‘Entusiasmo’ narra el despertar de una vocación religiosa. Una historia sospechosamente parecida a la de Pablo d’Ors (Madrid, 1963), que en esta entrevista habla sin ataduras sobre literatura, la vida, la experiencia de meditar en Almería y la Iglesia.
En usted siempre se ha dado la dualidad entre la vocación literaria y la religiosa. ¿Cómo encontró el equilibrio?
En realidad tanto la expresión religiosa como la literaria, mi condición de escritor y de sacerdote, no dejan de ser formas, y lo esencial es el fondo. Me ha costado mucho entender que el fondo es idéntico, es la búsqueda de lo genuino, de lo auténtico, de la vida. Durante décadas he vivido con cierta polaridad estas dos llamadas, ahora puedo decir que lo vivo con bastante armonía. No afirmo que esté completamente disuelto el asunto, pero ya no veo conflicto.
En ‘Entusiasmo’ habla abiertamente sobre sexualidad y es crítico con el Opus Dei al que acusa de proselitismo y con cuestiones en torno al sacerdocio. ¿Ha encontrado este libro, como otros textos suyos, algún tipo de rechazo por parte de la Iglesia?
La verdad es que no. En la Iglesia, como en cualquier otra institución, hay sectores más críticos, más abiertos o cerrados. Por el momento, no me he encontrado con particulares dificultades.
Yo creo que la visión que se ofrece del Opus Dei en el libro es bastante positiva. Por supuesto que no es una visión idealista. ‘Entusiasmo’ no es una película de buenos y malos. Este pobre personaje que se llama Pedro Pablo d’Ors tiene distintos guías espirituales y se siente más cercano a un estilo que a otro, pero eso no significa que se aborde este estilo más conservador y tradicional desde la amargura. Está escrito desde la misericordia y la comprensión. Cuando haces un camino, tienes amplitud de miras para comprender que cada uno tiene su sentido y su lugar. No es un libro simplemente crítico, ni siquiera fundamentalmente crítico, sino más bien amable.
¿Le permite la autoficción -se refiere a ‘Entusiamo’ como unas “memorias ficticias”- hablar sin tapujos sobre cuestiones que de otra forma sería espinoso abordar o tiene asimilado que alguien tiene que decirlas?
Yo hablo siempre con mucha claridad de las cosas; evidentemente la autoficción, la novela, te permite todavía mayor libertad. El género novela, que es el mío -yo me considero sobre todo novelista, antes que cuentista o ensayista- es como una casa común. En esa casa, en ese libro, tienen derecho a manifestar su opinión todos: unos y sus contrarios. Me parece que eso hace que la novela sea el género democrático por excelencia, donde todo tiene su legitimidad y existe esa pluralidad estructural que me interesa porque donde hay pluralidad hay posibilidad de verdad.
Este libro, al igual que los demás míos, tiene mucho de autoficción, solo que en éste, al ser más explícito, más directo, el lector lo percibe más. No creo que sea mucho más autoficticio que el resto de mis libros aunque sí de manera más explícita.
Al principio de la novela, relata la experiencia en Sierro de su personaje protagonista para participar en una Pascua Misionera. Esa vivencia es autobiográfica, ¿cómo la recuerda?
La recuerdo como algo maravilloso. Todo lo que pasa en el libro es verdad, pero nada es histórico en el sentido de que no sucede tal y como lo cuento. La cuestión de fondo sí -lo que uno siente, vive-, pero no significa que históricamente sucediese así.
Pero sí es cierto que con 18 años estuve en Sierro y lo recuerdo con muchísimo cariño porque para mí fue como un despertar espiritual: un pueblo lleno de gente acogedora, muy humilde, donde vivimos en casas un grupo de jóvenes de la parroquia en que yo estaba entonces. Los vecinos nos abrieron sus casas, hicieron celebraciones en el pueblo, salimos a hacer procesiones. Uno de mis deseos es poder volver algún día. Hace unos años me puse en contacto con el párroco de allí por si necesitaba que le echase una mano en algún momento.
Su abuelo, el ensayista y crítico de arte Eugenio d’Ors, tuvo un papel clave a la hora de dar a conocer al mundo a los indalianos, el gran movimiento artístico que ha dado Almería. ¿Qué influencia ejerció en usted?
No lo conocí personalmente porque murió en el 54 y yo nací en el 63, pero lo he leído mucho y siento admiración por él: era un prosista excepcional y un pensador de primer orden. No conozco toda su obra porque es amplísima -más de 70 títulos-, pero sí la mitad. Me interesa sobre todo como sistematizador, como persona que busca relacionar todas las disciplinas culturales, también como estilista. Un hombre que busca el estilo en la literatura.
Tener un abuelo escritor es una bendición y un estigma porque ser escritor en una familia donde está un hombre como Eugenio d’Ors siempre lo convierte en referencia. Pero estoy muy orgulloso de tener este antepasado literario.
Esta mañana [por el martes] ha tenido oportunidad de pasar por el Desierto de Tabernas antes de marcharse de Almería para unos ejercicios espirituales con sus Amigos del Desierto. ¿Cómo ha sido?
Ha sido extraordinario: un paseo meditativo tomando consciencia del silencio. Nos hemos juntado casi medio centenar de Amigos del Desierto, que es la red de meditadores que fundé hace cuatro años para todas las personas que están interesadas en la experiencia interior desde la cepa cristiana de las Madres y los Padres del Desierto. Había gente de Almería, Sevilla, Granada, Burgos, Madrid, Murcia. Ha sido precioso porque el desierto es una metáfora de la interioridad, pero cuando lo ves físicamente, cuando estás en el espacio geográfico del desierto, lo entiendes mucho mejor. Fundamentalmente lo que te está diciendo es que dentro, más allá de todo lo accesorio y formal, hay una invitación a vaciarse de tanto ruido y tantas cosas anecdóticas que no son fundamentales y, por tanto, es una invitación al encuentro con uno mismo.
