En 1962, Francis Crick, Maurice Wilkins y James Dewey Watson ganaron el premio Nobel de Medicina «por sus descubrimientos acerca de la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su importancia para la transferencia de información en la materia viva»; es decir, por descubrir la estructura en doble hélice de la molécula de ADN, presente en todos los seres vivos de nuestro planeta, desde la bacteria más chiquitilla hasta el ser humano. Lo curioso y lamentable es que los señoritos suecos que otorgan cada año este premio no tuvieron en cuenta el trabajo de Rosalind Franklin, nuestra Homo insolitus de hoy, una señora que, gracias a sus análisis cristalográficos por rayos X, propició el descubrimiento. Una vez más se demostraba que, incluso en el mundo de la ciencia, el machismo campa a sus anchas.
Rosalind nació el 25 de julio 1920 en Londres, en el seno de una pudiente familia de origen judío. Su padre quiso ser científico, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial le impidió desarrollar su carrera, aunque terminó siendo profesor universitario. Quizás por eso siempre alentó a su hija Rosalind, que desde la pubertad ya deseaba dedicarse al mundo de la ciencia, pese a que aún en aquella época —y eso que estamos hablando del Reino Unido— no estaba bien visto que las mujeres se dedicasen a estos menesteres. Pero aquella familia era distinta. Incluso su abuela, aunque nunca ejerció, terminó una carrera.
Así, tras recibir una educación excelente en un colegio privado y católico para niñas, consiguió ingresar en la Universidad de Cambridge en 1938, a sus dieciocho años, para estudiar Química. Le apasionaba el mundo microscópico.
Cuando se graduó, en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, Cambridge no daba títulos de licenciatura a mujeres, solo un simple reconocimiento. Aun así, como el expediente universitario de Rosalind fue brillante, recibió una beca como asistente de investigación y empezó a trabajar en el laboratorio de R. G. W. Norrish. No le fue demasiado bien, así que terminó renunciando a su beca y comenzó a trabajar en la Asociación de Investigación de Utilización del Carbón Británico (CURA). Allí estuvo hasta 1947, especializándose en estudiar la estructura física del carbón. Aquel año consiguió un nuevo trabajo en el Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado francés, bajo el mando de Marcel Mathieu. Fue aquí donde comenzó a estudiar las técnicas de difracción de rayos X, que posibilitaban obtener imágenes que permitían analizar la estructura de los sólidos a nivel molecular.
Finalmente, en 1951, con tan solo treinta y un años, consiguió una beca para estudiar en el King’s College londinense. Su reto profesional consistía en configurar y mejorar la unidad de cristalografía de rayos X de dicha institución.
Por aquella época, Maurice Wilkins ya estaba utilizando esta técnica, sin éxito, para tratar de resolver el problema del ADN, pero dio la casualidad de que cuando Rosalind llegó, Wilkins se encontraba de viaje. A su regreso pensó que se trataba de una simple asistente. La tensión fue constante entre ellos y, en la práctica, trabajaron de forma independiente.
Un buen día de 1952, Franklin, junto a un estudiante de doctorado llamado Raymond Gosling, consiguió obtener dos series de fotografías de alta resolución de fibras de AND cristalizadas; entre ellas la famosa Fotografía 51. Así pudo deducir las dimensiones básicas de las cadenas de ADN y algo impresionante: que los fosfatos estaban en el exterior de esas cadenas que, muy probablemente, tenían estructura helicoidal. Convencida de la importancia de su hallazgo, presentó sus resultados en una conferencia en el King’s College.
Mientras, en el Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge, James Watson y Francis Crick estaba intentando también determinar la forma del ADN. Ni conocían a Rosalind, ni ella les conocía a ellos. Pese a lo que se ha dicho, nunca trabajaron juntos. Eso sí, Watson estuvo presente en la ponencia en la que la joven explicó sus conclusiones…
El drama vino cuando Maurice Wilkins les mostró en secreto a sus colegas varones la Fotografía 51. Aquella imagen eran la confirmación de algo que, al parecer, Crick y Watson ya habían teorizado: que la molécula de ADN tiene forma de doble hélice.
Sintiendo que su trabajo no era del todo reconocido, y apesadumbrada porque le discriminaban por su género, en marzo de 1953 dejó el King’s College y se marchó a trabajar el laboratorio de Birkbeck de Londres. La normativa dejaba claro que Franklin no podría volver a realizar investigaciones sobre la estructura del ADN, por lo que su trabajo quedó disponible para sus compañeros del King's College
Lo curioso es que unos días antes, Wilkins le había escrito una carta a Francis Crick expresándole lo siguiente: «Mi querido Francis. Gracias por la carta sobre los polipéptidos. Creo que te interesará saber que nuestra dama oscura nos deja la siguiente semana y la mayoría de los datos tridimensionales ya está en nuestras manos».
Un mes después, el 25 de abril de 1953, Watson y Crick publicaron un artículo en la revista Nature sobre la estructura del ADN que les catapultó a la fama. Paradójicamente, en aquel mismo número Rosalind Franklin publicó otro artículo sobre sus datos de difracción de rayos X, y Wilkins otro sobre sus experimentos.
Por desgracia, solo cinco años después, en 1958, falleció de un cáncer de ovario. Tenía solo treinta y ocho años.
Cuatro años más tarde, los tres varones ganaron el Nobel. Por supuesto, en sus discursos de agradecimiento no dijeron nada de aquella «dama oscura». Bueno, sí, Wilkins insinuó algo…
No quedó aquí la cosa. James Watson, en su libro de 1968 La doble hélice: una reseña autobiográfica sobre el descubrimiento del ADN, describió a Rosalind como una mujer antipática y terca que ni en mil años hubiese sido capaz de entender lo que representaba realmente aquella fotografía. También dijo: «Aunque era de rasgos enérgicos, no carecía de atractivo, y habría podido resultar muy guapa si hubiera mostrado el menor interés por vestir bien. Pero no lo hacía».
En 2003 la Royal Society del Reino Unido estableció el premio Rosalind Franklin para premiar a las mujeres científicas.
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