Miguel P. Borbalán
23:53 • 28 ago. 2011
Es el hombre más feliz que se pasea por la Feria del Mediodía. Se nota en la sonrisa con la que responde a todas las personas que se acercan a felicitarle en nuestro caminar por la Puerta de Purchena hacia el Kiosco Amalia. Los camareros también le dan la enhorabuena mientras se pide un té con sacarina, un vaso con mucho hielo y medio limón para exprimirlo sobre la infusión.
Es su primera incursión en la Feria del Mediodía, pues nunca le gusta salir antes de torear. En los días previos a la corrida se ha dedicado a “pasar mucho miedo”, concentrarse, entrenar y subir al cerro de las antenas de Aguadulce a meditar y a estar solo, “hablando conmigo mismo y con mi gente de arriba”.
Todo este esfuerzo preparatorio dio sus frutos. Tantos que salió del coso de la avenida de Vilches por la puerta grande, a hombros de sus alumnos de la Escuela Taurina Municipal de Almería. Lo llevaron subido así por la calle Granada, Puerta de Purchena, Paseo, y Plaza Circular hasta dejarlo en el mismo hall del Gran Hotel. “Yo sabía que antaño la tradición marcaba que a los toreros se los llevaba a hombros hasta el desaparecido hotel Simón, que estaba en el Paseo. Pero, si lo llego a saber, me habría vestido en el hostal Sevilla, que está más cerca de la plaza de toros”, confiesa entre risas el torero que, además, explica que le llena mucho que la gente de Almería se sienta orgullosa de su torero.
En el hotel terminó lo que horas antes había comenzado en la plaza de toros con un espectacular pase de creación propia. “Sí, es una mezcla entre una ‘pedresina’ y un ‘imposible’ y la verdad es que me quedó muy bien, ¿qué os parece si le ponemos nombre entre los tres?”. No fue muy difícil, Ruiz Manuel quería que fuera un homenaje a su barrio y el nuevo pase quedó bautizado con el nombre de ‘zapillina’.
En ese momento se acerca una gitana que ofrece al torero una rama de romero para que le dé suerte. Manolo saca unas monedas para la vieja pero le devuelve amable el romero, “esto guárdalo para otro, porque yo ya me conformo con la suerte que tengo”.
Su temporada taurina ha terminado, pero explica que no puede bajar la guardia porque en cualquier momento lo pueden llamar para cubrir una baja por lesión. Eso hace que no se pueda exceder en la Feria. Tras el triunfo del martes se dio una tregua y no se quedó a cenar en el hotel, sino que se acercó con su familia al recinto ferial en busca del clásico bocadillo de morcilla en los Salinas. De allí fue a la caseta municipal “a descansar un rato sentadito y fresquito con el aire acondicionado”. Terminó la noche en la caseta de LA VOZ “para saludar a todos mis amigos del periódico, la SER y Canal Almería”.
Se nota que le gusta la feria, habla con añoranza de los años de su infancia en los 70, “cuando la ponían en El Zapillo y la caseta popular estaba en el antiguo campo del Hércules”. Muestra incluso, en un gesto muy torero, una cicatriz en la ceja izquierda como secuela de querer ser “el más chulillo en ‘la olla’, ese cacharrico con forma de platillo volante en el que era imposible mantenerse sentado y al final todos acababan amontonados en el centro”. Recuerda con cariño aquellas ferias de juventud, pero reconoce que le encanta el nuevo recinto.
El año que viene espera volver a torear, ir al recinto a comerse su bocadillo de morcilla y, sobre todo, hacer que su familia, su ‘gente de arriba’ y todos los almerienses se sientan orgullosos de su torero.
Es su primera incursión en la Feria del Mediodía, pues nunca le gusta salir antes de torear. En los días previos a la corrida se ha dedicado a “pasar mucho miedo”, concentrarse, entrenar y subir al cerro de las antenas de Aguadulce a meditar y a estar solo, “hablando conmigo mismo y con mi gente de arriba”.
Todo este esfuerzo preparatorio dio sus frutos. Tantos que salió del coso de la avenida de Vilches por la puerta grande, a hombros de sus alumnos de la Escuela Taurina Municipal de Almería. Lo llevaron subido así por la calle Granada, Puerta de Purchena, Paseo, y Plaza Circular hasta dejarlo en el mismo hall del Gran Hotel. “Yo sabía que antaño la tradición marcaba que a los toreros se los llevaba a hombros hasta el desaparecido hotel Simón, que estaba en el Paseo. Pero, si lo llego a saber, me habría vestido en el hostal Sevilla, que está más cerca de la plaza de toros”, confiesa entre risas el torero que, además, explica que le llena mucho que la gente de Almería se sienta orgullosa de su torero.
En el hotel terminó lo que horas antes había comenzado en la plaza de toros con un espectacular pase de creación propia. “Sí, es una mezcla entre una ‘pedresina’ y un ‘imposible’ y la verdad es que me quedó muy bien, ¿qué os parece si le ponemos nombre entre los tres?”. No fue muy difícil, Ruiz Manuel quería que fuera un homenaje a su barrio y el nuevo pase quedó bautizado con el nombre de ‘zapillina’.
En ese momento se acerca una gitana que ofrece al torero una rama de romero para que le dé suerte. Manolo saca unas monedas para la vieja pero le devuelve amable el romero, “esto guárdalo para otro, porque yo ya me conformo con la suerte que tengo”.
Su temporada taurina ha terminado, pero explica que no puede bajar la guardia porque en cualquier momento lo pueden llamar para cubrir una baja por lesión. Eso hace que no se pueda exceder en la Feria. Tras el triunfo del martes se dio una tregua y no se quedó a cenar en el hotel, sino que se acercó con su familia al recinto ferial en busca del clásico bocadillo de morcilla en los Salinas. De allí fue a la caseta municipal “a descansar un rato sentadito y fresquito con el aire acondicionado”. Terminó la noche en la caseta de LA VOZ “para saludar a todos mis amigos del periódico, la SER y Canal Almería”.
Se nota que le gusta la feria, habla con añoranza de los años de su infancia en los 70, “cuando la ponían en El Zapillo y la caseta popular estaba en el antiguo campo del Hércules”. Muestra incluso, en un gesto muy torero, una cicatriz en la ceja izquierda como secuela de querer ser “el más chulillo en ‘la olla’, ese cacharrico con forma de platillo volante en el que era imposible mantenerse sentado y al final todos acababan amontonados en el centro”. Recuerda con cariño aquellas ferias de juventud, pero reconoce que le encanta el nuevo recinto.
El año que viene espera volver a torear, ir al recinto a comerse su bocadillo de morcilla y, sobre todo, hacer que su familia, su ‘gente de arriba’ y todos los almerienses se sientan orgullosos de su torero.
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