Hemos hecho una caminata en silencio, luego una meditación de 25 minutos y una pequeña celebración de la luz compartiendo la vida. Ha sido muy, muy especial y, desde luego, pienso repetir después de haber visto este lugar tan espectacular que es el desierto de Almería.
Pienso en hacer una gran marcha de Amigos del Desierto por Almería, no sé cuándo, quizá el año próximo.
¿En qué consiste exactamente el puesto que ejerce para El Vaticano como consejero del Consejo Pontificio de Cultura?
El Vaticano tiene distintos dicasterios y uno es el de Cultura. Cada uno tiene sus miembros, que suelen ser obispos y cardenales. Y luego hay consejeros que estamos por todo el mundo. En nuestro país hay dos y uno soy yo. Nuestra misión es informar al Papa de la vida cultural de cada punto de referencia, en este caso España. Y se celebran encuentros anuales del Consejo sobre distintos temas.
Es bonito porque significa que, más allá de lo que dicen los medios de comunicación, el Papa quiere tener acceso directo a otras personas de otros lugares. Es como llevar el mundo, la sociedad, al Vaticano.
¿Cómo valora la labor que está haciendo el papa Francisco a la hora de acercar la Iglesia a la sociedad?
Yo tengo una visión muy positiva, me parece que es un hombre que está cambiando mucho las cosas. Sé que el sentir popular respecto a la Iglesia no es el mismo que durante el pontificado de Ratzinger o Juan Pablo II. Este Papa tiene una sensibilidad más netamente social y eso se va notando. Y luego se están dando pasos, a todos nos gustaría que fuera un proceso más rápido, pero la Iglesia es una institución muy grande y moverla no es fácil porque hay que arrastrar un peso del pasado y a veces se pueden ocasionar rupturas o divisiones y eso hay que evitarlo.
El Papa es un hombre no solamente bueno, sino muy inteligente y lo está haciendo francamente bien.
Vivimos un resurgimiento del movimiento feminista y la Iglesia católica sigue siendo una de las instituciones que más relega a la mujer. ¿Cuál debería ser su papel?
El papel de la mujer en la Iglesia debería ser exactamente igual que el papel del varón. No tiene que haber ninguna diferencia. Hay que tender a ello y, de hecho, hace poco ha habido una noticia histórica en ese sentido: el papa ha nombrado a tres mujeres consultoras del Consejo de la Doctrina de la Fe. Es la primera vez que ocurre y, además, son mujeres seglares, laicas, no religiosas, sino teólogas. Esto es un signo muy claro.
Precisamente, hace año o año y medio, el tema del Consejo Pontificio de Cultura fue ‘La mujer en la Iglesia’ y estuvimos en Roma hablando mucho de este asunto.
La visión es muy plural porque la Iglesia es grande; no es lo mismo la Iglesia en España que la Iglesia en Afganistán o en Japón. La realidad es que no hay ninguna institución religiosa del mundo donde la mujer tenga un papel menos discriminatorio, en cualquier otra tradición religiosa no están al nivel que en el cristianismo. Aunque eso no significa que no haya mucho que avanzar todavía, que por supuesto lo hay. Yo creo que se están dando pasos y ojalá vaya más deprisa para lograr esa paridad absoluta.
¿Considera que la Iglesia ha condenado lo suficiente los casos de abusos a menores en los que se ha visto salpicada? ¿qué pasos se pueden dar para acabar con ese estigma?
Yo creo que ese tema está muy claramente condenado, otra cosa es que se necesite tiempo para restañar la herida, y no solamente tiempo, sino que la Iglesia siga mostrando una actitud de condena hacia lo que es intolerable.
Pienso que el estigma es algo parecido, salvando las distancias, a los pueblos que han cometido barbaridades como el holocausto. En España todavía estamos a vueltas con la Guerra Civil y han pasado ochenta años. Tiene que pasar tiempo para que la herida se restañe, pero, a mi modo de entender, la condena explícita está hecha.
Realmente, en la Iglesia suceden cosas muy hermosas de solidaridad y humanidad y es triste que pongamos la mirada en lo más oscuro, que también está ahí y no se puede ocultar.
¿Es el celibato necesario para que el sacerdote ejerza su misión en el siglo XXI?
Creo que con el tiempo el celibato será opcional. Los sacerdotes que opten por él estarán muy bien y los que no, también. Lo ideal es que se convierta en algo opcional; creo que la mayoría de los compañeros piensan igual.
Hombre de confianza del papa Francisco
Escritor de éxito. Sacerdote heterodoxo. Intelectual de la Iglesia. Hombre de confianza del papa Francisco. Fundador de la red de meditadores Amigos del Desierto. Cualquiera de estas definiciones pueden aplicarse a Pablo d’Ors (Madrid, 1963).
Su debut como novelista fue en 2010 con el libro de relatos ‘El estreno’. Todas sus obras, emparentadas con la literatura de Kafka y Hermann Hesse -tal y como señaló durante su presentación en la Feria del Libro de Almería el narrador Miguel Ángel Muñoz-, han tenido una excelente acogida por la crítica. Sin embargo, el reconocimiento del público no le llegó hasta la publicación de su Trilogía del silencio (‘Biografía del silencio’ ha vendido ya 130.000 ejemplares).
Es nieto de Eugenio d’Ors, ensayista y crítico de arte que organizó la primera gran exposición del Movimiento Indaliano en Madrid, clave para que se dieran a conocer al mundo.
Es consejero del Pontificio Consejo de Cultura, un cargo nombrado directamente por el papa Francisco.
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