De toda la serie de: ¿Quién yo? Mujeres Vivas de Almería, esta señora es la que más se me ha resistido. No quiere salir en ningún sitio: pero, Mar, ¿qué hecho yo?
Ay, Señor, qué cruz esto la de la humildad femenina, que nos lleva a autoexcluirnos de nuestra propia historia. Vamos a contar a los almerienses quién es usted, y que sean ellos quienes opinen si ha hecho “algo”.
Podemos empezar diciendo que Gracia Sánchez Berenguel es una mujer de su tiempo, de todos y cada uno de los que ha transitado, y del que ahora sigue siendo protagonista. Se casó muy jovencita y en su veintena ya tenía cuatro hijos varones. En los años 70, su esposo, José Cano, es uno de aquellos jóvenes emprendedores del momento que, junto con otros socios, fueron llenando de contenidos a la Almería moderna que se perfilaba en los primeros años de la democracia, dando servicios en el Paseo de Almería, el corazón de nuestra ciudad durante el siglo XX. Al poco tiempo las sociedades deciden caminar en solitario a principios de los 80 y esta familia queda al frente de la emblemática confitería La Dulce Alianza. Y aquí retomamos a doña Gracia, el alma de la confitería de más proyección de la actualidad de nuestra ciudad. Ella es la que me pone en antecedentes históricos del cimiento de su negocio.
Historia
Esta confitería se funda en 1.888. La familia Mateos, originaria de Baza (Granada), es la fundadora de La Dulce Alianza. El señor Mateos hace un curso de pastelería con unos suizos en Granada y se viene a Almería a finales del XIX a establecer este negocio. La primera confitería la abrió en la calle Concepción Arenal, donde toda la familia, ya con varios hijos, está implicada en los oficios de la confitería. Pero será su hija Isabel quien tome el testigo del relevo generacional. Un tío de Isabel abre el famoso estudio de fotografía Mateos. Doña Isabel (1904-2004) no se casó nunca y dedica toda su vida a La Dulce Alianza. Además será muy generosa con Gracia y le enseñará todo lo que sabe del oficio en cada uno de sus frentes. En definitiva, Isabel Mateos es la que empodera a nuestra protagonista y la que la convierte en doña Gracia. Y no tenemos ni una foto de aquella señora. Lástima.
Como mujer
“La que sabe llevar una casa sabe llevar una empresa”. Esta máxima empieza a tener ahora cierta relevancia que hasta hace poco jugaba en nuestra contra. Modernizar la imagen del negocio fue el cometido de esta joven ama de casa. Doña Isabel era muy mayor cuando nosotros cogimos el traspaso del negocio, que entonces estaba muy anclado en el pasado. Casi de inmediato yo comprendí que aquí hacía falta una mujer que se hiciese cargo de la parte estética y de las relaciones públicas, de organizar el trabajo con las empleadas, que eran casi todas las de cara al público. Tuve la suerte de contar con la ayuda incondicional de la antigua dueña que no dejó de venir un solo día a la confitería durante los siguientes veinte años, para echarme una mano en todo lo que podía. Ella me enseñó los fundamentos, sin ella yo no me hubiese sentido capaz de tomar el mando poco a poco, porque yo era una joven que no sabía de nada (Insiste en la idea de que ella es autodidacta, que para mí tiene mucho mérito.) Al principio yo iba como un perrillo detrás de ella. Mi marido y yo visitábamos todos los años La Feria del Regalo en Madrid y empezamos a innovar en Almería con la manera de presentar los productos de la confitería. Nuestra vajilla de porcelana de cabecera es de Orense. Es una adquisición de entonces que se ha convertido en un sello de la casa y que recoge las presentaciones más exquisitas de La Dulce Alianza. Sobre ella siguen viajando nuestros pasteles, bombones y botellas de vinos selectos. Comenzamos a preparar de manera más espectacular los escaparates para las fiestas señaladas, como la Navidad o la Feria, con el personal de entonces y con el de ahora. Las meriendas de los toros ya existían cuando entramos nosotros a regentar el negocio, pero le dimos un sello de calidad en pleno apogeo de la Fiesta, allá por los 80 y 90, donde las bandejas selectas de nuestra confitería llenaban los palcos de la Plaza de Toros. Cuando el sector de la construcción estaba en auge, nosotros notábamos muchísimo la venta de las cestas de Navidad de empresas, nuestros regalos con presentación especial eran un referente. Como mujer yo creo que hice un papel necesario, porque entonces todo el mostrador estaba cubierto con empleadas, los hombres estaban casi exclusivamente en el obrador, solo teníamos a dos camareros en la antigua cafetería. Yo añado que si Gracia no hubiese existido en ese momento, si no hubiese salido de su zona de confort de madre de familia, José Cano hubiese tenido que inventarse a otra gerente que nunca hubiese sido ni parecida en su grado de implicación y amor al negocio. Se lo digo a él mismo. Sonríe. Ya lo sabe desde hace mucho tiempo. Porque como muestra un botón, doña Gracia sigue lavando en su casa los manteles de la confitería, sigue siendo la carta de presentación de su marca y eso lo dice todo de su inteligencia. De manera que sí, Señora, que hubo una cadena de mujeres de la que usted, doña Gracia, es el gran eslabón. Se encoge de hombros como diciendo, si tú lo dices… Reconoce que lo que más le gusta de todo su trabajo a lo largo de estos años es el trato con la gente, siente haberse enriquecido en el camino. También le apasiona trabajar en equipo y me habla de las campañas especiales donde, tanto antiguas empleadas como actuales, María Segura o María del Mar, encargadas de antaño y de ahora, se siguen arremangando para continuar ofreciendo originalidad a sus vitrinas cada año.
