Por problemas de salud, tal y como explicaba en su presentación el director de las jornadas, Pedro San José, no iniciaba el ciclo de conferencias el Premio Nobel de Física, Samuel Ting. Su lugar será ocupado al final de las mismas por una de las personas de su círculo de confianza, el físico Manuel Aguilar. El astrofísico anglo-español, Dr. John Beckman y un habitual de esta cita con las estrellas, tomaba el relevo de la apertura.
Los barrios pobres de las galaxias
Este era el título de su conferencia, donde comparaba la metodología del estudio de la historia de la Humanidad con los estudios de las galaxias, en los que solo interesan los personajes de mucho relumbrón, olvidando a los pobres. Este defecto es trasladable a la Astronomía, argumentando que el centro de una galaxia, la parte más brillante, la de los agujeros negros masivos, la más densa, la más concurrida y compleja, recibe siempre el mayor número de horas de estudio de los astrofísicos. En contraposición, parece dejar implícito en su discurso, “hay gente como yo que nos gusta estudiar los bordes, los barrios pobres”.
Nos define una galaxia como esos conglomerados que cuelgan del Universo y que tienen una cantidad media de 200.000 millones de estrellas, de las cuales a él le interesan los barrios pobres. Nos va desgranando las diferentes hipótesis de observación de las estrellas, que siempre parten de teorías urdidas por los físicos teóricos, esbozando sonrisas sarcásticas sobre la gran imaginación que derrochan. Detrás de ese sentido del humor está su admiración, nombrando a muchos científicos y sus estudios; los que dedican su vida a desgranar lo que sucede a miles de años luz, intentando con ello descubrir algo que nos haga la vida más fácil a este lado de la Vía Láctea, quizá solo para generaciones venideras; una roca ovoide de mediana edad, 4.543 de millones de años, que sigue girando llena de gente ensimismada en sus miserias, en donde solo un puñado de locos escudriñan el cielo. Los mismos que tienen en sus manos la solución de continuidad de la especie.
Avances tecnológicos
El Dr. Beckman seguía hablando de los avances científicos que dependen de los tecnológicos, como por ejemplo la existencia de las cámaras de infrarrojos, que han permitido observar las galaxias con más claridad obviando el polvo interestelar, y que existen relativamente hace muy pocos años, o de las estaciones espaciales, o del Hubble, el telescopio que orbita en el exterior de la atmósfera a 593 kilómetros sobre el nivel del mar, y que fue puesto allí como un faro interestelar en 1990. Me fascina cómo nos describía los diferentes estudios de las galaxias que, apoyados en las leyes de la física newtoniana, pueden analizar la formación de las estrellas, y que van desde la mitad de la edad del universo, 7.000 millones de años, hasta 84.000 millones de años. Además, hay que tener en cuenta en los cálculos la relación velocidad-tiempo para entender que las imágenes que se reciben no son las actuales, si no las de hace la mitad de su edad real, una locura justificada con multitud de formulas para una aficionada a la astronomía como yo. Pero con ellas vuelvo a los documentales de Carl Sagan de mi infancia que veía con mi hermano, quien sí se hizo físico. Definitivamente a la humildad que da intentar entender el tamaño del Universo debiera de sacársele más partido, una palabra que hoy solo huele a político y de la que intento reponerme sin éxito.
Conferencia Pugwash
Hay un dato que el Dr. Beckman ha tocado de pasada al presentarse. Hablaba con sentido del humor de ser un digno sustituto del Nobel de Física, argumentando que él también lo es, al menos en una tresmilésima parte, porque pertenece al grupo Pugwash. Es una exótica tribu compuesta por 3000 científicos, filósofos e intelectuales de todo el planeta, a la que se le otorgó el Nobel de la Paz en 1995. Nace cuando el físico nuclear polaco Józef Rotblat (1908-2005) protesta contra las armas nucleares, cuando en 1944 abandona el Proyecto Manhattan de EE. UU., que tenía como objetivo construir la bomba atómica. Y resulta que son los encargados de garantizar con sus acciones la paz mundial con una ingente labor, para mi gusto demasiado silenciosa, contra la fabricación de armas nucleares. O lo que es lo mismo, luchan contra las acciones de los descerebrados que pueden llegar a dirigir esta roca intergaláctica, y que deciden a la postre en qué gastar nuestra riqueza común, construyendo armas letales para todos los habitantes de la Tierra. Esas armas que tienen secuestrada la voluntad de los pueblos, en pos de su irritante y paleolítico choque de egos.
Después de esta exposición, comenzaba en la platea del Apolo las preguntas sobre de qué depende el tamaño de las galaxias y demás curiosidades científicas.
Decidí irme a casa a intentar averiguar si algún partido político habla en su programa de los científicos, de las armas nucleares y del cambio climático con verdadera seriedad, no como fachada, para decidirme a votar. Porque me parece que no hay nada más importante que esto y que a partir de ello debemos construir la Nueva Sociedad sin fronteras, o no quedará ni rastro de nosotros. Además en un tiempo récord que le daría mucha risa a un astrofísico. Y aquí sigo pensando.
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