Cuando comienzan a remitir los ecos del LIII Festival Flamenco y Danza de Almería, quizás sea oportuna alguna reflexión sobre esta propuesta cultural, que ha experimentado en los últimos años una notable evolución en todos los aspectos, incluidos sus conceptos básicos, su esencia.
El almeriense es un Festival que brilla con luz propia en el calendario flamenco, no solo por su longevidad, sino por el prestigio consolidado a lo largo de más de medio siglo. También, por el asolerado trasfondo flamenco de esta ciudad que tiene como principal referencia a la Peña El Taranto. Cantaores de leyenda, guitarristas de oro y bailaoras y bailaores de primera línea han ocupado los carteles de este Festival hasta convertirlo en el acontecimiento cultural más importante de Almería.
Es más que evidente que la Historia está de parte de este Festival. Sin embargo, después de que se cerrara en falso la programación de este año con la cancelación de la ‘Carmen’ de Távora, cabe preguntarse si este formato, en el que se suceden actuaciones estelares, no debería haber sustituido por completo a una noche de cante por derecho, con artistas de primera fila que pasan por la silla de anea a darlo todo. A fin de cuentas, el gran valor del Festival Flamenco de Almería, que se llamó en origen “de Cante Jondo”, era el hecho de reunir a cantaores de prestigio que pujaban por ser el mejor. Cantaores consagrados que, a veces, se las veían con un joven valor que llegaba pidiendo paso con su garganta, con su temperamento artístico, con su duende recién nacido...
Quizás sea más eficaz desde el punto de vista económico anunciar a grandes estrellas como las de esta LIII edición, pero los aficionados más comprometidos han echado de menos aquellas noches en la Alcazaba o en la Plaza Vieja, que tenían como prolegómeno en los camerinos el sorteo de las guitarristas. Aquellas veladas sin límite de hora que desencadenaban tertulias interminables. Aquellas noches que parecían estar perfumadas de un aroma antiguo a jazmín y a manzanilla pasada.
¿Nostalgia? No, en absoluto. Es cuestión de conceptos. Hace ya tiempo que las grandes estrellas prefieren anunciarse en solitario para ofrecer un repertorio que combina las señas de identidad propias que son sus temas de siempre con los nuevos trabajos discográficos que están en promoción. Suelen ser la oportunidad de disfrutar de cerca de quienes ya gozan de un prestigio arrollador , como ha sucedido en este LIII festival con Chick Corea y Mercé acompañado por Tomatito. ¿Quién puede poner objeciones a propuestas?
Sin embargo, este tipo de Festival impide comprobar el estado actual del Flamenco, como sí sucedía con el formato original del Festival. Corea, Mercé y Tomatito han estado en Almería, pero el Flamenco, en toda su dimensión, ha pasado de puntillas por el albero de la Avenida de Vílches. El poderío incuestionable de los dos “josés” no admite matizaciones. Pero, ¿cómo no añorar la posibilidad de reunir en una misma velada a cantaores de diferentes estilos y escuelas, de edades y sensibilidades distintas?.
Con el formato de este año, similar en buena medida al de las últimas citas, las grandes figuras llegan, pasan por el escenario y se marchan con su rutilante estela detrás. Los espectadores quedan satisfechos y se deshacen en fotos móvil en mano. Pero el Festival, el auténtico Festival, se queda sin celebrar. La silla de anea se queda vacía y deja de ser encrucijada de cantes y de talentos.
La Danza
Como compensación a este “efecto estrella” que presentan los actuales festivales flamencos de Almería hay que reconocer que la incorporación de la Danza constituye un éxito en todos los sentidos. No sólo por haber incluido al Ballet Flamenco de Andalucía y al Ballet Nacional de España, sino por haber permitido conocer el tremendo potencial de nuevos valores.
Quizás fuese el baile lo que peor parado salía de aquellos festivales de antaño, siempre como final de fiesta, a veces como mero adorno.
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