La santa que murió en Auschwitz

Mujer, judía, doctora en Filosofía, monja carmelita y, finalmente, santa de la Iglesia de Roma

Stain cambió su nombre por Teresa Benedictina de la Cruz.
Stain cambió su nombre por Teresa Benedictina de la Cruz.
Óscar Fábrega
07:00 • 08 abr. 2019

Nuestra Homo insolitus de hoy, Edith Stain, fue una persona extraordinaria que vivió y murió en un mundo hostil, pero que luchó hasta el último día de su vida por cambiarlo. Mujer, judía, doctora en Filosofía, monja carmelita y, finalmente, santa de la Iglesia de Roma.



Nació en 1891 en la Breslau alemana —hoy pertenece a Polonia—, en el seno de una numerosa familia judía —fue la última de once hermanos—. Siendo adolescente, decidió abandonar la religión de su familia porque no satisfacía sus aspiraciones espirituales. Se centró en sus estudios, comenzó a interesarse por la política, luchó de forma activa por el voto de las mujeres y se relacionó con diversos movimientos feministas. Finalmente, en 1911, con veintiún años, se lanzó a estudiar filosofía en la Universidad de Breslau —gracias a una suculenta herencia que había recibido de su abuela—, quizás en busca de las respuestas que la religión ya no le daba. En aquella época no dudaba en definirse como atea. 



En 1913 se trasladó a la Universidad de Gotinga y, al año siguiente, el mismísimo Edmund Husserl, padre de la fenomenología, la tomó como discípula y ayudante. 



Pero Europa estaba en guerra por aquel entonces, y Stein no dudó en presentarse voluntaria como enfermera para la Cruz Roja, además de trabajar durante un tiempo en el hospital militar de Mährish-Weisskirchen, en Austria, destacando por su bondad y su amabilidad. No en vano, logró obtener una medalla al valor por su entrega. 



En 1917, con la guerra casi terminada, aprobó con honores el doctorado en Filosofía con una tesis sobre la empatía, tema que desarrollaría en algunas de sus obras, especialmente en su Introducción a la filosofía, un amplio estudio sobre el pensamiento de Husserl, su mentor. De hecho, Edith redactó, a partir de las notas de Husserl, con el que trabajó durante años codo con codo, Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo, una de sus principales obras.



Tras finalizar la contienda, continuó mostrándose como una activista comprometida, se afilió al Partido Demócrata Alemán y comenzó a avisar sobre el creciente movimiento antisemita en Europa.



Bautizo



Poco después se produjo su conversión al cristianismo. Y se produjo, en parte, tras leer a nuestra santa Teresa de Jesús —también influyeron los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola y la obra de Kierkegaard—. Años después comentó que, tras finalizar la autobiografía de la santa española, «cerré el libro y me dije: esta es la verdad». A partir de ahí se produjo un giro trascendental en su vida, y tras unos meses de shock, decidió bautizarse (el 1 de enero de 1922). Pronto comenzó a trabajar con las dominicas de Santa Magdalena de Espira (Alemania) como maestra y traductora de libros. Además, durante un tiempo se dedicó a dar conferencias por Alemania, centrándose en el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, así como en la importancia de la formación de los jóvenes en respeto y moral. 


No dudó en posicionarse en contra del nazismo incipiente, alertando sobre el riesgo que podía suponer que los mensajes racistas terminasen calando. Y, por supuesto, no dejó en ningún momento sus estudios de filosofía, intentando, sin éxito, conseguir un puesto como profesora en la Universidad de Breslau, así que continuó con las dominicas de Espira.


Pero sus avisos se vieron cumplidos. En 1933 Hitler se hizo con el poder. 


Una de las primeras medidas que tomaron los nazis fue prohibir que los judíos —y las mujeres— diesen clases. Así que decidió hacer algo que llevaba muchos años rondándole por la cabeza: ingresar en la Orden de los Carmelitas. Tomó los hábitos el 15 de abril de 1934, a sus cuarenta y un años, y cambió su nombre por Teresa Benedictina de la Cruz. Cuatro años después, el 21 de abril de 1938, prometió los votos definitivos.


Pero la situación para los judíos alemanes se estaba haciendo cada vez más insostenible.  Edith, alertada, decidió escribirle al papa Pío XI para pedirle que la Iglesia se mostrase clara y contundente contra el nuevo régimen, pero el papa murió antes de pronunciarse (en febrero de 1939), dejando a medias una encíclica con la que condenaba el antisemitismo.


Unos meses antes, para evitar males mayores a sus compañeras religiosas, había pedido ser trasladada a una comunidad carmelita en Echt, Holanda, un país que, por entonces, parecía neutral. Llegó allí el 31 de diciembre de 1938. Unos meses después, su hermana Rosa, que también se había convertido al cristianismo y era hermana lega, se mudó con ella.


Pero la anexión de los Países Bajos por la Alemania nazi, en mayo de 1940, ya en plena Segunda Guerra Mundial, precipitó los acontecimientos. Permaneció un tiempo recluida, por miedo a su posible captura, aunque se vio obligada a identificarse como el resto de judíos del país, e intentó incluso huir a Suiza, pero no lo consiguió. 


El 26 de julio de 1942, los obispos holandeses ordenaron que se leyese en todas las iglesias una carta pastoral condenando los actos antisemitas. Como consecuencia de esto, las autoridades nazis ordenaron la detención de los todos los judíos de religión católica. Edith y su hermana ya estaban fichadas desde hacía tiempo por la Gestapo y, finalmente, el 2 de agosto de 1942, los nazis las capturaron. Se dice que, cuando iban a salir de aquel convento carmelita, Edith tomó la mano de su hermana y le dijo: «Ven, vayamos, por nuestro pueblo». 


El final

Tras permanecer unos días en los campos de concentración de Amersfoort y Westerbork, terminaron en Auschwitz Birkenau el 7 de agosto de 1942.

Solo dos días más tarde fueron asesinadas. 


En 1987, Juan Pablo II la beatificó en Colonia. Once años después, en 1998, el mismo papa le canonizó. Su festividad se fijó para el 9 de agosto, el día de su muerte en el campo de exterminio…


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