Justo arranque Llamadas privadas en restaurantes de lujo donde transcurren la mitad de sus vidas; comidas opíparas en mesas redondas llenas de “elegidos” que se quieren mucho a cada dos frases. Motes machistas para el que lo apunta todo en libretas y a quien llaman “La Señora”, por su supuesta mala memoria. Vacaciones exóticas, negocios de dudosa procedencia, viajes relámpago a paraísos fiscales. “Acuérdate de lo mío, que ya sabes lo que yo te quiero”. Así de rotunda arranca esta cinta, ‘El Reino’, 2018, del director y coguionista, Rodrigo Sorogoyen.
Argumento sonrojante Nos cuenta en forma de thriller el proceso de “tocado y hundido” de Manuel (Antonio de la Torre), un influyente vicesecretario autonómico que lo tiene todo a favor para dar el salto a la política nacional. Este juego de barcos que ha supuesto ser político para muchos, demasiados, en los últimos treinta años en nuestro país, queda perfectamente reflejado en esta película que goza de un guion brillante, responsable de parte del éxito del resultado final. El otro pilar donde descansa la redondez de esta cinta, nominada a 13 premios Goya, lo conforman las excelentes interpretaciones, reconocidas como parte importante de esas nominaciones. Aparte del soberbio Antonio de la Torre, especialista ya en personajes con muy mala leche, destacar la brillantez de todo el reparto: José María Pou, Luis Zahera, Nacho Fresneda, Ana Wagener, Bárbara Lennie, Francisco Reyes y Paco Revilla. Todos ellos nominados excepto, incomprensiblemente, Bárbara Lennie.
Los grandes pequeños detalles El grueso de la historia no nos sorprende a quienes hayamos vivido en este país y tengamos más de treinta años. Lo que maravilla son los detalles que acompañan la escenificación de una vida de corruptela dedicada a vivir a cuerpo de rey con dinero público, cometiendo a diario delitos tan serios durante décadas como: cohecho, fraude, malversación, estafa y falsedad en documento público. Y entre esos detalles están, por ejemplo, los escenarios donde se pueden tomar decisiones de cárcel o muerte (los frenos del coche se pueden romper). Y se toman frente al urinario, sosteniendo ambos interlocutores sendos penes. El propio. O que un poderoso le diga a la profesional, la que se deja la piel por prepararse e informar a este país sobre la verdad de los hechos, arriesgando su puesto de trabajo y también su vida: “Te falta algo para que te tomen en serio”. A lo que ella conteste con mirada triste: “El qué, ¿el pene?”.
Deportes nacionales La soberbia, el orgullo, la codicia, en definitiva, la podredumbre moral que representa vivir activamente dentro del engranaje del poder con mayúsculas, queda también perfectamente retratada en esta película, que debería ser el origen de un nuevo género: el de la corrupción. Frases épicas: “No es orgullo, es justicia” o “el poder protege al poder” o “con estas libretas nos cargamos, no al partido, sino al país entero”.
Los cachorros De otro lado también aparecen los cachorros de todos estos impresentables que han llevado a nuestro país al borde del abismo. Los niños ricos, los damnificados por sus padres; los que nombran en todas esas mesas llenas de carabineros, que posiblemente ya están metidos en la droga, a los que no han visto crecer y quienes han vivido toda su existencia en su burbuja. En la cinta aparecen como adolescentes que tienen a su disposición apartamentos en Andorra, desarrollando vidas vacías llenas de billetes de quinientos.
Patio de colegio En algunas escenas se tiene la sensación de estar escuchando a tus compañeros de colegio en el patio, cuando todos teníamos diez años: “Es que nos tienen enfilados, como yo no tengo estudios y tú vienes de donde vienes, nos tienen envidia por lo listos que somos”. Maravilloso guion de principio a fin al servicio de grandes interpretaciones.
Ellas Por un lado, las que se meten en la mafia se convierte en uno de ellos, “por mis cojones” en boca incluido. (Ana Wagener está maravillosa como “la gran jefa”, merecedora del Goya) En una película que retrata tan bien cómo funciona el mundo, con el pene en la mano, se incluye “el amor” personificado en la mujer y la hija del protagonista. Estas esposas suelen saber de la misa la mitad, porque prefieren mirar para otro lado para poder seguir idealizando al príncipe azul que les proporcionan ese ritmo de vida. Sin embargo, Manuel, el protagonista, tiene la suerte y la desgracia de tener una esposa e hija que lo han amado de verdad en el espacio privado, pero que cuando se enteran de todo lo que se ha llevado entre manos todos estos años, hacen lo más inteligente, sin paños calientes.
El ritmo con el que se desarrollan los hechos es trepidante, o bailas o te caes muerto en la pista, algo que resulta esencial para describir ese mundo. No se divaga ni un segundo en el desarrollo de los hechos. Manuel demuestra ser el gran lobo que la mafia demanda.
El final No se lo voy a contar, obvio. Quiero que la vean después de que la premien esta noche. Pero recuerden entonces esta pregunta: ¿Cómo podía acabar esta cinta, en un país con este gran problema de corruptela aún vigente, y rico en esencia como el nuestro, que tiene la desfachatez de pedirnos por televisión a los ciudadanos que apadrinemos a un niño español para que coma durante el verano? ¿Qué está pasando?
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