Guillermo Fuertes
23:08 • 17 ago. 2011
“De aquí para allá, todo era Vega”, dice Antonio, y su mano describe en un gesto impreciso todo el paisaje que se extiende más allá de las puertas del local, umbroso, elegante y refrigerado, del café Habana Playa. “Estaba el Zapillo, la Ciudad Jardín, el Tagarete... Casas de pescadores, playa, algunos chalecitos... Yo lo he visto cambiar totalmente, desde el primer edificio hasta el último”.
Antonio lleva nada menos que 40 años trabajando en el Habana. Dos décadas en las que ha visto no sólo nacer y cambiar el barrio, y la ciudad, sino también crecer generaciones de almerienses y visitantes. “He visto padres que han venido con sus hijos, luego estos hijos también han venido, y luego los nietos...”, sonríe. “Los conozco a todos, con sus gustos y sus preferencias. Eso agiliza el servicio. El Habana es una referencia en Almería y provincia, y en parte de España también”.
Segunda casa
Es la una y media del mediodía, y, por unos minutos, la actividad ha decaído en el local, tras una mañana intensa. Sus compañeros limpian, organizan, reponen los mil y un detalle de las mesas y los estantes, pues en un rato comenzará de nuevo la llegada de clientes. “A partir de las tres y media de la tarde, más o menos, otra vez funcionamos casi a tope”, explica. “Por la tarde noche afloja un poquito, pero nosotros seguimos manteniendo una buena clientela, porque la cuidamos”.
Antonio Soler Martínez es almeriense de pura cepa. Nació en 1953, en el barrio de Pescadería, y ya a los ocho años, como eran las cosas por aquella época, estaba trabajando en la Lonja. “Ahí estuve hasta los doce años, más o menos”, recuerda. “Luego me fui de cerrajero metálico, donde estuve hasta los 17 años, cuando empecé aquí”.
“Aquí” es los establecimientos Habana, que han sido como su casa durante cuatro décadas. Empezó en el de la calle Altamira, “brillando vasos y cucharas” dice. “En aquellos tiempos no había lavavajillas ni nada, era todo a mano. De ahí fui creciendo y tuve la oportunidad de trabajar en la barra, en las mesas...”.
En 1978, ocho trabajadores vinieron al Habana Playa, y desde entonces Antonio ha puesto su alma en un trabajo que, además, le gusta. “Es un buen trabajo”, afirma. “Tengo buenos compañeros, y estoy orgulloso de que la gente nos conozca como un lugar de calidad. Aquí cuidamos el servicio, la calidad, el buen trato al cliente...”.
El 12 de octubre de 1978 se casó con isabel Pérez, y con el tiempo han tenido dos hijos: Verónica y Antonio Jesús.
El cambio de los tiempos
Ahora Antonio es encargado de turno, pero sigue trabajando en todos los puestos, desde la barra hasta las mesas. El oficio ya no tiene secretos para él, aunque reconoce que con el tiempo ha cambiado mucho. “Mucho”, repite, sonriendo y recordando con la mirada. “Ha ido cambiando mucho. Antes lo que era el bolígrafo no lo usábamos apenas. Era todo en la cabeza. Y ahora está el ordenador. Pero no he tenido problemas, siempre te tienes que ir superando y adaptando a los tiempos...”.
¿Qué virtudes tiene que tener un buen camarero?, le pregunto. Se encoge de hombros. “Memoria, respeto hacia el cliente...”, enumera. “Rapidez, paciencia y calidad en el servicio”.
Su turno de hoy termina y él tiene que ir a supervisarlo todo. Afuera, el sol cae a plomo sobre las calles del Zapillo, el barrio que, si se piensa un poco, ha crecido alrededor del Habana Playa, el lugardonde todos, en algún momento, hemos tomado un café.
Antonio lleva nada menos que 40 años trabajando en el Habana. Dos décadas en las que ha visto no sólo nacer y cambiar el barrio, y la ciudad, sino también crecer generaciones de almerienses y visitantes. “He visto padres que han venido con sus hijos, luego estos hijos también han venido, y luego los nietos...”, sonríe. “Los conozco a todos, con sus gustos y sus preferencias. Eso agiliza el servicio. El Habana es una referencia en Almería y provincia, y en parte de España también”.
Segunda casa
Es la una y media del mediodía, y, por unos minutos, la actividad ha decaído en el local, tras una mañana intensa. Sus compañeros limpian, organizan, reponen los mil y un detalle de las mesas y los estantes, pues en un rato comenzará de nuevo la llegada de clientes. “A partir de las tres y media de la tarde, más o menos, otra vez funcionamos casi a tope”, explica. “Por la tarde noche afloja un poquito, pero nosotros seguimos manteniendo una buena clientela, porque la cuidamos”.
Antonio Soler Martínez es almeriense de pura cepa. Nació en 1953, en el barrio de Pescadería, y ya a los ocho años, como eran las cosas por aquella época, estaba trabajando en la Lonja. “Ahí estuve hasta los doce años, más o menos”, recuerda. “Luego me fui de cerrajero metálico, donde estuve hasta los 17 años, cuando empecé aquí”.
“Aquí” es los establecimientos Habana, que han sido como su casa durante cuatro décadas. Empezó en el de la calle Altamira, “brillando vasos y cucharas” dice. “En aquellos tiempos no había lavavajillas ni nada, era todo a mano. De ahí fui creciendo y tuve la oportunidad de trabajar en la barra, en las mesas...”.
En 1978, ocho trabajadores vinieron al Habana Playa, y desde entonces Antonio ha puesto su alma en un trabajo que, además, le gusta. “Es un buen trabajo”, afirma. “Tengo buenos compañeros, y estoy orgulloso de que la gente nos conozca como un lugar de calidad. Aquí cuidamos el servicio, la calidad, el buen trato al cliente...”.
El 12 de octubre de 1978 se casó con isabel Pérez, y con el tiempo han tenido dos hijos: Verónica y Antonio Jesús.
El cambio de los tiempos
Ahora Antonio es encargado de turno, pero sigue trabajando en todos los puestos, desde la barra hasta las mesas. El oficio ya no tiene secretos para él, aunque reconoce que con el tiempo ha cambiado mucho. “Mucho”, repite, sonriendo y recordando con la mirada. “Ha ido cambiando mucho. Antes lo que era el bolígrafo no lo usábamos apenas. Era todo en la cabeza. Y ahora está el ordenador. Pero no he tenido problemas, siempre te tienes que ir superando y adaptando a los tiempos...”.
¿Qué virtudes tiene que tener un buen camarero?, le pregunto. Se encoge de hombros. “Memoria, respeto hacia el cliente...”, enumera. “Rapidez, paciencia y calidad en el servicio”.
Su turno de hoy termina y él tiene que ir a supervisarlo todo. Afuera, el sol cae a plomo sobre las calles del Zapillo, el barrio que, si se piensa un poco, ha crecido alrededor del Habana Playa, el lugardonde todos, en algún momento, hemos tomado un café.
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