“Las calles de Almería, en la parte antigua, son en general irregulares y estrechas como de origen morisco; pero existen otras rectilíneas y abiertas de nuestros tiempos, de muy bonito aspecto, con casas de dos o tres pisos. Agradable, sana y ventilada. El clima inmejorable puede hacer de Almería una ciudad comparable a Niza, Mónaco o San Remo”. Así describe Navarro de Vera la Almería finisecular con motivo de la inauguración de la línea ferroviaria con Baza en un álbum encargado por el Ayuntamiento de Almería.
¿Cómo era aquella Almería? Imaginemos a un pasajero que se acaba de apear de una locomotora humeante con olor ferroso en un mes de agosto. Nada más llegar a nuestra ciudad ese pasajero vería la impresionante y recién terminada Estación, con su arqueada cristalera, sus rojizos ladrillos y su amplio vestíbulo. Casi podemos oler el humo que desprende el ferrocarril. Maleta en mano nos dirigimos a una de las zonas nobles de la ciudad, el Paseo del Príncipe. Sin pavimentar ni tener árboles centenarios, el principal espacio público debía ser una maravilla: casas de dos o tres plantas, con el Teatro Cervantes y el Círculo Mercantil, con el Casino, la Casa de las Mariposas y, con la vista al fondo, la ermita del Cerro de San Cristóbal y las chimeneas de la ya escasa industria minera. Casi todo ha llegado a nuestros días pero sin la elegancia de aquellos tiempos.
Almería, como Niza, tiene mar. Y un puerto abierto a la ciudad. Un puerto en el que se divisan los grandes barcos uveros que van y vienen de las Américas y del que nuestro protagonista divisa desde el Paseo del Malecón. Aún no hay árboles que tapen la vista pero nuestro ilustre Parque Nicolás Salmerón, en aquellos tiempos aún diputado, pero permitía que los jóvenes tuvieran su pequeño espacio íntimo. Hace calor, mucho calor, en cualquier agosto de cualquier año en Almería y qué mejor que refrigerarse en unos de los numerosos cafés públicos, en el Club de Regatas o en el propio Círculo Literario, muy acorde con la actividad cultural de la época. El recién terminado Teatro Apolo y el impresionante Teatro Cervantes acogen obras, funciones y hasta calurosos mítines abarrotados de ciudadanos ávidos de noticas de Madrid. Algo menos de afluencia tenía el hoy extinto Teatro Calderón, contiguo a la Iglesia de Santiago el Viejo.
En agosto convive ese calor asfixiante con el polvo de las calles sin pavimentar, calles que se llenan de jolgorio de una Almería en fiestas.
Desde Puerta Purchena, que acoge al monumento de Los Coloraos colocado, dicen, por el prohombre de la ciudad, Ramón Orozco, se llena de pequeños puestos de comida, telas y productos de la huerta; los carruajes esperan en el inicio del Boulevard para llevar a las elegantes damas y a los acompasados señores que marchan hacia la Plaza de Toros.
Almería es burguesa, marítima y agrícola. Y religiosa. Los edificios más importantes, tras las Casas Consistoriales, son los templos sagrados. Al igual que hoy, hacer un recorrido por la ciudad espiritual es sumergirse en una época de olores y sentimientos muy diferentes: San Pedro no contaba con su convento pero ante él crece una de las plazas que Almería ha conocido; Santiago y su torre permanecen impertérritas, como la espada del Apóstol; San Sebastián, la más bella de todas y la más alejada del entramado árabe. La más joven, San Roque, se alza en el corazón del antiguo barrio del Aljibe. Almería es abrazada por dos madres conventuales: Las Puras, tímida ante el poderío catedralicio, y las Claras, que esconde un tesoro mudéjar que aún deja con la boca abierta y el cuello dislocado. La más importante, la madre de los templos, le genuina Catedral-Fortaleza de la Encarnación y su estilo plateresco. Un buen enamorado de la arquitectura religiosa no puede dejar de enamorarse antes de abandonar Almería de la Compañía de María, aún inacabada. Nuestro visitante, Navarro de Vera, toma nota de todo ello. Y del precioso Mercado de Central, de la extinta ermita de Monserrat, del Colegio de Jesús o del balneario “El Recreo”. Ay, Almería, qué fue de ti.
Tú, lector, dirás que lo que has leído aquí hoy es la Almería de hoy, con sus mismos espacios, sus mismas calles y los mismos edificios aquí relatados. Y tienes razón.
Pero cierra los ojos y viaja 120 años atrás, súbete a la Alcazaba, igual de impresionante ayer que hoy, y mira al horizonte: poca de aquella Almería queda hoy. Como dice Jesús Muñoz, “la belleza del caos. Siglos de historia que se perciben en cada una de las cicatrices de la ciudad”.
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