Pilares, bóvedas y arcos sumergidos bajo 3.000 metros cúbicos de agua. Ahí están. En el subsuelo de la ciudad. Escondidos en alguna parte de la avenida Santa Isabel. Ajenos a la vida que acontece en la superficie. Y, a la vez, necesarios hasta el punto de ser vitales para los 40.000 almerienses a los que abastecen cada día, el 20 por ciento de la población de la capital.
Los Depósitos de Santa Isabel, patrimonio invisible, casi submarino, han permanecidos inaccesibles hasta ahora, cuando por primera vez en sus 130 años han acogido en sus entrañas de piedra de cantería y tierra roja -secas para la ocasión- a más de 2.000 almerienses. Se vacían cada cinco años para su limpieza y, esta vez, como si de un eclipse se tratara, ese momento ha coincididido con el 25 aniversario de Aqualia, que junto con las áreas de Servicios Municipales y de Promoción de la Ciudad del Ayuntamiento de la capital han organizado una serie de visitas guiadas que se han prolongado hasta este pasado miércoles.
La Almería burguesa
Con el estilo de unos aljibes árabes, los depósitos se construyeron en 1888. Etapa fascinante de la historia de una Almería en pleno desarrollo económico y demográfico en que la prosperidad de la minería del hierro y la uva hizo que duplicara su población en 40 años.
“La nueva ciudad burguesa se levantaba a toda prisa con sus bellos edificios privados, públicos, religiosos, educativos, teatros, plaza de toros, mientras al norte y oeste de la ciudad se planificaban los barrios obreros. Naturalmente crecieron las necesidades de agua en una tierra históricamente seca”, explican desde la Asociación Amigos de la Alcazaba, colectivo que ha participado en las rutas.
En aquel año 1888 era alcalde Juan Lirola, uno de los más importantes que ha tenido Almería. En su mandato de tres legislaturas, la capital experimentó una gran transformación. Según el agente cultural que ha guiado estas visitas, Antonio Jesús Sánchez Zapata, Almería pasó de ser una ciudad encerrada en sí misma en el centro histórico, a expandirse hacia levante con los nuevos ensanches burgueses. En uno de aquellos ensanches se inauguró, el mismo año que los depósitos, la nueva plaza de toros, ya que la antigua había quedado pequeña.
“Estos barrios debían contar con una infraestructura más moderna que la que tenían en el casco viejo, introduciendo las aceras de cemento y también redes de abastecimiento de agua potable hasta las mismas viviendas. La salubridad del agua hasta el siglo XIX era muy deficiente, y esto provocaba grandes epidemias de fiebre amarilla, cólera y tifus. La construcción de estos depósitos consiguió rebajar notablemente este tipo de enfermedades en Almería”, explicaba durante la visita.
En el vientre de una ballena
Tras descender por unas retorcidas escaleras de altos peldaños, el visitante accede a unas cavidades tan bien conservadas como si el agua que todo lo puede jamás se hubiese atrevido a inundarlo todo. Porque los Depósitos de Santa Isabel no están construidos con cemento ni hormigón, sino con piedra natural, lo que evita problemas de oxidación que sí se hubiesen tenido con otro tipo de materiales.
Superado el choque de humedad y de eco, después de recrearte en la contemplación de sus bóvedas infinitas e imaginarlas inundadas, llama la atención un pequeño respiradero en el centro de cada una. “Cada respiradero cuenta con una mosquitera para evitar la entrada de insectos y, al mismo tiempo, impedir la condensación en los techos”, cuenta Sánchez Zapata.
Y en las columnas, en las múltiples columnas dispuestas en hileras, una especie de perlas que no son sino concreciones de cal. “El agua en Almería tiene bastante cal, pero eso no siempre es un inconveniente: aquí forma una pátina que dota a los depósitos de una mayor estanqueidad, evitando las filtraciones”, sigue el agente cultural.
Pero estas perlas de cal no son lo único que se puede apreciar a simple vista: el color tierra-anaranjado que presentan tanto las paredes como el suelo es debido también a otros minerales del agua. Por ejemplo, el hierro.
Justo al lado del depósito en que nos encontramos como en el vientre de una ballena, existe otro gemelo, exactamente igual. Cada uno con una capacidad de 3.000 metros cúbicos, 6.000 en total. “Dependiendo de la época del año, pueden suministrar en torno a los 4.000 y 5.000 al día. En verano llega a casi 6.000 por jornada. Abastece de agua a los barrios de Oliveros, zona centro, zona Catedral y parte baja de la Rambla”, sostiene Sánchez Zapata.
Una tubería de 70 centímetros llena los Depósitos de Santa Isabel y los conecta con los de San Cristóbal y la Pipa Alta. “El sistema es mecánico y automático y, además, puede ser controlado de forma remota con un sistema de telecontrol que proporciona datos cada hora. También cuenta con un sistema de alarmas, entre las que se encuentran la de intrusismo al recinto. Durante el año 2017, se han realizado 340 análisis de agua”.
El agua de la ciudad viene de ocho pozos situados en la Rambla Bernal, en El Ejido, y de una desaladora. Llega hasta el depósito de membrana flotante de Aguadulce, de 98.000 metros cúbicos de capacidad, y, una vez tratada, se envía a Almería a través de un canal que hace posible este milagro de vida.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/148433/la-ciudad-escondida-de-piedra-y-agua
Temas relacionados
-
Amigos de la Alcazaba
-
Catedral de Almería
-
Construcción
-
Asociaciones
-
Aguadulce
-
Alcazaba de Almería
-
Toros
-
Verano
-
Minería
-
Aqualia
-
Centro Histórico
-
Oliveros