió, en 1949, a Gabriel Espinar, uno de sus alumnos predilectos: “En evitación de tragedias domésticas, dar libertad a los matrimonios de cuarenta años para seguir o no viviendo juntos. ¿Cómo obligar a vivir juntos a hombres y mujeres por una elección hecha por jovenzuelos”? Chocó con una sociedad aferrada a las tradiciones que criticó que asistiera sola al cine, que fuera a la playa con un grupo de niñas, que saliera de excursión con alumnos y alumnas y durmieran fuera; pero, al final, terminó ganándose el cariño de todos.
La influencia de Celia, como pedagoga y sembradora de ilusiones literarias, fue decisiva en las once promociones que pasaron por su cátedra. Como una profesora de nuestros días, les explicó y enseñó a amar a Lorca, Machado, Miguel Hernández. Le inculcó el amor a la lectura. Se alejó de los modelos educacionales vigentes en la posguerra. Provoca un despertar cultural en una ciudad, seca y árida en inquietud intelectual, no solo en clase, sino fuera de ella (Biblioteca Villaespesa, Movimiento Indaliano). Fue un regalo para esta tierra. Fue un grano de trigo sembrado, demasiado prematuramente (murió el 21 de junio de 1954 y en el cementerio de Almería está enterrada) en el desnudo paisaje almeriense. En 1953 se había casado con Arturo Medina. Celia es de esas personas que aparecen muy de tarde en tarde. Una curiosidad para quien no la conozca y que muestra claramente la popularidad de Celia en Almería. El periódico ‘Ideal’, edición de Almería, realizó una encuesta en 1999 para que sus lectores eligieran a los cien almerienses del siglo. Y fue Celia Viñas quien obtuvo el primer lugar.
Viñas fue un valor probado, auténtico, que dejó en Almería una forma de ser y trajo un aire de libertad vital, rompiendo moldes pedagógicos y culturales y abriendo caminos de inquietud artística y literaria a nuestra ciudad hacia otros puntos de la geografía nacional. Ella, a pesar de no haber visto por primera vez la luz en esta ciudad, vivió en ella y, en palabras de Ricardo Molina, “estuvo, sufrió, luchó y amó intensamente a esta tierra andaluza”.
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