Conocí a Pepe Criado terminando la década de los noventa, en Turón, mi pueblo natal; un pequeño y encantador rincón alpujarreño donde fijó durante un tiempo su residencia, enclavado, como diría Gerald Brenan, al sur de Granada.
La imagen que me transmitió en un primer momento fue de un personaje bohemio, espiritual, humanista, enamorado de lo que le rodeaba, y fascinado por saberse un ser elegido dentro del concierto creativo del universo.
Una cálida tarde de abril lo invité a tomar unos vinos en la terraza de mi casa. Ese encuentro nos sirvió a los dos, sin duda alguna, para refrendar lo que ya sospechábamos: que muchas cosas nos unían, y que infinidad de creaciones en común estaban por venir, fruto de nuestra unión artística.
Y así fue como a esas veladas, sembradas por el aroma que desprendía un cercano galán de noche, y con la luna granadina plateando el discreto verdor de los almendros que conformaban el paisaje visual que nos envolvía, se fueron uniendo, toda vez que sus apretadas agendas se lo permitían, artistas de la talla de Wilson Saliwonczyk, payador, poeta y músico argentino. Mariana Carrizo, cantante y coplista del mismo país. Alexis Díaz Pimienta, escritor, repentista, investigador y docente cubano, director de la Cátedra de Poesía Improvisada de la Universidad de las Artes, en la Habana. Troveros de la fama de Miguel Candiota, José Sevilla o Paco Megías, y un largo etcétera de escritores, músicos, y artistas en general.
Más mi encuentro vital con Pepe Criado no se iba a reducir solo a eso, pues sin duda fuimos dos personas que nos complementamos con el venero creativo y personal que brotaba de cada uno; siempre él en calidad de maestro, y yo como su fiel alumno. Fruto de ello surgió la colaboración poética de Dolores Salazar Moreno, mi madre, y la mía propia en el libro de su edición ‘Coplas viejas de la Contraviesa. Cortijos de Turón’. Después vendría su impagable colaboración como asesor literario en mi primera novela, ‘El último derecho de pernada’, publicada por Libertarias, en Madrid. La organización en Turón, con gran éxito de crítica y público, del I Festival Internacional de Trovo, con amplia participación de troveros alpujarreños, repentistas cubanos, payadores argentinos o uruguayos, y jóvenes representantes de las tendencias más vanguardistas de la improvisación, como el Rap, o el Hip Hop; o nuestra incursión en la vida política municipal.
Pero Pepe era un alma libre, una hoja movida por el viento de la curiosidad, el aprendizaje vital y los viajes por su verdadera tierra: el mundo. Así, su incansable labor fue posibilitando, siempre vinculado al gran río de la oralidad hasta convertirse en una de las voces más autorizadas a nivel mundial, que troveros y poetas alpujarreños fuesen conocidos allende los mares y, a su vez, artistas autóctonos de variados países sudamericanos tuviesen la oportunidad de poner en valor su talento innato por tierras andaluzas.
Valioso legado
Mas su incansable labor de articular toda esa diáspora de creación no se iba a quedar ahí, pues improvisadores de la talla de Epifanio Lupión, Miguel Candiota, Emilio Peregrina o Francisco López Archilla, entre otros muchos, sin duda le deben que su creación haya quedado reflejada, como legado para generaciones actuales y venideras, en páginas que se encuadernan en libros memorables, muchos de ellos editados por ayuntamientos de la zona, o por el propio Instituto de Estudios Almerienses, como ‘Hombres de versos’.
La pérdida física de Pepe Criado supone para el mundo de las letras en general, y de la oralidad en particular, una falta irreparable, pues mentes tan preclaras, espíritus tan entusiastas, personas tan comprometidas con una causa y, sobre todo, amigos que saben llegarte al alma, como lo hizo él conmigo, son de los que está falto nuestro mundo, tan deshumanizado, interesado y oportunista. Su casa no tenía puertas. Su corazón, tampoco.
Pepe ha sido, lo fue, y lo será allá donde su energía, siempre limpia y pura lo haya llevado, un verdadero Quijote, abridor de caminos y senderos que ahora los continúa en otra dimensión, pues una gran alma nunca llegamos a perderla para siempre. Por eso, y como dijo George Henry Lewes, filósofo inglés, la única cura para el dolor es la acción.
Adelante siempre, creadores.
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