Camille

Camille Claudel, enfermó de amor y vio como su carrera quedaba eclipsada

Camille.
Camille.
Óscar Fábrega
07:00 • 10 feb. 2019

Nuestra Homo insolitus de hoy, Camille Claudel, enfermó de amor y, como tantas mujeres artistas que protagonizaron romances con varones de su mismo oficio, vio como su carrera quedaba eclipsada. Ella, quedó convertida en una simple musa; él, en un icono eterno…



Nació en 1864 en el seno de una humilde familia de agricultores de la pequeña localidad francesa de Fère-en-Tardenois. Allí pasaría su infancia y parte de su adolescencia, demostrando desde pequeña que tenía un don diseñando y creando figuritas de barro inspiradas en sus familiares. En 1881 se mudó junto a su madre y sus hermanos al barrio de Montparnasse de París, tras convencerles de que solo allí podía realizar su sueño, ser escultora. Dicho y hecho: se matriculó en la Academia Colarossi (de la Escuela de Bellas Artes de París, que no admitía a mujeres), dirigida por el escultor Alfred Boucher, y comenzó a realizar sus primeras obras. Un tiempo después, ya en 1882, se independizó de su familia y se fue a vivir a un apartamento junto a unas compañeras inglesas.



Amor Un buen día de 1883 conoció a Rodin, que en aquel momento tenía 43 años —ella tenía 19— y era ya un célebre escultor —ya había hecho su mítica obra El Pensador—. Rodin había sido elegido como profesor sustituto en la escuela después de que Boucher se trasladase a Florencia y, nada más verla, quedó prendado con ella y con su innovadora y vitalista obra escultórica. Había encontrado un alma gemela que, además, era tremendamente bella.



Rodin le propuso trabajar con él en su taller, convirtiéndose en la única mujer de su séquito de alumnos. Y pronto su rostro y sus formas comenzaron a aparecer en sus esculturas, para escándalo de la familia de Camille. Se convirtió en su musa, su modelo y su amante. Juntos frecuentaban los ambientes artísticos del bohemio París de finales del siglo XIX y se convirtieron en la pareja de moda. Pero claro, había un problema: Rodin llevaba años conviviendo con Rose Beuret… Aun así, durante años juntos compartieron una casa en París en la que desarrollaban su pasión y sus creaciones.



Por si fuera poco, Camille tuvo que soportar los comentarios de los que consideraban que detrás de sus creaciones estaba la mano de Rodin, que en alguna ocasión comentó, defendiéndole: «Le he enseñado dónde encontrar oro, pero el oro que encuentre le pertenece a ella». De nada sirvió. Mientras su amante y mentor llamaba a las puertas del cielo del arte, ella no conseguía vender sus obras y apenas recibía encargos. 



Y poco a poco los celos, tanto sentimentales como creativos, le fueron llenando de ira y apartando de él. No en vano, Rodin ni siquiera se planteó dejar a Rose cuando se enteró de que Camille estaba embarazada —aunque no está claro, se cree que incluso le obligó a abortar—. Y por supuesto, jamás reconoció que algunas de sus grandes creaciones procedían, en realidad, de la inspiración de Camille.



Este conflictivo círculo amoroso se manifestó en su obra más importante: una escultura en mármol blanco, de 1888 y llamada Sakountala, basada en una obra hindú titulada Kalidasa, en la que se representa a un rey, Dusyante, pidiéndole de rodillas perdón a su amante, Sakountala, por no reconocerle a ella ni a su hijo.



Ruptura Finalmente, en 1898, tras catorce años de relación, rompieron. Una de sus últimas grandes obras, La Edad Madura, representaba alegóricamente su pasión. De hecho, algunos historiadores del arte consideran que por culpa de esta obra, y gracias a las manipulaciones del escultor, dejó de recibir encargos.


Comenzó otra relación, aunque tropezando con la misma piedra, ya que su nueva pareja, el músico Claude Debussy, estaba casado con otra mujer.


Abismo Camille, desde entonces, se recluyó en su casa y se encerró en su arte, abandonándose por completo y viviendo casi en la indigencia. Su salud mental fue poco a poco desquebrajándose. No se lavaba y apenas comía. Llegó a destruir a martillazos algunas de sus esculturas, nada más terminarlas, porque le recordaban a Rodin. Su demencia se centró en el escultor, al que comenzó a acusar de robarle sus ideas —con razón— y de organizar un complot para acabar con su vida. Así vivió varios años.


El 3 de marzo de 1913 falleció su padre, Louis-Prospet Claudel, el único miembro de su familia que le apoyó durante su salto mental hacia el abismo. Una semana después, su madre, con el apoyo de su hermano, el poeta Paul Claudel, firmó los papeles para que fuese internada en un sanatorio, después de que los psiquiatras hubiesen dictaminado que padecía severos trastornos mentales que le convertían en una persona peligrosa, tanto para los demás como para ella misma. Al año siguiente fue trasladada al manicomio de Montdevergues, cerca de Avignon. Allí permanecería el resto de su vida en absoluta soledad. Su madre nunca fue a verla. Su hermano, algún verano que otro.


Cuatro años más tarde, en enero de 1917, Rodin se casó con Rose, tras 53 años de relación. Dieciséis días después, falleció ella; él hizo lo propio en noviembre de aquel año.

En el año 1995 se descubrió en el sótano de un asilo de París una serie de documentos, entre los que estaba el diagnóstico de los médicos del manicomio, que habían dictaminado que padecía manía persecutoria y delirios de grandeza. Hasta entonces, se había pensado, de una manera algo romántica, que su familia había decidido ingresarla para evitar el escándalo. Y en parte fue así, ya que los médicos trataron de convencer a la familia de que no necesitaba estar en la institución, pero aun así la mantuvieron allí.


«Tras apoderarse de la obra realizada a lo largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto merecían ellos», escribió durante el séptimo año de su «penitencia». Allí estuvo tres décadas, reclamando libertad, olvidando su talento, hasta su muerte, el 19 de octubre de 1943. Tenía 78 años.


Homenaje Hace un par de años, por fin, se le rindió a Camille el merecido tributo, tras abrirse en Nogent-sur-Seine, un pueblo en el que vivió un tiempo, un museo dedicado a su memoria, gracias a los ingresos que la localidad recibe de una central nuclear… Pero, paradójicamente, el Museo Rodin es el que recoge el número más grande de obras de la escultora.


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