David del Pino es la cara visible de la actividad cultural que mejor funciona en Almería: el CineClub, que más que espectadores tiene militantes. Sus inicios, sin embargo, están vinculados al Aula de Teatro de la Universidad, donde vivió su época dorada junto a ‘teatreros’ de pro. Hizo sus pinitos como actor y ejerce de ‘hater’ en las redes sociales.
Es el alma del CineClub, la actividad cultural más estable de Almería cuya gran arma de promoción es el boca a boca. ¿Cuál es la clave?
Constancia, coherencia y calidad, aunque eso lo tiene que decir el público. También cercanía y haber sabido adaptarnos a los cambios.
Crecen en espectadores a pesar de Netflix, Filmin y las descargas... ¿Qué les dan?
La actividad ha conseguido generar respeto. Además, ir al CineClub tiene algo de ritual: necesitamos vernos, tocarnos y olernos. Vivimos en una apariencia de conectividad, pero estamos muy solos y esto sirve para comprobar que hay más gente y somos de verdad.
¿Qué ha sido lo más raro que ha pasado en una proyección en el Teatro Apolo? ¿La gente liga allí?
No me dedico a espiar lo que hace la gente. (Risas). Lo más extraordinario que yo he visto es que en ‘El caballo de Turín’, una película húngara, se fueron ciento y pico personas. (Risas). Un desfile de modelos, pero al revés. Cinco minutos de diálogo y casi tres de película. A mí me encantó.
¿Le han pedido el dinero de la entrada?
Alguna vez, pero porque creían que era otro asiento, no por la película. Es un público muy informado, sabe a lo que viene y tenemos que estar a ese nivel. De hecho, es el mejor público que hay.
¿Alguna vez le han censurado una película?
Jamás. En la programación no entra nadie.
Tuvo una efímera carrera como actor de cine en el corto ‘Las diez y diez’ de Antonio Sánchez Picón. ¿Todavía tiene la espinita?
Y tuve unos capítulos en ‘Arrayán’, como todos los actores de Andalucía. No tengo ninguna espinita, ya volveré cuando tenga que volver.
Empezó en el Aula de Teatro de la UAL con La Secuela con Paco Calavera, Fernando Labordeta, Jesús Herrera. ¿Cómo lo recuerda?
Una locura de trabajo, de aprendizaje, de montar obras de teatro, de hacer cursos. También con Antonio Fernández y Belén Soriano. Fue una época maravillosa. Se hicieron cosas interesantes.
Por ese grupo ha pasado gente que ha tenido mucho que decir en la cultura, pero luego quedó reducido a la nada. ¿Qué pasó?
Yo me fui de allí, entró un nuevo equipo y la cosa se fue a la mierda. Estas cosas requieren constancia porque son muy endebles. Igual que están, desaparecen.
¿Qué ocurre en Almería que ni los que hacen teatro van a ver a veces las obras?
Hay círculos: los poetas, los fotógrafos. Es una cosa humana, gente que se cae mejor y peor. No hay corporativismo, no existe en el teatro. Después hay una cosa: la gente hace una obra y se cree que es la mejor del mundo. Son pequeñas vanidades. Después hay otros que no, que son gente currante.
¿Qué le dice a los que se quejan de que en esta ciudad nunca pasa nada en lo cultural?
Que son unos desinformados y no quieren informarse. Es mentira.
Ejerce de ‘hater’ del postureo y lo políticamente correcto. ¿Castigaría a más de uno con una película de Haneke?
No. Que cada uno ponga lo que quiera. Lo hago por animar un poco el cotarro. Ser tan políticamente correcto es muy aburrido. La gente siente mucho, vivimos en una dictadura del sentimiento. Lo que hay que hacer es argumentar más.
No titubea a la hora de meterse en polémicas en las redes. ¿Le ha costado disgustos?
Ninguno. Me meto por altruismo, ni gano ni pierdo nada. Algún bloqueo me han puesto. (Risas). Pero lo asumo. Estoy en contra de la felicidad, he desechado esa palabra, pero respeto a los que están a favor.
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