Con motivo del fallecimiento de Carlos Pérez Siquier, LA VOZ reproduce esta entrevista publicada en julio de 2018.
Empezó a hacer fotos en la década de los 50 y ahora, a los 88, sigue siendo referente de modernidad y está de moda: museo propio (el Centro Pérez Siquier en Olula del Río), exposición en el Reina Sofía, libro y mucha presencia en prensa, radio y televisión le llevan ocupando meses de agenda. Llano, ameno y socarrón, Premio Nacional (2003) y leyenda de la Fotografía, se mantiene cámara en ristre, inquieto como siempre e inmune a las trampas de la tecnología, que no ajeno a ella.
Su aspecto serio engaña. Tiene un fino sentido del humor, que sale a relucir al poco de iniciar una entrevista que comenzó por el principio, es decir, por sus comienzos como fotógrafo con la ya mítica serie de La Chanca.
¿Siente alguna nostalgia de tiempos pasados?
No, no, yo debería tener cierta nostalgia porque las primeras fotografías que hice, que fueron las de La Chanca, entre 1956 y 1958, eran una visión de un barrio desprotegido de la posguerra. Me interesó aquella gente porque las personas de la ciudad eran, como diría sin ser hiriente… un poco más vulgares desde el punto de vista de imagen.
Más convencionales.
Exactamente, más convencionales. Mientras que cuando conocí La Chanca me llamó la atención que la gente tenía mucha alegría, a pesar de su pobreza, y tenía una cosa muy importante, la dignidad. Podía haber hecho una fotografía documental, de denuncia, pero fue una fotografía de exaltación de esa dignidad, tenían sus casas muy encaladas, con colores, los chicos iban siempre muy limpios. Sobre todo me gustaban esas miradas de niños que contrastaban mucho con esa leyenda negra de que como se recogía mucho esparto, eso provocaba el tracoma, y la gente se quedaba un poco ciega. Y, sin embargo, yo ví allí que los ojos de los niños eran una maravilla, y como era muy rápido disparando, los cogía en los momentos de mayor explosión sentimental y esencial. Se me ocurrió hacer un libro sobre la mirada de los niños, cuyo texto iba a hacer Julio Alfredo Egea, pero no se acabó porque mi intención era no solamente La Chanca, sino también la mirada de los niños en el mundo. Pero en mi vida, al final, y esto es muy importante, aposté por quedarme en Almería.
¿Qué ha significado esa apuesta en su vida?
En aquellos tiempos estaba trabajando en un banco y tuve oportunidades de poder salir en puestos de mayor relevancia, y en la fotografía tuve también cantos de sirena para poderme ir a Madrid o a Barcelona, pero, sin embargo, me quedé en Almería.
¿Por qué lo hizo?
Haciendo una reflexión, porque Almería para mí forma parte no de un espacio físico solo, sino que es un espacio mental.
¿Y sentimental también?
Mental y sentimental. Forma parte de mi forma de ser y de estar en el mundo. Y me quedé. Tenía sus ventajas y sus inconvenientes. Los inconvenientes es que la profesión, la sociedad, iba hacia otras ciudades más avanzadas, como Madrid o Barcelona. Yo estaba aquí en una ciudad muy incomunicada y, claro, mi proyección personal fue mucho más lenta. En un momento determinado pensé que quizá me había equivocado, pero después Almería me fue dando satisfacciones y dos personas que admiro mucho como Juan Goytisolo y José Ángel Valente apostaron también por Almería, lo cual corroboró en el sentido de que había una atracción telúrica, física, que me hacía retener en Almería.
¿Estar aquí ha retrasado su reconocimiento como fotógrafo?
Fue más tardío, sí, muy tardío, y el libro de La Chanca, si bien yo había reproducido alguna que otra foto, hasta 24 años después realmente no llegó a salir.
¿Eso en Madrid o Barcelona hubiera ocurrido?
No, y más en aquella época, porque a nivel de fotografía, pocos, muy pocos, habían hecho como yo hice, una narración por imágenes de un determinado lugar, contado como los fotógrafos americanos más avanzados, y eso sirvió de guía para los fotógrafos que posteriormente se han significado dentro de la fotografía española.
