Acababan de poner las calles y ellas emprendieron la marcha hacia la Plaza de la Catedral.
Las gárgolas que observan durante todo el año a quienes entran y salen del Teatro Apolo fueron las primeras. También acudió la señora que protagoniza ‘La Espera’ en la Plaza de San Sebastián, aunque acostumbra a levantarse poco; también dejó su asiento (y su maleta) el emigrante retornado que ve la vida pasar desde la Plaza Calderón: todas fueron ayer a encontrarse, como cada año, a los pies del Cautivo a primera hora de la mañana, antes de que alguien se percatara de su ausencia.
Al igual que cada primer viernes de marzo, pararon en la Puerta de Purchena para comprobar si, esta vez, don Nicolás se sumaba a la comitiva.
Con un escueto “no, que alguien tiene que cuidar de la ciudad”, el paseante más famoso del kilómetro cero de Almería escondió las pocas migas que hace con el clero.
Puertas abiertas
De hecho, los que se acercaron ayer a primera hora al tradicional besapiés del Cautivo pudieron comprobar que las puertas de la Catedral habían sido abiertas unos minutos antes de la hora de inicio oficial, las 8 de la mañana.
Todo, para que estas singulares visitantes pudieran entrar sin ser vistas y volver a toda velocidad a sus habituales puestos de trabajo.
Sin embargo, una de las estatuas que custodian la ciudad se quedó un rato escondida en el interior de la Catedral, ansiosa por ver de cerca qué pasaba en ese acto multitudinario que ellas jamás podían contemplar en plenitud por motivos laborales.
Agazapada tras una de las columnas que flanquean el altar de la capilla del Sagrario, la estatua (cuya identidad será mejor no desvelar para evitarle una sanción) pudo ver a los primeros almerienses que besaron el pie izquierdo de Jesús Cautivo.
La primera visita institucional (a la vez que la más discreta) fue la de la presidenta de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Almería, Encarni Molina. Llegó, acompañada de la hermana mayor de Prendimiento, María del Mar Marín, y el teniente de hermano mayor, Enrique Marín. Besó, rezó y se marchó, sin fotos ni más ruido.
La estatua siguió un rato más, para poder ver de cerca qué se depositaba con cada beso en el pie del Cautivo.
Allí pudo ver a abuelas preocupadas, nietos estrenándose en eso del primer viernes de marzo y madres agradecidas. Y lágrimas. También escuchó los cuchicheos de alguna que otra confidencia en los bancos de la capilla y presenció algún que otro reencuentro de esos que se producen tradicionalmente ante los ojos del vecino tallado por Dubé de Luque.
Sobremesa
Allí estuvo nuestra estatua hasta pasada la hora de la comida.
Se acercaban entonces las señoras (porque, al menos a esa hora, la mayoría de visitantes eran mujeres) que van a ver al Cautivo como el que va a echar un rato en el salón de casa de un amigo, que eso es lo que fue ayer la capilla: la casa de un Cautivo que recibió a Almería.
Cierre
Ya de noche, las puertas del templo se cerraron tras la visita del último almeriense. Dejó en el libro de firmas de la hermandad un escueto “Gracias, Señor”.
Nadie se percató, pero a esa hora de la noche Don Nicolás no estaba.
Quizás será que esa estatua también quería agradecer que alguien más cuide de esta ciudad.
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