Isla de Alborán, 30 de abril de 1914
Querida Julita, aquí tu amiga Josefina Plá, puntual a nuestra cita quincenal. Me decías en tu anterior carta que te contase mi experiencia más a fondo, que te hablase sobre esto de vivir en medio de la nada. Bueno, la nada se llama el Mediterráneo, guapa. Pero para que te hagas una idea, en la Isla de Lobos donde nacimos las dos, caben casi sesenta y cinco Islas de Alborán. Si te parecía pequeño nuestro pueblito, si pensabas que era una hazaña cruzar hasta Fuerteventura para dar un largo paseo, te diré que llegar hasta este enclave sí que ha sido aventurado. Esto es simplemente un jardín ventoso del que no se puede escapar, pero sin una sola palmera. Estamos a cincuenta millas de la península, o sea, a casi unos noventa kilómetros de Almería. Ya llevamos aquí treinta y cinco días desde que a mi padre lo destinasen como torrero del faro. Y con él mi madre y yo. Ya te dije que aquí viven tres familias más de fareros, para turnarse entre ellos, con las que me relaciono a regañadientes. No me han parecido gran cosa los veinte niños y niñas que suman entre todos sus hijos. Aunque deberé de seguir investigando, probando, como dice mi madre. La compañía de las gaviotas y los delfines no puede de ser suficiente, aunque a mí sí me lo parezca por ahora.
Lo bueno: que como tengo todo el tiempo del mundo intento sacarle partido a cada cosa que emprendo cada mañana. Lo malo: que cuando azota el viento, algo común, es mejor quedarse a cubierto intentando viajar a otros mundos. Me gusta mucho Rosalía de Castro, su poesía, aunque ahora estoy leyendo su primera novela: La hija del mar. La verdad es que la lectura ha sido mi madero de naufrago en este primer mes. En el segundo lo está siendo también la cerámica. Te cuento: En el último suministro de hace diez días, otra de las familias había pedido arcilla para hacer cacharros. Una de las mujeres de los torreros es hija de alfarero y ha decidido montar un taller para mantener distraída a la chiquillería. Mi madre me llevó a rastras el primer día. Las demás veces he ido yo sola. He descubierto cuán feliz me siento diseñando dibujos sobre los platos o jarrones que modelamos. Se me pasan las horas volando como con ninguna actividad. La señora Maruja dice que no se me da nada mal esto de decorar cerámica y mi madre quiere que le haga una vajilla de doce servicios. Ya me ha dicho la señora Maruja que le diga a mi madre que se tendrá que conformar con cuatro platos llanos y una fuente.
Te sigo echando mucho de menos, Julita, y espero que me escribas al recibir la presente y me cuentes con detalle cómo es eso de que te haya bajado el periodo por primera vez. Mi madre no me habla de ese tema y cuando le he dicho que tú ya lo tenías, solo me ha contestado que disfrute mientras llega la maldición divina.
No tardes en contestarme, tus cartas junto con la arcilla son ahora el agua dulce que me calma la sed.
Isla de Alborán, 14 de mayo de 1914
Querida Julita, te tengo que poner en antecedentes de mi última aventura. Rectifico, he encontrado a un amigo rebuscando entre los niños de esta isla. Se llama Manuel y tiene catorce años, casi dos más que yo. No es que sea muy guapo, es más bien esmirriado, pero le encanta escuchar mis peroratas. Lo más emocionante es que la otra tarde de calma chicha fuimos en la barca de su padre al islote de la Nube. ¿Te he hablado de esa piedra? Es un roquedal situado al noreste de Alborán, apenas separado unos cien metros. Es un sitio de paso, como un santuario de muchísimas aves que descansan allí. La idea de visita la Nube la tuve yo. Mi madre se quejaba de que los huevos siempre llegaban rotos del suministro y que le gustaría hacer una gran tortilla de papas el día de mi doce cumpleaños. Y yo empecé a darle vueltas mirando a la Nube. No hay mucho fondo entre las dos rocas y créeme que las separa el agua más limpia y transparente que haya visto nunca. Invita a darse un baño, incluso a llegar nadando hasta el islote. Pero la presencia frecuente de tiburones y la imposibilidad de volver con los huevos a cuestas, hizo que Manuel sugiriese que era mejor coger el bote. Y quedamos al caer la tarde. Yo llevaba la cesta de mi madre de los huevos y él la de la suya. Llegamos en un periquete, aunque para atar el bote sin mojarnos mucho pasamos lo nuestro. A pesar de que no había olas, las corrientes marinas son siempre muy engañosas y estuvimos a punto de chocar contra las rocas. Suerte que Manuel lleva viviendo en la isla dos años y es experto en pisar piedras llenas de erizos. Cogimos cada uno lo menos treinta huevos, pero a la vuelta nos esperaba un viento de poniente endiablado que, por mucho que remábamos, nos impedía salvar los cien metros que nos separaban de Alborán. Era casi de noche cuando conseguimos arribar. Su padre y el mío nos esperaban y nos castigaron a ambos. Sabíamos que para coger el bote hay que preguntar el parte de vientos. Pero las aventuras son así, si no, no son aventuras. Al día siguiente nos levantaron el castigo y para mi cumpleaños, que ha sido hoy, hemos comido la tortilla de papas más rica de toda mi vida. Ha venido invitado Manuel, sus padres y sus dos hermanillas chicas. Me ha regalado una caña de pescar que ha hecho él mismo con unos aparejos que encontró entre las rocas. La pesca tampoco es que sea abundante, las corrientes y los tiburones, también los delfines, se encargan de que no quede casi nada de pescado disponible para los torreros de Alborán.
