Yo no. Yo no, porque yo soy un padrazo y estoy felizmente cansado, pero dice un amigo mío, -que por cierto es una mala persona-, que alguien debería decirle a la gente que no tuvieran más hijos, por favor.
Una agresiva campaña publicitaria en televisión que disuadiera a sus hijos para que éstos no se reprodujeran. Dice que hay que insistir en que no superpueblen el planeta, porque con más de ocho mil millones de personas, chino arriba, chino abajo, son más que suficientes.
No les mientan, exclama, no les cuenten a sus hijos milongas, ni repitan que ellos son lo mejor que les ha pasado en la vida, sea verdad o no. Y si son sensibles con el tema de género e igualdad, no se les olvide, sobre todo, comentarles a sus hijas dónde quedará su libertad cuando tengan un hijo o dos o tres (no es necesario que les recuerden las cifras de la violencia machista, ni los más de 3.600 suicidios solo en 2018 en España).
Mala leche
Estamos a principios de 2019, mi amigo arguye que es fundamental regalarles ese conocimiento que la vida aún no les ha dado a ellos. La gente tiene mala leche, joder, no son sinceros. Dice que para tener razón, para que sus hijos sepan de verdad lo que se sacrificaron por ellos, se callan como mujos algunos detallitos para que el tiempo les dé la razón cuando ya no la necesiten.
Quizás mi amigo no va tan desencaminado, no lo sé, yo no quiero problemas (una vez escribí un artículo sobre las autocaravanas que han tomado el Parque Natural y aún me están amenazando). Tengo dos hijos a los que amo y me he comprado una furgoneta Camper, aviso.
Para las quejas diríjanse a su mail [email protected].
Condón
No digo yo que haya que llegar a esos extremos, pero tal vez no sería mala idea un anuncio del Gobierno explicando con todo lujo de detalles cuánto dinero tendríamos si hubiéramos usado un condón aquel día, los viajes que habríamos hecho con nuestros amigos, amigas, o con la pareja, las manutenciones que no habríamos tenido que pasar mensualmente, los alquileres, las hipotecas no suscritas, los bochornos que nos habríamos ahorrado en los bares traqueteando el carrito, las lumbalgias, las noches sin dormir más de tres horas seguidas, las romerías por las salas de Urgencias, los numeritos en los supermercados, las pataletas en las farmacias, las rabietas en el pasillo de los juguetes, los mocos, las heces, las actividades extraescolares, el pluriempleo de taxista, los virus que incuban en sus pequeños cuerpos para compartirlos con nosotros, las veces que hemos ido al trabajo con fiebre porque hay que ahorrar un dinerillo para pañales y para que ellos salgan los jueves de fiesta.
No hay que ser hipócritas, en eso tiene razón el tío, pues está en sus manos la posibilidad de cortar de una vez por todas con esta cadena perversa. Si tanto los queremos- y de eso no me cabe la menor duda, los queremos más que a nuestras propias vidas-, contemos la verdad, salvémoslos, aconsejemos a nuestros hijos e hijas que no tengan hijos, asegurémosles que su secuencia genética no es imprescindible para la supervivencia de la especie (tenemos la prueba fehaciente), no deberíamos tener tan mala leche y ocultárselo con el único propósito de disfrutar de nuestros nietos y pellizcarles los carrillos.
Nuestros hijos no saben aún lo que va a pasar cuando críen, no tienen ni la más remota idea de que sustituirán la feria del mediodía por las salchichas Urango, Amsterdam por Eurodisney, los grupos de wasap de "colegas fiesterxs" por el de "padres de alumnos". Es que ni se imaginan que sus bebés, tan bonicos, tendrán acné, que serán bombas de hormonas fuera de control, serán tiranos, votarán a Vox, unos completos desconocidos que tendrán llave de nuestra casa y que escucharán una música mil veces peor que el reguetón, gente que tildarán de anticuado a cualquiera que no sepa insertar en la conversación la coletilla que entonces esté de moda, como "en plan", cada siete palabras.
Trabajo
Nuestros hijos no se imaginan que sus retoños crecerán, en plan que no estudiarán ni encontrarán trabajo, porque para entonces, en plan, no habrá trabajo, lo harán los robots (quizás afortunadamente para ellos), protestarán por la comida en todos los almuerzos y dejarán los botes de leche vacíos en el frigorífico, en plan, después de usarlos. Pondrán durante años series repetidas de Disney en la televisión y les dejarán el baño, en plan, hecho un asco cada vez que se duchen, le harán fotografías holográficas a todo lo que vean y las colgarán en las marañas sociales, les mandarán un wasap solo si necesitan dinero y usarán su amor incondicional para hipnotizarlos como a gallinas, sufrirán el mismo S.E.P que sufrimos ahora nosotros (Síndrome de Estocolmo Paterno) y estarán tan indefensos ante ellos como unos concursantes ante Los Lobos en ese programa de Antena3. Díganles a sus hijos que aún están a tiempo, en plan, regálenles este 2019 ese conocimiento impagable.
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