¿Ha creado escuela?
Sí, sí, por supuesto. Esas fotos son intemporales, están hechas con autenticidad, sin manipulación ni anterior ni posterior a la toma. Tienen ya cerca de 60 ó 70 años y siguen siendo válidas para la visión del hombre moderno. Me van a vivir a mí. La crítica más severa que se puede hacer a una obra es el paso del tiempo, cuando perduran las fotos y les gustan todavía a la gente joven, están en los museos, y ahora en una exposición en el Reina Sofía, significa que acerté.
¿Por qué su obra resiste tan bien el paso del tiempo?
Quizá otra persona hubiera hecho un documento con un sentido crítico de la injusticia en que estaba ese barrio. Pero, como digo, lo que hice fue un reportaje muy sincero de la dignidad. Cuarenta años después he hecho exposiciones y ellos se encontraban identificados con mis fotos, y era para mí muy emocionante que algunas personas incluso se ponían a llorar. Yo lo hice con mucho amor, y el trabajo que se hace con amor es el que resiste el paso del tiempo.
Cuando dispara la foto, ¿qué busca?
Varias cosas. El momento esencial quizá reside en que la persona, en el gesto, está exteriorizando su interior, su vida íntima. Luego que esa persona esté dentro de un contexto, como era el paisaje de La Chanca, las casas, las calles. Y que en la forma de encuadrar hubiera compensaciones, arquitectura, atenciones, equilibro, circunstancias que hacen que la persona adquiere una mayor dimensión porque el entorno refuerza su imagen.
¿Cuál cree que es su mejor foto?
Hay determinadas fotos mías que son como iconos. En La Chanca tengo una de un paraguas colgado en una casa blanca del año 58 y ahora está en todos sitios porque dicen que tiene unos componentes modernísimos. Los críticos que han escrito sobre mí han acentuado de mi obra que sigue siendo moderna y que tiene un cierto sentido del humor. Quizá decirlo parece un poco vanidoso y es que yo soy una persona moderna. A los 88 años, las personas que conmigo conviven son todas mucho más jóvenes, me llevo muy bien con ellos, y también como las personas de mi desaparición me van desapareciendo… Ahora lo que estoy viviendo es por mi longevidad. Porque soy un superviviente.
Un superviviente que está de moda.
Bueno, estoy en todos los espacios, y de alguna forma muy utilizado mediáticamente, en Madrid o Barcelona. El día de la inauguración [de la exposición en el Reina Sofía] fueron unas 700 personas y tuve que atender a cerca de 10 ó 15 medios.
Las técnicas actuales del retoque, la preparación de la foto, ¿son engaños, trampas?
Yo tengo un libro que se llama Trampas para Incautos, una fotografía a un objeto que parece una cosa y después es otra, estoy engañando al ojo, pero lo hago sin trampas ni cartón, mientras otros lo hacen posteriormente con los medios digitales que les permiten manipular, intervenir de una forma en que hay mucho engaño. Piensan que ser moderno es aplicar la técnica moderna, y es todo lo contrario, la técnica moderna debe aplicarse a lo que es la creación, valerse de un sistema que le permite expresarse al autor pero no seguir la moda, porque la moda es muy pasajera, y un creador tiene que ser el que implante su moda, que la personalices y digan esta es una foto de Pérez Siquier.
Es el disfraz de un mal creador, entonces.
Es un disfraz si no sabes utilizarlo con otros fines. La técnica es una cosa que se debe aprender para después olvidarla, que no te inhiba cuando estás haciendo una foto, que intervenga más el pensamiento y no la técnica. Ahora se hacen fotos de una manera indiscriminada, muchísimas fotos, no tienes tiempo de pensarlas. Al principio yo no tenía dinero ni para pagar el material, y cuando había un argumento que fotografiar hacía una o dos, las pensaba mucho porque la fotografía es saber mirar. Esa mirada tiene que estar reforzada por lo que llevas en el cerebro, y en el cerebro debes llevar aquellas imágenes que tanto en la pintura, en la escultura o en la poesía, te han forjado tu personalidad y tu forma de ver el mundo. Lo que llevas en el cerebro aparece de forma inconsciente cuando haces la foto.