Pastelería selecta y modernidad
La Santa Paula, la Anamaría, la Vergara, los pasteles de carne o de pescado, la empanadilla de jamón, el cruasán de almendra (le dieron un premio en Francia), el marrón glacé, el tocinillo de cielo y por encima de todo, el merengue del glaseado y la media luna, que vinieron a copiar desde confiterías de Barcelona sin mucho éxito, constituyen la base de aquella pastelería del siglo XIX que trajo la familia Mateos a Almería y los Cano Sánchez se han encargado de hermosear. También tocan los productos sin gluten o sin azúcar que pitan en la nueva alimentación. No en vano han abierto tres locales más durante los últimos años: uno en la Avenida Cabo de Gata y otros dos muy recientes en la Rambla Federico García Lorca y en el nuevo Centro Comercial Torrecárdenas. Su obrador ahora está en una nave a las afueras de la ciudad, equipado con la tecnología más puntera. La empresa cuenta con alrededor de 50 empleados que cubren todos los frentes. Gracia me cuenta que ya no hay oficios distinguidos por sexos como cuando ella llegó, aunque me apunta que su hijo ha contratado no hace mucho a tres reposteras como algo novedoso, dice que son más detallistas. Porque del buen relevo generacional que está experimentado el negocio tiene la culpa su hijo pequeño, Carlos Cano. Y es que con ese nombre tan artístico no se puede fracasar, de hecho es el impulsor de Las Dulces Tardes Poéticas de la mano de su buen amigo, el poeta Aníbal García, cuando la confitería se cambia de local en 2015 y el nuevo sótano queda equipado para ser escenario de artistas, mientras se siguen degustando placeres. Una receta a emular.
El Paseo como escenario
Gracia recuerda al poeta José Ángel Valente como un cliente serio y educadísimo. Pero lo que más nostalgia le provoca es el bullicio del Paseo de antes en contraposición al del silencio de ahora. Me recita de memoria y por aceras todos los locales de concurrencia pública que llenaban de mesas el Paseo de Almería de punta a punta hasta las una o las dos de las mañana en verano. Los cines de la Avenida Pablo Iglesias ya no existen, que llenaban de juventud el centro; los matrimonios jóvenes no viven ni pasean por aquí, prefieren otros escenarios; las heladerías han desaparecido en una ciudad de costa. El centro se muere y todos con él, a pesar de que nosotros estemos creciendo. En la acera de enfrente a la nuestra estaban: Los Espumosos, El Tívoli, El Castilla, La Madrileña, 4 cafeterías de renombre, y en esta acera de abajo a arriba: El Costasol, El Colón, Gladys, La Granja, La heladería Italiana, El Coímbra, El Café Español, El Alcázar…, pues casi todos han desaparecido. Nosotros cerramos a las 9 de la noche porque no hay demanda, no queda nadie en el Paseo. Y el comercio era fundamental, los dos pilares del Paseo en ese sentido eran: Marín Rosa y Gladys, y que han arrastrado con su marcha a todo el comercio.
¿La Almería que nos merecemos?
Gracia hace un lúcido análisis de por qué está pasando esto: Las comunicaciones de Almería son las peores de su historia moderna, el avión es carísimo y tenemos además un sitio esquinado en Barajas, desde el que se tarda media hora en salir del aeropuerto. El tren es ahora mismo prácticamente inexistente y por carretera todo lo que no sea ir o venir de Granada o Murcia da mucha pereza para el visitante de fin de semana. Los precios de los alquileres o ventas de locales y viviendas están desfasados y no hay familias jóvenes. Los cines y los teatros prácticamente han desparecido de la oferta cultural del centro. Los cruceros de un día sí se notan cuando sus pasajeros suben desde el Puerto buscando locales para consumir. Pero ahora no sabemos dónde mandarlos a comer un domingo cuando nos preguntan. ¿Y el edificio del Mercado Central, por qué no se usa para más cosas, por qué no pusieron allí cines? Yo creo que ponen muchas trabas para abrir sitios nuevos y los alquileres están desfasados. Falta comercio y buenas cafeterías con horarios más amplios. La parte alta de la calle Real sí se ha espabilado un poco…
Cuando le pregunto finalmente cómo le gustaría ver el Paseo de Almería por un agujerito dentro de cien años, me dice: con la alegría de antes.
Bueno, le comento al despedirme después de hacerle una foto con su vajilla gallega, si todo esto es no hacer nada, doña Gracia, yo no sé entonces qué es trabajar en la vida.
Que con su buen hacer y su elegancia en movimiento, mantenga usted por muchos años más esta empresa familiar, La Dulce Alianza, en estado de Gracia. Y nosotros que lo disfrutemos.
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