Bienaventurados quines son objeto de la burla del cómico. Bienaventurados quienes son tratados si piedad en la astracanada de los cómicos, en el saludable sainete de los cómicos que parece que acaban de invadir las tablas de Cervantes llegados directamente de la calle, sin pasar a penas por los camerinos, salvo para enfundarse la ropa de trabajo.
Bienaventurados los que salen en la foto intencionadamente distorsionada que los cómicos les hacen a sus semejantes, sin instagranes ni facebooks de por medio.
Bienaventurados, al fin, quienes se sientan aludidos por la humorada de los cómicos propios que se cruzan cualquier día por la calle con una sonrisa de amabilidad sincera y una honradez a prueba de prejuicios, después de haber descerrajado la cordura del prójimo con un chiste a tiempo, con una parodia envenenada de puro ingenio.
Cómicos propios
Son los cómicos de aquí y ahora, que desmontan el sentido común convencidos de que nada tiene sentido. O quizás, sí. Quizás tenga sentido abandonarse a esta ternura beatífica del cómico que despelleja vivos a sus conciudadanos sin hacer distinciones entre unos y otros, tal y como reza el mandato constitucional.
Quizás, el cómico más cercano sea el más indicado para cumplir la ley no escrita del teatro, según la cual, quienes se atreven a dejarse iluminar por la candilejas están llamados a hacer un poco más libres y más sensatos a quienes han pagado su butaca. También, un poco más felices, porque eso va incluido en el precio de la entrada.
Por mucho que queramos presumir, hay que reconocer que Almería no anda sobrada de casi nada. Pero, al menos tiene cómicos propios, que se cruzan con su público y sus víctimas en los semáforos y en los cafés. Cómicos sin máscara, sin gabinete de imagen. Cómicos sin más burladero donde guarecerse que su propio trabajo.
Almería tiene el Indalo, el tomate, el Sol de Portocarrero y el Corazón de Jesús “que lo ve todo” desde el Cerro de San Cristóbal. Y a la Virgen del Mar, cuidando la integridad del Cabo de Gata y ahuyentando a las medusas portuguesas de la playa del Zapillo. Para morirse...
Teatro
El Cervantes se eleva entre carcajadas y luego toma tierra, esta tierra. “Tú a Punta Cana y yo al Zapillo” de Calavera, Céspedes, Kikín, Alvarito y Marco se despide con el encargo bajo el brazo de volver para Navidad con un nuevo montaje.
Seguramente, otro espectáculo para todas las edades del corazón y del sentido común, no apto para enfermos de pesimismo y prejuicio.
Será una nueva foto robot de Almería, con sus cosas, que son las de todos, nos gusten o no.
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