Al perder el revelado con la fotografía digital, ¿se ha perdido la magia?
Ahora hay unas posibilidades enormes, hacen 200 ó 300 fotos, y en ese momento saben si la foto ha quedado bien y hasta se la pueden enseñar a la persona fotografiada. Nosotros teníamos que meternos en un cuarto oscuro, con una luz roja, que parecía como esos puticlub de la carretera, y en la cubeta veías aparecer la foto que le habías hecho a una chica con la que en aquellos años de la posguerra físicamente no habías podido tener una relación, pero de pronto en el papel blanco aparecía la cara de esa mujer que te había enamorado y la llevabas a la mesita de noche.
¿Qué le ha aparecido en esos revelados?
Han aparecido muchas novias (risas).
¿Y algo que no esperaba en absoluto?
Hombre, muchas veces el azar y la suerte tienen una importancia fundamental, aunque he de decirte que el buen fotógrafo se anticipa, prevé lo que va a ocurrir y está preparado para captarlo, ya sabe que la suerte va a venir.
¿Ha caído en la tentación de la fotografía digital?
Yo no me puedo resistir a una tentación, y efectivamente he entrado en la fotografía digital, y en mi último libro, uno sobre una casa de pastores que tengo en Benahadux, he hecho un librito con una cámara pequeña y ha quedado muy chulo. Y otro libro, Mi sombra y yo, autorretratos en los que se proyecta mi sombra… eso queda para que cuando yo desaparezca mi sombra siga, mi mala sombra, vamos….. (Risas)
¿Le atrae la fotografía con teléfonos móviles?
La ventaja es que permite muchas veces hacer las fotos sin que intimides a las personas, no se dan cuenta de que las estás fotografiando. Una cámara grande te intimida y no te pones natural. Tengo un libro, Viaje en tren, ahí me llevé una cámara pequeñita, analógica, y a la gente que estaba en el tren, cuando se estaban durmiendo les hacía la foto. Pero si yo saco una cámara de estas (señala la del fotógrafo), entonces soy un intruso, y lo que hay que procurar es no ser un intruso.
Con la cámara grande se intimida, ¿y con el móvil no se vulnera la intimidad?
La vulneración de la intimidad puede hacerse con una cámara grande, con una pequeña, con lo que sea. Cuando estás haciendo una fotografía a una persona y no le estás pidiendo permiso, puedes vulnerar. He tenido problemas con eso. Cuando yo fotografiaba La Chanca, entonces ellos te agradecían que les hicieras una foto, se sentían como gente del cine. Ahora te paran y te dicen, eh, deme dinero o para qué son las fotos. Las fotos que yo tengo de la playa ahora sería imposible hacerlas, porque están muy cerca. El otro día estaba en el Paseo Marítimo con mi maquinita porque quería hacer una cosa de bicicletas y, de pronto, miro y detrás de mí en la ducha estaban las madres con los niños desnudos duchándolos, enseguida quité la cámara porque en ese momento una mujer de aquellas piensa que he fotografiado a un niño, llama la policía y me meten en la cárcel, sin preguntar nada. Hay que tener un cuidado enorme. Muchos fotógrafos importantes ya no quieren fotografiar gente.
Y, sin embargo, ahora cualquiera hace una foto, la sube a las redes sociales y es de dominio público.
Pues eso es, ahí hay un peligro enorme. Sobre todo los jóvenes las mandan unos a otros, y en un momento dado alguien malévolo puede utilizarla con un fin perverso.
¿Conoce Instagram?
Yo no estoy en Instagram. En Facebook sí.
¿Las redes sociales son un espacio adecuado para la obra de un fotógrafo?
No, no, las redes sociales son muy peligrosas, porque lo mismo que hay informaciones muy buenas, hay gente de muy poca calidad humana, social y ética.
Empezamos hablando de Almería, ¿qué cambiaría de esta ciudad?
