“Casi todos nos conocimos en la Escuela de Artes”, dice María José Moreno, y mira al resto del equipo, sentado a su alrededor. “Y allí nos surgió la cuestión de buscar un espacio para trabajar. En casa es difícil crear, y el arte, cuando ya lo ejerces como profesión, te aísla un poco. Así que pensamos en un lugar donde pudiéramos trabajar, y también alimentarnos con el trabajo y los procesos creativos del otro. Y, además, queríamos darle a la ciudad un espacio...”.
La tarde es tranquila en esta esquina del casco histórico de la capital, justo en una de las bocacalles que desembocan en la plaza de la Catedral. El local está lleno de mesas de trabajo y estanterías con pinturas, pinceles, cartulinas, bocetos. En el centro, sentados en círculo, María José (“todos me conocen como la Mari Moreno”, sonríe), Amina Pallarés, Laura Ardila, Nagore Adrados y Simone Spellucci.
Aquella idea prendió, y al final han fundado aquí ‘Espacio Campingás’, una suerte de coworking de artistas, de taller compartido, lugar de encuentros, exposiciones, talleres. “Básicamente, es una asociación sin ánimo de lucro destinada a la promoción de las artes plásticas”, dice Ámina. “Aunque, claro, la principal actividad del espacio es que cada uno trabaje en su obra”.
El encaje
Comenzaron Mari Moreno, Ámina y Laura, en un local que les cedieron en la calle Hermanos Pinzón. Fundaron la asociación Manovela Laboratorio Cultural, que es el nombre “jurídico” del proyecto, y luego se fueron uniendo los demás. Algunos sostenían la idea de hacer una especie de taller colectivo, “y, de alguna forma las dos ideas… encajaron”, dice Nagore.
Buscando un local propio, encontraron este del número 11 de la calle Conde Xiquena. “Un lugar privilegiado”, dice María. “Y, además, tuvimos la suerte de que aquí había habido un taller de serigrafía”. Encontraron el espacio prácticamente preparado, tanto para exponer (“lo tuvimos que acondicionar un poco, claro”), como para el taller de serigrafía que tienen detrás. “Hemos tardado en montarlo porque no teníamos la maquinaria. Pero vamos, parecía que el espacio nos estaba esperando”.
En septiembre de 2017, estrenaron allí Campingás. “Esa es la fecha que vamos celebrando”, dicen. El nombre nació “de la idea de considerar el arte como un fuego portátil”, explica Simone. “Algo que te llevas contigo donde vas. Tenemos una idea de nomadismo muy fuerte, pues la verdad es que nadie es de Almería, pero todos, de alguna manera, hemos llegado hasta aquí. Quisimos conservar esa conexión con el movimiento, y pensamos en un objeto interesante, divertido y, al mismo tiempo, con esa connotación”.
La ciudad
Es un espacio muy en contacto con la ciudad, aseguran, “pues, al final, todo lo que ocurre en Almería termina pasando por la plaza de la Catedral”, dice Laura. “Estamos al día de todo, y, obviamente, intentamos seguirle el ritmo. El local, además, con sus cristaleras y su ubicación, influye bastante en los talleres, actividades y exposiciones que realizamos”.
Aunque, en realidad, la principal actividad del espacio es que cada uno desarrolle su obra personal. “Es un taller compartido, para trabajar”, puntualiza Ámina. “Lo que pasa es que, en función del momento en que estemos, nos abrimos mas a hacer muestras, y hemos traído ilustradores de otros lugares... Es que con cinco mentes creativas..., esto es un hervidero de ideas”. “Sí que es verdad que nos llama mucho organizar, hacer propuestas, darle esa vida a la ciudad en torno a las artes plásticas, que creemos que no tiene”, dice Nagore.
Aprendizaje, diálogo
En Almería hay muchas asociaciones en torno a la música, o el teatro”, dicen, “otros tipos de arte mas sociales, en el sentido de que la gente se relaciona mas mientras los disfruta. Y las artes plásticas, al final se quedan un poco como secundarias. Hay exposiciones, sí, o galerías, que tienen su función; pero queremos que nuestro espacio sea mas de aprendizaje, de diálogo, de juego en torno a las artes plásticas. Sin el sentido comercial que tiene una galería, y sin ser una academia, tampoco...”.
Hace poco los invitaron a un evento en Madrid, “con otras iniciativas similares, pequeñas, que se llevan a cabo en provincias. Fue muy inspirador”, dice Simone. “Y, sobre todo, tenemos interacción y relaciones con todas las asociaciones culturales de aquí. La Guajira, la Oficina, Clasijazz… Es algo que tiene Almería, que no creo que esté en muchas ciudades. Tener asociaciones de ese calibre, auto gestionadas, no es tan fácil. Tal vez sea por las carencias que tiene la ciudad, que la gente se auto organiza y hace cosas interesantes... Lo cierto es que, realmente, en cuanto llegamos nosotros todas nos han acogido muy bien, y nos han apoyado: “¿Qué necesitáis..?”. Esa red, ese tejido, es fantástico”.
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