Gracias por mandarme un pañuelo bordado con mis iniciales J.P. y esas dos margaritas que te ha quedado preciosas a los lados.
Isla de Alborán, 27 de junio 1914
Querida Julita, tu amiga Josefina se ha echado novio. Como lo oyes. Manuel se me declaró en la noche más hermosa y corta del año y yo no he podido decirle que no. ¿Todavía no te había descrito lo mágico de vivir en la frontera de la tierra? Es lo mejor de Alborán. El sol parece que nos saluda los primeros de la mañana de todo el planeta y nos toca con sus dedos largos con la última luz del día, la más bonita. Pero estos cielos estrellados de verano, ay, Julita, estos no los había visto nunca. Y si debajo de ellos besas a un chico bueno que te quiere, entonces una piensa que está en el paraíso. Yo sé que Manuel no es un muchacho hecho para mí, a pesar de que le guste escuchar mis poesías y le encante complacer mis caprichos de soñadora. No entiende de nada que no sea de cangrejos y lapas, pero sabe aparentar que le interesan mis cosas. Su pelo huele siempre a petróleo, ayuda a su padre con la luz del faro en su turno y cuando me acerco a sus labios, saben a sal. Me dices que te lo describa. Bueno, es moreno de piel. Tiene un pelo como de guanche, muy brillante y oscuro y quizá sea lo que más me atrae de su estampa, cuando con un golpe de cabeza se quita el flequillo de los ojos. Delgado como una anguila, sin embargo tiene brazos y piernas muy fuertes. Es capaz de cogerme en peso aunque no sea más alto que yo. Le he hecho una poesía que le di ayer y me dijo que la guardaría para siempre debajo de la piedra más alta de la torre del faro. Manuel no sabe hilar muchas palabras seguidas, pero cuando me dice esas cosas, es como si fuera una especie de hijo de Neptuno, algo así como un viento fuerte. ¿No es romántico? Te mando parte de otro de mis versos:
Todo comenzó en el espejo.
En la palma indiferente del agua
la nube fingió islas, cimientos el arco iris.
Todo comenzó en el espejo.
En el cielo engañifa de la charca
la rama empolló el huevo de la luna;
cosió el pájaro un velo con costura perdida.
Isla de Alborán, 30 de julio 1914
Querida Julita, estoy muy preocupada. Han llegado noticias terribles hasta la Isla: ha estallado una guerra en Europa de magnitudes imprevisibles. Los cuatro fareros están muy azorados con lo que puede significar que el Mediterráneo se vuelva de un día para otro un campo de batalla y que incluso recalen aquí barcos de la contienda que pretendan saquear lo poco que tenemos o quizá algo peor. En las guerras todo vale y nos sentimos ahora tan pequeños como lo que somos, cuatro familias intentando sobrevivir en esta isla desnuda de apenas siete hectáreas. Mi padre ya nos dijo a mi madre y a mí que nuestra estancia en Alborán no abarcaría más de un año, que pronto pasaríamos a la Península. Ayer escribió su carta a la comandancia de Marina informando de algunos avistamientos de buques de guerra en la zona y pidiendo el traslado a cualquier faro libre de España antes de que lo pida alguno de los otros tres fareros. Dice mi padre que por antigüedad le tocaría a él. Y yo siento que me rompo pensando que en pocos meses me marcharé de Alborán para siempre. Manuel se quedará aquí, como las gaviotas de la Nube, secándose bajo el sol y gritando mi ausencia por dentro. Pero tengo miedo de la guerra, quizá sea lo mejor salir pitando. Le estoy haciendo un jarrón con forma de ave, con las dos alas abiertas por asas y un pez en el pico a punto de caer. Presiento que será mi regalo de despedida.
Garrucha, 10 septiembre de 1914
Querida Julita, por fin respiramos tranquilos en este pueblito de pescadores de Almería. Vinimos la semana pasada desde la Isla. Los otros fareros también quieren marcharse y no nos hemos despedidos de ellos por la tormenta que se desató cuando supieron de nuestro traslado. Mi padre llevaba semanas sin dormir más de dos horas seguidas de pura preocupación. Y ya en la costa de Almería lo he escuchado roncar como en mucho tiempo. Yo estoy contenta, este día tenía que llegar y ya está. Lo de Manuel era imposible. Un pez y una gaviota no hacen buena liga, me dijo mi madre cuando me vio llorando al coger el barco que nos llevó al puerto de Adra. El pez se escurrió entre mis manos, se quebró... De allí cogimos una carreta que nos trajo a Garrucha, recorriendo en dos días todo el litoral. Y por fin voy a ir a una escuela de un pueblo hermoso que se llama Vera, aquí cerca y ¿sabes?, ya tengo doce poemas para componer un cuaderno que quizá lo nombre: “Pez de barro”. ¿Te parece cursi? Sí, tienes razón, pensaré otro título.
Escríbeme. Te quiere tu amiga Josefina, ya más tranquila, más triste y algo desplumada. Por cierto, me ha venido mi primera regla. Sin comentarios.
Josefina Plá (Lobos, Fuerteventura 1902—Paraguay 1999). Escritora, periodista y ceramista afincada en Paraguay. Hija de farero, habitó los faros de la Isla de Alborán y Garrucha.
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