Quería hablarte de cosas de Almería, sí. Me ha interesado mucho el proyecto de conectar el puerto con el Club de Mar, por todo el Paseo Marítimo y que llegue hasta la Universidad. Ese Paseo Marítimo es una maravilla, una suerte que tenemos. Tiene la desgracia de que se hicieron unos edificios en el desarrollismo que entorpecen mucho la vista del mar, fue un error, pero, bueno, ahí están. Pero El Palmeral está sirviendo para aparcar en vez de ser para la gente, un sitio de esparcimiento y de tranquilidad. Quizá eso es difícil de quitar porque no hay sitio para aparcar, pero una cosa que sí se podía conseguir quitar es los ruidos. No es tolerable cómo estás tomando algo en una terraza y de pronto pasa una moto a escape libre. Eso no cuesta dinero al Ayuntamiento conseguirlo. También pienso que el desarrollo de Almería debía haber sido más bien por la costa, no hacia el norte. El mar, el mar, y no pensar en nada [recita]. Es de Machado.
¿Es verdad el dicho ese de que la sociedad almeriense es indolente?
Es conformista, quizá desde el punto de vista histórico porque han pasado tantas civilizaciones que el almeriense ha ido poco a poco adaptándose. Pero de repente aparecen personas que tienen una valía extraordinaria. Hay grandes almerienses que le están dado lujo y lustre a la ciudad de Almería.
¿Me da nombres?
No puedo darte nombres, pero no se referirían por supuesto a la fotografía, puedo decir en deporte, en investigación, hay gente importantísima y muchos que no conocemos.
¿Culturalmente aquí hay nivel?
Regular. Aquí se tardó en hacer el museo Arqueológico, y en galerías ha habido dos que medio medio. Ahora sí hay un proyecto que se está llevando bien por parte del Ayuntamiento, un convenio con la Fundación Ibáñez Cosentino que está moviendo a casi todos los que tienen algo que decir en las artes plásticas. Y está el CAF, que ha traído y trae gente muy importante.
¿Fue AFAL una de las cosas más importante que han pasado en Almería?
A nivel de Almería, no, pero fuera de Almería, sí. La fuerza que ha tenido la exposición de AFAL ahora en Madrid, eso no ha habido ningún movimiento cultural en Almería, ni por asomo.
¿Lo mejor fue que murió pronto y no le dio tiempo a degenerar?
Bueno, sí, la revista, que la llevábamos José María Artero, que era el director, y yo que era el redactor jefe, hizo 36 números durante 7 años, en el año 57 y 58, eso era…
Una heroicidad, casi.
Ahí estuvieron colaborando los más importantes de la joven fotografía española, catalanes, vascos, valencianos, una hermandad de comunidades como no existe ahora. Y ese grupo ha sobrevivido durante 30 ó 40 años, con unos caracteres y unas personalidades tan distintas y hemos sido capaces de mantenerlo y ahora triunfar en Madrid. Eso es una cosa insólita. No cobrábamos una peseta. Llegó un momento en que José María Artero quería comercializarla más, yo me di cuenta de que aquel ardor podía ir languideciendo, y dije que no, que había que haceruna eutanasia, porque las re voluciones, si no mueren jóvenes, se van convirtiendo en lo que hoy día es lo más grave que ha tenido la política española, que es la corrupción, porque ya hay unos intereses creados. Como AFAL morimos jóvenes, pero honestos.
¿Falta que Almería le haga su reconocimiento a AFAL?
No, no, está reconocida ya. Mira, triunfar en Almería es francamente difícil, lentísimo. A cualquier nivel. Lo que hay que procurar es ser espabilado, tratar de conseguir las cosas fuera de Almería, y entonces volver. Cuando vienes de fuera con esos antecedentes, en Almería te hacen caso.
¿Ve algo revolucionario o algo interesante en la fotografía de hoy en día?
Nada. Lo que sí estoy viendo en la fotografía es una utilización del argumento, con temas como la inmigración, o las guerras, para ser activistas de la fotografía, valiéndose de asuntos en carne viva para surgir los fotógrafos. Saben que no se las van a rechazar en una galería, sobre todo institucional.
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