En 1910 un infanticidio sacudió a la provincia de Almería y traspasó las fronteras de nuestro país, originando una leyenda que se instalaría durante décadas en el imaginario popular: el hombre del saco. A comienzos de ese verano, el curandero Francisco Leona y Julio Hernández ‘el Tonto’ secuestraron al niño riojano Bernardo González, lo introdujeron en el interior de un saco y lo asesinaron para extraerle la sangre y la grasa abdominal (las ‘mantecas’) como remedio para salvar la vida del aparcero gadorense Francisco Ortega ‘el Moruno’, enfermo de tuberculosis.
Aunque no fue el único caso de sacamantecas acontecido en España, sí fue el más trascendente y uno de los pocos que consiguió resolverse gracias a la actuación de la Guardia Civil. Con el paso de los años, la figura de este asusta-niños ha perdido fuerza. Sin embargo, la huella del crimen sigue instalada en el ADN de los dos pueblos que sirvieron como escenario: Gádor y Rioja.
Elementos narrativos
“Los dos municipios están separados por el Andarax, un río sin agua que adquiere protagonismo en el documental como elemento narrativo e iconográfico. Por un lado, se trata de una localización crucial, ya que el secuestro se produjo en un recodo del río; por otro establece una frontera entre ambos pueblos, que sufrieron las consecuencias del crimen durante décadas. La vista cenital del río seco es como una cicatriz que los separa”, explica el realizador almeriense Juan Francisco Viruega, que ha materializado una historia que le ha perseguido durante años.
Tal y como indica el historiador Antonio Sevillano en el documental, todos los niños de Almería han crecido atemorizados por el hombre del saco. “A los dieciocho años conocí el caso real, que me sedujo de inmediato por dos razones: el carácter de los personajes involucrados y un paisaje árido marcado por la tragedia. Empecé a leer todo lo que caía en mis manos. Pasé muchas mañanas en el archivo de Diputación, me trasladé a ambos pueblos para hablar con los habitantes y buscar las localizaciones donde todo ocurrió. Y entonces me di cuenta de que, en parte, la historia seguía latente en el silencio y en el pudor con que los lugareños abordan el tema”, asegura.
Viruega vio el potencial dramático de la historia e intentó rodar un documental hace diez años, mientras estudiaba Dirección en la Escuela de Cine (ECAM) de Madrid, pero desistió por falta de apoyo. “Tenía mucha documentación, entrevistas y bastante trabajo de campo. Pero sólo encontraba obstáculos y era muy joven. Incluso llegué a escribir un guion de ficción. Lo dejé enfriar y me alegro, ahora me he enfrentado a la historia con la madurez que requiere”.
Profesionales
En la materialización del proyecto ha sido crucial la incorporación de Cristina Serena, a quien conoció en el Almeria Western Film Festival. “Ha sido uno de los mejores encuentros profesionales que he tenido. Le conté la historia y le atrajo tanto como a mí. Ella empezó a investigar también por su cuenta, y recibí un apoyo creativo y logístico que me animó a retomar el proyecto. Hay dos documentales: el que se verá en pantalla y todo lo que hemos experimentado durante la preproducción, que ha estado repleta de hallazgos y extrañas casualidades. Hemos encontrado espacios que creíamos que se habían perdido. Y yo tenía claro que quería rodar en las localizaciones reales. Por fin el año pasado nos lanzamos a rodar”.
El documental, uno de los cuatro proyectos que recibió el apoyo de la Junta de Andalucía el año pasado, se ha rodado con un equipo íntegramente almeriense, con Pablo Miralles como director de fotografía, Raúl Lloriz como sonidista y Thais del Mar como ayudante. También se han incorporado el montador Mikel Iribarren, el sonidista Daniel Peña y el compositor Iván Palomares, nominado al Goya este año por la música de ‘En las estrellas’.
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