'Fedra' parece, en sus primeros compases, el viaje a través de la jungla que se encierra en la mente de una reina abandonada y perdida dentro de una jaula de oro. Sin embargo, tan pronto como el personaje interpretado por Lolita recupera el habla, la obra se descubre como un viaje a través de su corazón. Y, en realidad, la de Fedra es la historia de una mujer libre, con todos los problemas que puede conllevar ansiar la libertad en un mundo encorsetado y lleno de prejuicios y protocolo.
Anoche, un Auditorio Maestro Padilla lleno casi al completo disfrutó de 'Fedra', la obra del almeriense Paco Bezerra que le ha valido al dramaturgo la nominación a la mejor adaptación o versión teatral para los próximos Premios Max.
Noventa intensos minutos permitieron ver a una polifacética Lolita que hace hasta de su pelo un elemento teatral más. De perdida a loca enamorada, y de ahí a ser la lujuria hecha personaje para terminar siendo una fría mujer: así es la evolución de la reina interpretada por la hija de Lola Flores que, de hecho, en algún que otro momento recuerda a la versión más pasional de su madre.
No obstante, Fedra no sostiene sobre sus hombros la totalidad de la obra. De hecho, los roces entre los hermanastros Hipólito y Acamonte regalan momentos de alta tensión en los que la reina es, simplemente, el pretexto. Por no hablar de la interpretación que Juan Fernández hace de Teseo, ese rey violento que está aun sin estar, o la que hace Tina Sáinz de Enone, la fiel consejera incapaz de controlar las riendas de una reina desbocada.
Bezerra
Sin embargo, lo más emocionante de esta trágica historia sucedió una vez que las luces del Auditorio Maestro Padilla volvieron a iluminar el patio de butacas. Fue entonces cuando Lolita pidió a Paco Bezerra que saliera al escenario para que el almeriense recibiera el aplauso de su público. Ovación a actores y dramaturgo más que merecida ante una escenografía que, desde su sencillez y gracias al uso de proyecciones, traslada al espectador de un punto a otro de la Isla del Volcán en lo que dura un parpadeo.
Y así acabó una noche especial para el teatro almeriense empañada, eso sí, por un público que en ocasiones no es merecedor del esfuerzo llevado a cabo sobre las tablas. Un espectador atendiendo una, suponemos, urgentísima llamada telefónica en mitad de la representación y una suerte de epidemia de toses en el patio de butacas no permitió, en más de una ocasión, disfrutar al cien por cien de la admirable concentración del elenco.
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